En mi universo propio, considero un logro enormísimo de González Iñarritu que no me durmiera en una película de su etapa postgringo. Cuando “Amores perros”, lo tuve en alta estima y por eso, a mis veintitantos, fui a ver su primera película del gabacho: “21 gramos” dispuesto a abrazarlo, a desearle lo mejor, un director verdaderamente en control de su trabajo. No sé. Iba con la intención de verle lo bueno. El problema es que me dormí como media hora después de que empezó la película. Cuando desperté, me dio mucha tristeza y rabia, y decidí no decir nada de Iñarritu hasta que pasara mucho el tiempo.

Entonces por casualidad vi el inicio de Babel y de Biutiful y me dormí otra vez. La última, además, enterándome mucho tiempo después que la hizo Iñarritu. Cuando uno de tus jóvenes héroes te vapulea así, una y otra vez, a lo largo de los años, cuesta entender que formas parte de una relación codependiente. Para salvarme de eso, decidí no ver nada más de él. No dejarlo entrar a mi casa, no invitarle de mis alimentos y mucho menos dejarlo entrar a mis pensamientos. Atrás Satanás.

Entonces numerosas fuentes me recomendaron Birdman y sentí ese gusano imbécil de: “si no lo veo, me voy a quedar atrás, voy a ser un paria, un exiliado”. Qué otra. Palabras ajenas: “Hizo cosas sorprendentes que hace mucho no pasaban en el cine”, “Están buenos algunos diálogos pero a veces se le bota la canica” e “Iba muy bien su película pero al final me cagó porque básicamente le dice al espectador que es un pendejo si no le gusta”. Bueno, con tantos comentarios polarizados, pensé que no estaría mal verla y, como buen mexicano, “formarse su propia opinión, ¿verdad? porque los mexicanos somos únicos en eso, y en el humor, y en el ingenio”. Además en el hangouts de Ociotakus la recomendaron ampliamente y yo siempre le hago caso a mis buenos y queridos amigos.

Fui a ver Birdman, me llevé un jorongo y lentes oscuros, me acomodé sobre el asiento y esperé uno de los mejores sueños de mi vida.

Pero no pude dormir. La vi de principio a fin.

Dividir la película en seis shots larguísimos fue la mejor idea que pudo tener González Iñarritu para meter dos horas de diálogo inconcluso y fluctuante, plagado de personajes estáticos e incompletos. Gracias Lubezki, salvaste la película porque estás cabrón, ojalá Iñarritu te esté dando las gracias hoy y siempre, y si él no puede yo te lo digo porque es la verdad. Están padrísimas las tomas largas pero ninguna superó la que apareció en el sexto episodio de True Detective. Esperaba algo así, pero el único momento de acción duró apenas unos veinte o treinta segundos y, aunque tiene potencial para cogerse una cabeza, True Detective lo opacó porque Woody Harrelson y Matthew McCounaghey se robaron mi capacidad de asombro.

Sí, al parecer hay una crítica a la gran industria del cine y cómo vomita películas de superhéroes, “el valor de un actor se mide por trilogías”, pero es tan forzado y tan hechizo, que parece está a punto de alcanzar la capa irónica (Welcome to the layer cake, son) pero nomás saca la puntita y no le da con todo. Parece que… González Iñarritu decidió suicidarse en la industria antes que dirigir una película de héroes, o una trilogía de algo, y creo que por eso Hollywood es tan condescendiente con él: órale mano, lo que tú digas, bueno, te aplaudimos tu despedida.

Pero no me durmió la película.

Hablemos de los actores: Michael Keaton y Edward Norton. No es una mentira: Michael Keaton persiste en mi psique y en la de muchos treintañeros porque él fue Batman, el primero. Si me preguntaban a mis diez años de buenos actores, balbuceaba Michael Keaton y así de fácil porque él tuvo el valor de ponerse la capucha. Me pasó más o menos como Iñarritu, pero Keaton nunca me decepcionó, cuando veía una película, me admiraba que mi héroe supiera actuar en otras cosas, aunque sus otras películas solían ser malas con ganas. Pero algo me pasó con el Keaton de Birdman. No pude entenderlo. Quizás el problema fueron las tomas largas que no daban tiempo a los actores de procesar las emociones requeridas, porque Keaton a veces parecía plano, o artificial, o llanamente perdido. Claro, tuvo grandes, muy grandes momentos: las reacciones cuando hablaba con Birdman o la segunda vez que se encuentra con su exesposa. Keaton es un actorazo pero desperdiciado, en sus altas y sus bajas, y por forzar la película a meterse en la ambición de completar una toma continua.

Edward Norton hace un buen papel pero, no sé, siento que debió interpretarlo un actor quince años más joven. El personaje de Norton es tan… acartonado que no tuvo que meterle textura. Por momentos, me parece que sacó de su cajón de actuaciones y recuerdos al Edward Norton de Fight Club y con eso bastó para toda la película. No es culpa de Norton. El guion se lo permitió.

Pero lo peor de todo fueron las tres mujeres de la película: hija cínica y drogadicta y las dos actrices de teatro o medio locas, o medio putas, o medio histéricas, o medio imbéciles, porque así son las mujeres en el teatro, ¿verdad? Incapaces de interpretar el papel de un ser humano contenido y mejor ofrecer al espectador un lesbian shot de a grapa que nada. Las otras dos actrices que me ofrecieron un momento profesional y personajes no tan jodidos: la exesposa y la crítica de arte. Pero aparecieron dos segundos. No hubo tiempo de arruinarlas.

Zach Galifianakis hizo su papel y lo hizo muy bien. Durante las tomas largas era quien poseía mejor ritmo. Mientras que Norton, Keaton y Stone (pobre, pobre Stone) sufrían para entrar y salir, y escoger la emoción a interpretar, Galifianakis lo tenía bien medido. Supongo que son los frutos de la comedia.

Creo que fue este último quien me mantuvo despierto. A saber. Por lo pronto, espero la próxima película de Iñarritu porque, al parecer, ya regresó a un camino donde puede mantener a sus espectadores con los ojos abiertos, buscando cosas dentro de la película. Sí, bueno, le falta un mundo dentro del aspecto historia: entre sus diálogos y sus aspiraciones semiartísticas, tiene que encontrar un sano punto medio. Nomás vean todo esto. Hay un subítulo muy a la Oscar Wilde como: “LA INESPERADA VIRTUD DE LA IGNORANCIA” y luego empuja como puede a Raymond Carver para convertirlo en una obra teatral y se orina sobre los superhéroes, el público de los superhéroes (parafraseo: “those acne-filled teenagers that jizz up their pants”) y el público de todo en general.

O sea, voy a romper la cuarta pared porque me inspiró tu película, amigo Iñarritu: tienes que enfocarte porque el que mucho agarra poco aprieta. Control amigo, autocontrol. Hasta pareces mexicano oye, con todo tu ingenio, y tu humor, y lees a Carver, y para ti todas las actrices son medio histéricas y medio putas, y todos los actores que interpretan superhéroes son motivos de grandes tragedias.