31 años después, me sorprendí escuchando un concierto de Andrés Calamaro y descubrí que me agradaba. Todavía más vergonzoso: Me puse a tararear sus canciones, como si estuviera viviendo alguna crisis andropáusica, como si hubiera crecido con aquellas canciones a la merced de algún tío argentino que aplicó un método subliminal para fregar al sobrino.
Escuché algunos discos de él, en algún remoto pasado donde vivía de coca cola, cigarrillos y algunos otros vicios, y decidí que no me gustaba, y que nunca me iba a gustar, y me hice la firme promesa de evitar convertirme en uno de esos chavos de onda que para todo cita a Calamaro.
Que triste darse cuenta cuando uno deja de manchar los pantalones.
Limpiar la biblioteca musical es una de las necesidades contemporáneas que practica el hombre de hoy, simplemente porque ya no puede salir a cazar (creo que la mayoría de nosotros moriría tratando de cazar un topo, hay estadísticas alarmantes de los humanos heridos tratando de cazar una rata) o descubrir otra rueda, una en la cuarta dimensión, por ejemplo.
Así redescubrí a Calamaro y además descubrí un disquito que, en algún momento, descargué por accidente. Es un grupo de alemanes que manejan sintetizadores medio oscuros, pasivoagresivos contenidos. El álbum se llama Aggressor, y la banda se llama And One. Mientras escuchaba mi descubrimiento, todo un triunfo entre treinta mil canciones y el chiquero que tengo en iTunes, pensé que es un excelente disco para coger. Coger puercamente. Sí, pues, como pervertidote alemán.
Después de la más reciente decepción laboral (últimamente me decepciono mucho), es hora de regresar al cuarto de trabajo y hacerle hojalatería y pintura a cierto manuscrito que tengo por ahí. Qué horror. Me burlo mucho de los contadores (por cuadradotes) pero a veces pienso que debí ser uno. Quizás los envidio, un poco.
“Suavizar la línea”, me dije en el paseo de hoy. Como en las láminas de dibujo, que uno tenía la navaja y el estilógrafo a la mano para quitar esos pequeños imperfectos, así se descubren las oraciones a las que les sobra tinta o les falta cerrar espacio.
Nico trituraba un hueso que no debió y yo pensaba en ciertas líneas de esos cuentos que tengo guardados. Después de escribir, en la corrección, se trata de suavizar líneas. Ponerse los lentes, acercar la lupa y limpiar esas rebabas que se escaparon en los primeros meses de trabajo, y luego en los abandonos y los primeros regresos.
Ya dejé de creer que no las hay, ni modo, la verdad es que siempre algo se escapa. Al menos los contadores tienen el consuelo de un sólo resultado.