Es entretenida la estructura en Juliette, de Sade. Empieza con una orgía, una escena sexual colmada de placeres, de orificios y fluidos, y luego, cuando los actores del momento pornográfico toman un descanso, Sade aprovecha el momento para desarrollar un momento filosófico, sofismas en medio de los sudores evaporados. Es como pedirle al lector que primero se masturbe, y después piense en la consecuencia y el origen de su onanismo. Luego alzo una ceja, sé que es ficción, pero a los hombres de Sade nunca les falta una erección, el semen, parece que siempre están llenos. Supongo que los pequeños duendes del libro, cuando está cerrado, se ocupan de tener a los hombres erectos y cuando uno no está viendo, reemplazan el semen con un líquido similar a la leche, y cuando uno cree que se han venido, simplemente gritan y hacen caras a la cámara. Vaya. Brevemente recuerdo a Justine, y su viaje es diferente, la virtud de Justine cambia las cosas, la obra es más sádica porque ella siempre sufre mientras que Juliette se entrega, sin empachos, a la recompensa del vicio.