Fragmento del diario de Boris Santiel:

“(…) No lo armé para nadie más. Algún día vendrá, y nos divertiremos juntos, como cuando éramos niños. Él me hizo niño cuando más lo necesitaba pero no se lo puedo decir, ¿qué, no las acciones hablan? ¿Pero de qué sirve actuar si nunca es visto, o correspondido, o puesto en su justa dimensión? No empieces a contar dimensiones, no empieces a imaginar que somos fantasmas de otros mundos y la ramificación de otra aventura, la ramificación aburrida, estéril, carente. Siento algo de tristeza, aquí no puedo negarlo, al menos en el diario puedo escribirlo, porque imagino constantemente que él vendrá. Hice el castillo de juegos para él, a ver si recuerda cómo nos reíamos mientras subíamos escalones, y recorríamos las mil doscientas habitaciones, los setecientos pasillos, las dieciséis cocinas, los tres baños, los seis patios que en realidad son uno solo y se dividen en jardines, en zoológicos, en tundras polares que se pierden al menor capricho al desafiar el horizonte. Nadie viene. Estoy tendido en una isla de piedra erosionada esperando un poco de felicidad”.