Mateo respondió carne, suponiendo que se trataba de un juego como el de los encantados. Colette le dirigió una sonrisa amable, un poco de tedio en su mirada. Entonces Mateo sospechó que casi todo mundo escogía ser carne, como él, y que era lo más aburrido. ¿Por qué las personas perdidas o enviadas a La Habitación de los Hambrientos preferirían ser un objeto de consumo, en vez de los cazadores, los proveedores? Quizás porque en ellas esperaban, así como él, alimentarse y callar el hambre. No valía la pena hacerse tales preguntas con un estómago insatisfecho.

—Pues no tengo más que decirte. Adelante… toma asiento donde quieras. Calma tu hambre.

 Mateo obedeció. Entro a la sala de la habitación de los hambrientos y encontró, como si un dios lo hubiera dispuesto, una mesa de acuerdo a su ánimo.

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