Te voy a contar la historia de un muchacho llamado Mateo. Un día se subió un escenario dispuesto por un juego cruel, pero sincero, y tenía el corazón para bailar una versión coreografiada, y por momentos improvisada, de Los amorosos. El chico era un manojo de nervios. El pene se le hizo chiquito. Los lentes que ya no traía puestos se le empañaron. Había una hiena en su estómago que estaba a punto de explotar en carcajadas y mordidas. Ese cúmulo de molestias, de ansiedades, hizo que naciera yo y recordara esta vieja canción: The Devil went down to Georgia. He was lookin’ for a soul to steal.

El chico se dio cuenta que tenía razón. El amor no son Los amorosos. El amor es el diablo. Y el diablo siempre está buscando robarse tu alma. Dalila, la muchacha que le rompía el corazón y se lo regresaba sano cada minuto que pasaba, extendió su mano para invitarlo a jugar su papel. Mateo la negó; prefería hacer algo mejor. La jaló a su lado, acercó sus labios a su oído para susurrarle una canción y la sacó a bailar, para sorpresa del público, de los otros actores y la mía.

Había fuego en sus pies, en sus pantorrillas, en su sexo y en su corazón.

La canción abandonó la discreción inicial de los labios para aumentar el volumen y posarse en todo el escenario. Se iluminaron las luces para revelar a los músicos, quienes parece siempre estuvieron esperando un ritmo al que obedecer. Los otros actores y el público bailaron, rodearon a Mateo y Dalila, aplaudieron al ritmo que sus pies le sacaban el polvo a la pista. ¿Escuchas eso bebé? Sí, ese soy yo. Ahí estoy yo, haciendo una apuesta, otra vez, con este violín en mis manos y la rola que ahuyentará al primero de los espíritus.

Aquí viene bebé, ¿lo escuchas? Qué ritmo más sabroso.

Sudan los cuerpos, se levantan los brazos, se pierde la respiración, cimbra el escenario, los desconocidos se besan, hombres manosean las nalgas de otros hombres y mujeres manosean las tetas de otras mujeres. Lookin’ for a soul to steal, for a soul to steal, for a soul to steal. No pasa nada. La orgía no es ningún pecado, mi violín no perderá contra el diablo. Mateo miró a Dalila. Él quería seguir bailando. Ella le sonrió cándida pero si vieras cuánto temor había en sus ojos, si pudieras verlo bebé.

El amor se divide en dos puertas, dos pasos de baile, izquierda o derecha, la casa roja o la casa azul, el violín de oro o el violín de madera, el angelito negro o el diablo blanco.

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