Scorpio

Quizás uno de mis episodios preferidos de los Simpsons, tal vez el número uno, es el segundo de la octava temporada: Homero consigue trabajo con un hombre llamado Hank Scorpio. Y tiene nombre como de villano de James Bond porque precisamente eso es. La manera de revelar esto es tan sutil y maravillosa, que es un excelente capítulo para mostrarle a alguien cómo funciona el tiempo en la comedia y quizás, un poco más lejos, en el arte de contar una historia. La progresión de lo sutil a lo explosivo y sin perder la gracia o el control. 

Adiós, adiós

Creo que es el último episodio donde los Simpsons son los Simpsons; es su primera despedida, y se transforman súbitamente en otra cosa: abandonan sus papeles definidos para convertirse en muñequitos para jugar. Es como si aquel episodio fuera un aviso, una de sus primeras y muchas muertes en los más de veinte años de transmisión. Los personajes abandonan su desarrollo y rechazan (o abrazan con frenesí) los atributos que uno tenía en la cabeza a favor de contar una situación, un chiste, una anécdota que sólo un grupo de universitarios entiende porque estuvieron ahí. 

El burlesque 

Quizás el episodio del burlesque es uno de los que me confunde más. Aunque tiene momentos chuscos, me cuesta trabajo superar la repentina estupidez de Lisa y los exagerados valores morales de Marge. Claro. La madre es una aguafiestas por naturaleza, es un estereotipo inagotable, pero uno de los aciertos del programa era la sexualidad y el deseo latente de Marge Simpson. Sexualidad que no estaba reprimida ni frustrada pero que a través de pequeños instantes, presumía a un televidente atento. Quizás una de las primeras reglas era que Los Simpsons no debían ser unos frustrados sexuales. Regla que se agotó en siete años. 

Lisa ama a los abusadores

Lisa se enamora de Nelson y Milhouse es una apología del friend zone. Lisa, en otra huida de su carácter, contra todo feminismo e inteligencia que la caracterizaban, se hace novia de un abusador y además trata de convertirlo en un hombre decente. Quizás en uno de los momentos más tristes de la televisión, cuando Lisa comparte eso con su madre, Marge gañe como un perrito resignado:  “es que sí puedes cambiar a un hombre, sólo necesitas paciencia, tan sólo miranos a mí y tu padre”. 

Así, lo que diferenciaba a los Simpsons de otras familias televisivas, con cada chiste de los ocho años, muere despacio y prepara el camino para diez o quince años de absurdo justificado: “somos una caricatura. No tenemos sentido”.