Hace tiempo escuché de Novelistik (en sus inicios). Para un escritor que empezó en los blogs (como yo), parece una bendición, el paso natural. Novelistik es una red social, más o menos profesional, para escritores y lectores. Por curiosidad, alguna vez me asomé, hice una cuenta y me puse a investigar qué hacer: tú puedes escribir una novela (o un libro de cuentos) y el sitio, a través de Paypal, te paga un peso por capítulo leído (de principio a fin y en cierto número de caracteres). Oh, por cierto: así era hace algunos meses, todavía no sé si han cambiado en algo su sistema de publicación y de pagos.
Cuando me asomé a su sección de lectura, me sentí un poco decepcionado: el contenido estaba atiborrado de fan fiction, reflexiones y libros de autoayuda. También, al parecer, hay una cantidad más o menos interesante de literatura de horror y de fantasía, pero habría que arriesgar de pesito en pesito para encontrar buenas cosas y mi tsundoku me lo tiene prohibido.
Otra cosa que me preocupa un poco y que, en algún momento me gustaría investigar, son los métodos que tiene Novelistik para proteger a sus autores del plagio (o bien, como hacen para evitar que un usuario plagie a otro). A mucha gente le gusta olvidar el origen o transforman el material original en un viaje psicodélico: en este instante recuerdo el plagio de José Pérez Reverte a Verónica Murguía. Pequeñas tragedias como esa ocurren todos los días.
Tengo familia y amigos que me han recomendado escribir algo en Novelistik pero prefiero, como un buen mirón, todavía ser testigo de lo que sucede por allá. Al parecer la plataforma agarró nueva fuerza y en un movimiento interesante, se alió con editoriales, librerías y medios para crear un primer concurso de novela breve erótica (pornográfica, creo, decían los primeros carteles). En las bases hicieron una acotación para aquellas novelas que fueran más jugosas y que trataran problemáticas, o presentaran escenarios LGBT. El premio es una formalidad: un iPad y la publicación en papel.
Teniendo el concurso en la cabeza, me fijé que Ángel Valenzuela (@metaficticio en twitter) decidió entrarle y seguí con interés su aventura. Conocí a Ángel en uno de los encuentros del FONCA del año pasado, me pareció un buen tipo. Me gustó que se arriesgara a publicar su novela en internet (y en Novelistik, además). No sé por qué pero mucha gente de mi generación todavía le tiene miedo a eso. A veces me da gracia, otras veces me parece genuinamente trágico. Supongo que algunos se guardan porque creen que sus primeros piensos merecen un diminuto ecocidio. O están esperando que Random House Tusquets Santillana Siglo XXI Era Alfaguara Hiperión Anagrama descubra su luz y, así como los mirreyes convierten a las chachas en celebridades princesas Disney (©Televisa), los grandes editores encontrarán un Xavier Velasco en alguno de nosotros.
A saber.
La novela de Ángel tuvo buen recibimiento y varias sorpresas: incluso Pedro Sola ha recomendado con entusiasmo Northern Lights en redes sociales. Eso me pareció inesperado y fantástico. La novela de Ángel provocó la reacción de una luminaria. Pero ¿vale la pena leer la novela? Reabrí mi cuenta de Novelistik, tomé aire y decidí entrarle a la lectura de monitor, uno de los asesinos silenciosos y más placenteros de nuestros tiempos.
Ángel Valenzuela cuenta la historia de dos amigos: Demetrio y Andrés (quien será el narrador de la historia). Ángel enseñó el colmillo y se decidió por un argumento sencillo, legible, para desmenuzarlo a lo largo de varios capítulos: Andrés es homosexual y está enamorado de Demetrio, Demetrio está comprometido pero antes de casarse, quiere hacer un viaje por carretera, de México a Canadá, para ver las luces del norte (la aurora polar). Ambos amigos aprovechan el viaje solitario para confesarse, descubrirse el uno al otro. El road trip, como viaje a la memoria, nos muestra desde la niñez de Andrés (su sexualidad temprana) hasta el quebrantamiento del primer amor, el ideal, (Demetrio se muestra como lo que es, no lo que pudo ser).
Aunque la novela es obligatoriamente predecible y no puede librarse fácilmente de uno que otro lugar común, explora una faceta no siempre obvia, y muy necesaria, de la sexualidad humana: el cuerpo es una puerta para todos los placeres. Es nuestra cabeza, nuestra cultura, los errores de los padres quienes ponen los cerrojos para hacerla ruidosa, pesada, impenetrable. Ángel nos muestra, a través de imágenes poderosas, el deseo de Andrés que, en sus palabras, simplemente es un hombre que le gusta acostarse con otros hombres.
En una breve exploración entre el deseo y el amor, la novela es un viaje para recoger símbolos, interpretar nuestra sexualidad con el reflejo de Andrés (sin importar si somos heterosexuales, homosexuales, pansexuales) y tomar un poco de su experiencia ficticia para rellenar los propios pedazos. Una especie de kintsugi, como lo llama Andrés. Esa imagen será un anuncio y, quizás, un reflejo de lo ambiciosa que es esta novela breve. Aunque sufre algunos vicios de la publicación en línea (la inmediatez del send), vale la pena su lectura: es breve y es amena. Si gana el concurso o si algún editor decide tomarla, quedaría una novela interesante, sabrosísima, no sólo por su algarabía erótica sino por la segunda voz, esa que nos habla a nosotros y, por una rendija, ilumina nuestro cuerpo y nos deja entrever otros deseos.
Ángel platica un poco del proceso de creación en su blog y también nos muestra la lista de canciones para el road trip, así como la ruta (en Google Maps) que siguen Andrés y Demetrio, por si después de leerla les interesa extender el viaje.