Un juego de Nintendo, en 8 bits, es como una caja (Bueno, hay unas cajas que son más cajas que otras, por ejemplo, un juego de Atari 2600). Es una posibilidad de imaginar, completar los espacios en blanco, darle otra forma y otro nombre a los pixeles. Hace muchos años, tanto que apenas puedo recordé, jugué Zelda. Lo único que sabía de él, antes de que me prestaran el cartucho dorado, es que la portada me parecía aburrida: Escudo heráldico, espada, plástico de oro… deseaban convencerme, de la manera más obvia posible. En ese entonces, las historias enteramente medievales me aburrían (niño de 7 u 8 años), a no ser que tuvieran elementos fantásticos estrafalarios y abundantes que llamaran mi interés: Razas, magia, dragones. En la portada, igual que un libro que descartamos por lo mismo, Zelda me parecía aburrido. Yo tenía una Family, un Nintendo era demasiado caro para nosotros, prefería pasar mis días escogiendo uno de 150 juegos para perder el tiempo. Un día me regalaron un libro de Nintendo Power, que contenía muchas guías de los videojuegos más populares de Nintendo. Los pixeles de Zelda picaron mi curiosidad, empecé a ponerles nombre a los monstruos, a los desiertos, a los bosques, al mismo monito de traje verde. Finalmente, luego de comprar un adaptador, me prestaron el juego, sin manual, lo que siguió alimentando mi imaginación: las arañas rojas eran facehuggers (a los cuales les tenía muchísimo miedo), los azules y los rojos diferenciaban el sexo o la dificultad, comencé a utilizar mi intuición para completar la historia como no la había hecho antes. No sé cuántas horas pasé ahí, muchas, demasiadas, justas y necesarias. Me asombraba la sencillez del juego y como eso no limitaba lo vasto que podía ser, el alcance que podía conseguir. Montañas, lagos, bosques, desiertos, cementerios, puertas secretas en el mundo, laberintos infinitos donde la única posibilidad de escape es seguir andando (y andé mucho tiempo, en todas direcciones, hasta que encontré el patrón por mí mismo). El lector puede adivinarlo, recientemente lo jugué, y fue como si releyera una de mis historias más queridas.