Entras a la librería de Orson. La luz es débil. Huele a pegamento barato y humedad. Los libros de aquí no tardarán en morirse. Atrás del mostrador, un viejo de gafas grandes y redondas apenas puede mantenerse despierto. Entreabre los ojos para mirarte pero se rinde, te ignora. Debe saber, en su interior, que no eres un comprador de libros. Frente a ti, a unos pasos, frente a una columna de libros, hay un chico y una chica. La chica tiene un rostro andrógino, el pecho de un chico pero las nalgas y las piernas de una porrista. Ella sonríe con ese tipo de gesto difícil de interpretar. El chico es igual al de la fotografía. Son ellos. Que fácil es cumplir tu misión. Respiras profundo, buscas debajo de tu abrigo, aprovecha el sopor del viejo y la distracción de los muchachos. Si lo haces, debes ser ahora.

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