Esta semana, mientras corría porque yo sólo escribo cuando escribo de correr, pensaba en el Purgatorio. ¿Por qué? ¿Será porque fui fumador muchos años y ahora mis pulmones, en un acto de rebeldía, me hacen sufrir cada paso? ¿O será porque nuestro purgatorio es un país gris, de matices y reinvenciones, de protejamos al niño guapo? Y así solapamos la franqueza de un mentiroso, y adoramos su hartazgo cual si fuera el truco habitual cuando se acusa a alguien de cometer un crimen, y le permitimos seguir gobernando en este pedazo de tierra de lechuzas, ocelotes, nahuales y datsuns? Purgatorio: mientras corro pienso en la madre de la bella durmiente, quien era mitad ogro, y en un arrebato decide llenar un pozo de víboras, serpientes y ranas. Nadie sabe por qué lo hace, pero hace su voluntad de reina y al final del cuento la vemos ahí, echándose de cabeza al pozo, porque le gana el enojo de verse cachada como una sibarita de carne joven.

Quizás pienso en el Purgatorio porque estoy leyendo Preacher, de Garth Ennis, y hasta donde va mi lectura hay mucha plática de Dios, del cielo y del infierno, pero entonces cierro los cómics y enciendo un cigarrillo imaginario y me pregunto, muy filosóficamente, dónde está el nivel medio, dónde está realmente. En mis clases de catecismo, cuando era joven, los sábados a mediodía, recuerdo a una monja joven, delgada y medio nerviosa, la cual siempre tenía una muletilla que hacía nuestros encuentros un poco incómodos, porque siempre los chamacos cabrones la molestábamos. Pobre. Pero ella trataba de explicarnos acerca de Dios, del Diablo, del Purgatorio, de la Confesión Íntima y Personal con el Cielo que en un Aprieto (Se Salió el Coche de la Carretera, ¡Piénsale en Dios en Chinga!) nos Salva del Pecado. Durante mucho tiempo me hizo pensar, vaya, qué trampa, Dios somos nosotros, por eso tanto cabrón roba y mata, y plagia sus tesis y sus tareas, pues si Dios es un capricho del corazón, y sólo necesitamos cerrar los ojitos, dormir un poco, y soñar con el perdón, por qué diablos hay tanta culpabilidad y tanto crimen, por qué. Pero la monja tuvo una ocurrencia, porque se daba cuenta de su pequeño error metafísico que a muchos nos costaría la fe y a la iglesia le costaría las limosnas, y nos dijo al final: pero tengan cuidado con esta técnica (¡dame tu fuerza, pegaso!) porque se pueden ir al Purgatorio.

Entonces ella empezó a contarnos del Purgatorio y eso me hizo feliz. Me hizo feliz que existiera un lugar donde se puede vivir, como en la Tierra, en una real incertidumbre donde no sabes si estás haciendo lo correcto, donde nunca terminas de aprender quién eres y cada mínima decisión está rompiendo una injusticia o está dando nacimiento a quien sabe qué infortunio en China. Entonces preguntaba qué pecados debía cometer para llegar ahí, qué ofensas necesitaba repetir en mi vida. Pregunté a la monja si podía medir entre mis confesiones y mis malos actos, más o menos hacer un balance, para asegurarme la entrada en ese lugar. Pero por qué quieres llegar al Purgatorio, me preguntó enfadada, si este es como una extensión del infierno. Y eso no lo pude aceptar, porque ya llevábamos varias clases describiéndolo como un lugar grisesón pero amable e independiente, a gusto, entre Gustave Doré, William Blake y Frank Miller, y ya me estaban cambiando la jugada otra vez porque estos chavos de hábito y sotana nunca se ponen de acuerdo y luego dicen jaladas por las cuales piden perdón, pero encerraditos, porque uy no se vayan a derretir si piden perdón en público.

Pero seguí preguntando: ¿Y quién es el administrador? ¿Dios o el Diablo? Los dos, dijo en un arranque desesperado, los dos siempre están decidiendo porque les gustó el jueguito de Job y se hicieron su casino personal. Entonces me interesé más porque si tenía razón, al menos en ese país, uno podría encontrarse con Dios o con el Diablo, y uno podría preguntarle como compas de qué se trataba el juego, como un libro de Quíhubole con las patatas pero verdadero, sincero y honesto, con el alma en juego y el corazón en la balanza. Entonces la monja derrotada me dijo: Mira, el Purgatorio es donde descansa el Diablo y pone algunas duras pruebas a la gente para ver si ellos se van al cielo, pero no son castigos, son pruebas. A veces puede ser una sopa de letras, un sudoku; a veces pide una traducción de diez mil palabras para dentro de tres días y en otras ocasiones le pide a los gordos un maratón, y a los flacos que se coman diez pasteles, y a los machirrines progres que vayan a ponencias de violencia de género dadas también por machirrines progres. En una ocasión, figúrate, le pidió a un mirrey imbécil que no comprara su tesis, pero que la hiciera. Imagínate al piadoso Señor de las Tinieblas presentándose en persona para pedir lo imposible. El Diablo, sinceramente, descansa en el purgatorio porque como deja pruebas absurdas y pueriles, tiene un poco de esperanza en que la gente hará lo correcto. Y a veces tiene razón, el 59% del tiempo tiene razón, y abre las puertas del Purgatorio al Cielo y permite que un alma, o diez almas, asciendan hacia el Paraíso.

¿Y Dios, le pregunté? ¿Qué hace Dios cuando él pasea en el Purgatorio? Mi niño, me dijo la monja, sus ojos de súbita compasión y de ternura, nunca quieras encontrarte con Dios en el Purgatorio. Nunca.