Vaya. Así que pudiste mirar más allá de mi truco. Es cierto: el diablo de la página 66 es un falso diablo, uno de los tantos demonios de mis huestes que, a través de mentiras, buscaron interrumpir la historia de cualquier modo que fuera posible. Te quedaste ahí, ¿no es cierto? Meditando sobre la verdad en la mentira. Seguro fuiste un poco aventurero y pensaste la pregunta: “¿No falta un seis para invocarlo?”. Me alegra tu curiosidad. Creo en la elegancia de mis trucos, y un número incompleto es burdo, ineficaz. Así lo creo. Es la verdad.

Un secreto sobre mí: no soy tan tonto como para interrumpir historias. Las dejo correr, y que sean los dedos del otro sobre mi carne, porque parte de mi carne vive sobre las historias ajenas, las que descubran el camino dentro del laberinto que habrá llevarlos a mí. Soy el Cazador Original. Observo.

Mis agentes viven en la fiesta perpetua (el caos, el orden, ¿importa?). Una fiesta caótica y perpetua, por supuesto, engendra a su contraparte: una reunión ordenada y finita. ¿Cómo? ¿No conoces ese otro lugar? ¿La otra fiesta que replica a manera de un espejo la primera? Ya lo encontrarás, me has encontrado a mí. ¿No te sabes la historia del mundo replicado y de las dos viejas que ya no sabían en cuál de los dos mundos vivían? La contó un trovador italiano, no hace mucho tiempo, pero su historia es un homenaje a ese otro hombre, el ciego, el que sigue palpando los libros de una biblioteca buscando el punto que habrá de permitirle verlo todo.

La historia trata de dos planetas, uno es el puente del otro, y un hombre loco muda las cosas, poco a poco, hasta que los habitantes ya no saben en qué mundo viven: si en el original o en el falso.

¿En cuál de los dos vives tú?