“Demasiada euforia cuando tus pies me sonríen. Escucho Rollin’ y me acuerdo de S. Tengo 21 años, ella me roba un cigarrillo y me susurra, cómplice, una pregunta:
—¿Ves que yo también fumo? Lo hago raras veces.
Cruza las rodillas, hace un vaivén con sus pies casi desnudos, los zapatos colgando del dedo gordo, su boca libera el humo, recuerdo que los acaricié, infantil y sorpresivo, pensé que me empujaría pero me regaló una sonrisa, ojos de oscuras aventuras me desnudaron. Soy un imbécil, es que no puedo contenerme. Esa vez no se los olí, quise mejor memorizar el empeine, el grosor de los dedos, las circunferencias pequeñas y traviesas. Para detenerme me regresó mi cigarrillo de vuelta. Platicamos un poco más, me sacó a bailar, giramos a la oscuridad de la casa, frente a los otros, múltiples borrachos empinando la botella. ¿Te gustaron?, me pregunta, no hay necesidad, ambos sabemos a que se refiere. Piensa en ellos, me dice antes de responder, mi mano se hunde en su cabello, aprieta, un leve tirón mientras ella desliza la mano bajo mi pantalón, aprieta. Te parecieron bonitos, dice ella, en un respiro para recuperar el aire, ignorando a los otros dos chamacos que nos hacen bulla, sí, me lo parecieron, ¿no lo sientes?”.