Para probarme a mí mismo que siempre puede ser peor, esta vez escribo mi columna en una boda. Soy un personaje de loca comedia americana. Mi primo político acaba de patear un balón de fútbol para sacarme de esta importante tarea mientras un grupo musical toca el YMCA en vivo. Toda la noche me he preguntado dónde está mi caballo viejo. No sé por qué, pero algunos jóvenes cargan máscaras de cartón con la efigie de Donald, de Clinton, de Britney y de un emoji de su elección (historia de cómo el Unicode ganó una guerra underground).

Hablando de emojis, recuerdo la historia de los tres changuitos chinos: no hables, no escuches, no mires y en algunas provincias asiáticas incluyen dos changuitos más: no cojas y no seas. Qué irritante es el budismo. Si jugamos lo suficiente, en una de esas las princesas Disney también formarán parte del vocabulario sms y podremos incluirlas en uno que otro poemoji. Transmutación del alma en Ariel, Bella y Aurora.

Esto no es una digresión. Hoy descubrí una similitud extraordinaria de las muchachas en una boda con las villanas de Disney. ¿Qué habrá sido primero? Quizás una muchacha tabasqueña despertó y decidió que debía verse como Úrsula, la bruja pulpo del mar, para rendirle un homenaje frente a una cruz. Diosas desafían a los dioses. Quizás todas las maquillistas tienen impresos cartones con caricaturas para usarlas de referencia. O puede ser lo opuesto: se decidió que todas las brujas, villanas y reinas malvadas debían aparecer maquilladas en estas caricaturas como una manifestación, un mensaje subliminal que confirma su obsesión por robarse al príncipe y reemplazar a la novia en el momento de la boda. Intercambio relámpago. Por el maquillaje no se iban a detener, claro que no, las sicópatas histéricas piensan en todo.

Para ser villanas y ambiciosas, estas muchachas, sin embargo, bailan el ritmo del fracaso. El DJ puso un rato de pop latino y reguetón. Mientras los videos en los monitores mostraban hombres robustos, peligrosos, de voces armoniosas y tuneadas, bailando frente a muchachas de nalgas gruesas y vibrantes, picky, picky, taxi y qué cuerpazo tiene Shakira; las villanas de la boda bailaban parsimoniosas y tímidas. Qué blandas. ¿Dónde está la juventud que avergüenza a los adultos y amenaza con quebrar los valores occidentales? ¿Dónde está la promesa del Señor de las moscas o del Battle Royale? Pero eso sí, las señoras impecables perrean mejor que sus hijas. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Pero al final hay que agradecer: hay mezcal, hay cigarrillos y el tlacuache se ha robado el fuego para traerlo a nuestra mesa. La pista a veces interrumpe su ardor para que los muchachos se tomen una selfie. Taguean, usan las máscaras de cartón que esconden sus otras máscaras y se ríen. No hay rebeldía en el baile porque están demasiado ocupados siendo ellos. ¿Recuerdan cuando nos angustiaba o nos alegraba la situación de estar siempre conectados, siempre comunicados? Llevo media hora con el celular en la mano y ni siquiera los viejos me han mirado feo. Veo en Facebook fotos de lo que está sucediendo en este instante y es breve, es efímero, pero también son para siempre. No somos sin esto, no somos sólo esto, pero también somos esto. Pero bueno, ya lo había dicho: el budismo son esos changuitos chingaquedito .