Quizás tienes razón, bebé. Ya lo dijeron: “El infierno son los otros”. No existe el diablo si debemos convivir con las obsesiones ajenas de nuestros padres, nuestros hermanos y nuestros amantes. La melodía que estoy tocando para ti no sólo es un gozo, pero también una ventana por la cual puedes decidir si enamorarte de mí. Mateo y Dalila están bailando, sí, pero también están inmersos en los ojos del otro, metiendo la cabeza por debajo de un dintel que debería revelarles el alma ajena. Ojalá. Así sabrán si están dispuestos a arder mutuamente, con las llamas del otro y consumirse en el sufrimiento eterno de la rutina, de la cotidianidad, de los objetivos nunca cumplidos. Pero seamos justos y sinceros. ¿Y qué tanto sabemos de ellos? No sabemos nada, para ser precisos, sólo las letras de una canción que muestra una superficie. Quienes deben entregarse al delirio del uno o del otro son ellos.
La canción de Salomón nunca fue de amor, sólo de puro deseo.
Si el amor es una ventana, aún cuando sea el mismo paisaje, imagínate el infinito número de colores y de tiempos que ocurren sobre esas montañas, o esos edificios, o la mala hierba de ese terreno abandonado, o la raza invencible e inventada de todos los perros callejeros que vagan allá afuera, o el color cenizo del rostro sudoroso de un hombre que pasea entre los maizales de la temporada o el rostro de la muchacha que se asoma justo en el mismo instante que lo haces tú y, sabiéndose poseedores del secreto y de la sorpresa, se sonríen cómplices. El amor es un momento suspendido: encendemos el cigarrillo y movemos los ojos al horizonte, se ha detenido el mundo allá afuera y respiramos pausado, mientras sobrevivimos al encierro de nuestra casa, en nuestro cuerpo. Es la ventana porque allá afuera llueve, allá afuera es de noche y los búhos, los murciélagos, están persiguiendo a los ratones nerviosos para tragárselos. Es la ventana por dónde vemos los fuegos artificiales y por donde escuchamos los cohetes que le tiran a Satanás para que se vaya corriendo, rapidito, lejos de aquí. ¿Estás seguro que deseas tocar esa canción, bebé? Porque si el amor es un paisaje, el mismo paisaje en infinitas variantes, supón lo terrible y emocionante que puede ser el amor de Dalila y de Mateo.
Juega conmigo y dime, ¿qué canción deseas escuchar después de asomarte por la ventana?
- El violinista toca la canción de dos imbéciles enamorados en la página 53.