Me pregunto si servirá de algo voltear ángeles, así como uno voltea a San Antonio para conseguir los milagritos. Me acuerdo de “¿Qué te ha dado esa mujer?”, cuando el personaje de Rosita Arenas volteaba al santo para alguno de sus nefarios planes. En aquel tiempo era chistoso que el personaje se llevara gran porcentaje de la propina para ponerlo en el cochinito. La gracia actual de lo políticamente correcto nos lo presenta, sin chiste alguno, como algo mezquino, una actitud de un ladrón o de un salvaje. Me daba gracia. Hogaño, una porción de mí piensa en lo incorrecto, en lo terriblemente tacaño del asunto. Dejar propina es un acto definitivamente subversivo: Tanto para los que dejan las monedas como para los que, con rostro gravísimo y las convicciones bien puestas, dicen que no. Hay gente que se inventa una larga disertación de por qué no dar la propina para provocar la revolución de los meseros en el mundo y que ellos, pues, exijan un salario, condiciones más justas, una vida mejor. Recuerdo el diálogo del Señor Rosa, en “Reservoir Dogs”, acerca de las propinas y su peculiar filosofía de no dejarlas.
Nice Guy Eddie: C’mon, throw in a buck!
Mr. Pink: Uh-uh, I don’t tip.
Nice Guy Eddie: You don’t tip?
Mr. Pink: Nah, I don’t believe in it.
Nice Guy Eddie: You don’t believe in tipping?
Mr. Blue: You know what these chicks make? They make shit.
Mr. Pink: Don’t give me that. She don’t make enough money that she can quit.
Nice Guy Eddie: I don’t even know a fucking Jew who’d have the balls to say that. Let me get this straight: you don’t ever tip?
Mr. Pink: I don’t tip because society says I have to. All right, if someone deserves a tip, if they really put forth an effort, I’ll give them something a little something extra. But this tipping automatically, it’s for the birds. As far as I’m concerned, they’re just doing their job.
Mr. Blue: Hey, our girl was nice.
Mr. Pink: She was okay. She wasn’t anything special.
Mr. Blue: What’s special? Take you in the back and suck your dick?
Nice Guy Eddie: I’d go over twelve percent for that.
Voltear ángeles debe ser una propina generosa para las meseras del infierno. Cambiarles el sentido, mandarlos al suelo, que se estrellen y se rompan sus alas para que algún peatón perdido, generoso, los recoja, los lleve a casa y les de una charla abundante de angelología, demonología, y demás charlataneriologías. Quien sabe, quizás el ángel caído aprenda algo. Angelito de la guarda, vigila y protege mi camino, llévame de la mano para no tomar el camino accidentado que conduce al infierno. Creo en las propinas. Luego me angustio tanto de no darle sus cinco pesos al cerillo o al viene viene, que el resto del día me pongo a pensar si no estaré mal, si no habré cometido una barbaridad, un pecado a la cuenta de los ángeles en el cielo, los rectos, los erectos, los que apuntan al cielo. Mi familia me dio una charla de generosidad y cuánto se debe dejar en cada caso. Buen servicio, quince por ciento. Si solamente bebes un café de Sanborn’s (o Vips, escoja su veneno), no seas marro y déjales unos veinte pesos, mínimo lo que te costó el café. No concibo que alguien deje un peso. No las insultes dejando solamente la morraya de relleno, ya saben cuál, las moneditas de cincuenta y diez centavos. Angelito de la guarda, perdóname si mis acciones no son las mejores, habla mal de mí con el jefe que de todas maneras tengo cosas que decirle. Mi cuñada sugirió que el trece por ciento es más que suficiente por el buen servicio, sin llegar al quince para que no se confíen, y sin dejarles el acostumbrado diez. Creo también en no dejar propina cuando su servicio es malo. Una vez un mesero intentó salirse con la suya, incluyéndome en la cuenta el porcentaje del servicio, así lo llaman ellos, la suma bien impresa y hecha, como si fuera inevitable, como si me diera pena arrepentirme, ¡qué arrogancia!, después de que se le olvidó uno de mis platos y tardó más de media hora en llevar la comida de un cabrón hambriento. Los ángeles, como los meseros, tantos meseros, también tienen sus malos días. Regañé al mesero, pedí hablar con el gerente, hice que me imprimieran de nuevo la cuenta, dejé nada de propina. Sin insultos, las cosas como son. Angelito de la guarda, olvidaste hacia donde apunta el cielo, te mareaste un segundito y caíste contra el suelo, no muevas las alas o acabarán de romperse, quédate quieto, te platico de mi madre y de mis perros en lo que se fija el jefe y te compone las alas.
Sugiero, mejor, dejar a los ángeles como están y ser generoso, como lo hace Jerry Seinfeld ya que sufrió tan desdichado oficio, con los meseros. Por supuesto, si no daña al bolsillo. Tampoco se trata de matarse, cuando hay, hay. Adviértale a su mesero de confianza: «’Ora no hay, se lo robaron todo las colegiaturas, la tenencia, el precio de los cigarrillos, la ropa de moda». Seguro el mesero sabrá entenderlo. Sugiero, también, no darle vuelta a los ángeles. Accidentes lamentables pasan cuando uno injuria a los mensajeros de nuestro Señor. Luego andan trabajando de meseros, atados al sueño del mundo, y se ven muy tristes.