No sé la historia, ¿para qué les miento? Sólo sé que de algún tiempo para acá, en una de las zonas más caras de Puebla, empezaron a construir una monstruosa rueda de la fortuna.
Los fines de semana podía apreciar, desde el coche y a unos 4 ó 5 kilómetros, la construcción del coloso como si fuera un aviso de algo inminente, una advertencia a soportar la cándida vanidad de equis partido político, de equis empresario. A saber. Quizás en los próximos días busque en las noticias los números para el escándalo. Deben ser tan grandes como la sombra del coloso ferruginoso.
Por el momento me divierte la existencia del símbolo, un falo imponente desde el punto de vista mamador, tan grande que se puede mirar desde una lejanía considerable. Quien se sentía seguro, a lo lejos, ya no puede hacerlo porque inevitablemente recordará las clásicas connotaciones de una rueda de la fortuna, igual que las de una canción de salsa: a veces estás arriba, a veces estás abajo.
Por supuesto que he tomado fotos y he disfrutado hacerlo. Es lo menos que se puede hacer.
El otro día me acerqué a la rueda. A menos de cien metros, hay una colonia en bajada con la Rosa en el apellido. Si un gigante decidiera patear al instrumento de feria, como una pelota, se garantiza la destrucción del rosal y la muerte de cientos de personas. Suerte que los gigantes no existen.
Alrededor de la estructura hay un pequeño parque urbano cuyo evento central son unas fuentes danzantes y unas bocinas que quien sabe de donde sacan la música. Supongo que está planeado como un lugar donde se armen eventos con regularidad. Ahí dónde la gente se pare a escuchar el mensaje, tiene también la opción de mojarse. Y ya saben lo importante que son las opciones en estos tiempos que corren.
La gente se veía alegre ese día, se veía sonriente: Los vigilantes, los padres, los amantes. Quizás, cuando la vanidad de otro provoca sonrisas, es fácil perdonar. Los niños no paraban de correr entre los chorros de la fuente y salían empapados, y muertos de frío. Una niña de quince años jalaba a su novio, pero él era demasiado prudente y peinado para mojarse, así que mojándose sola. La vida que te espera, pensé, y miré a otro lado.
La pregunta general de los mojados: ¿cuándo se inaugura la rueda? Y la respuesta de los vigilantes risueños: era hoy, pero se pospuso por las elecciones.
Quizás la peor suerte de una rueda de la fortuna, es ser condenada a la quietud. Ha de mirar con recelo a los asnos dormidos que no jalan la cuerda.