El desierto no ha cambiado mucho en 600 años. Pero el día de hoy veo un perro negro a lo lejos. Irrumpe la tranquilidad de la arena, de aquel pueblo abandonado que se llamaba Garalla y de la torre, especialmente de la torre. En el pasado, antes de convertirme en piedra, mi nombre era Chocolate. Habitualmente miro al cielo pero a veces, con la paciencia de la piedra, muevo mi cuerpo para ver el suelo y pienso en el pasado. Cuento los granos de arena porque no puedo morir.

Mi cuerpo se hizo piedra porque en mi última aventura soñé por primera vez. ¿Recuerdas, madre, que maté a un pulpo gigante, a un joven quetzalcoatli y bebí la taza de chocolate más grande del mundo? Además salvé a un joven guerrero humano, pero él perdió a dos hermanos idénticos y se robó las esferas de aquellas criaturas inexistentes; eran esferas que contenían sueños. Al final corrí lo más rápido posible para rescatar a una joven muchacha, la única joven que alguna vez me amó como a un hermano.

¿Recuerdas al mago oscuro y sus cigarrillos de manzana, a ese maldito traidor?

Mi primer sueño fue una dicha pero después toda dicha se convirtió en tristeza y me ha consumido. Ya no tengo piel, sólo soy piedra y grietas, y toda la sal acumulada de tanto llorar. No fue entonces que entendí que era un idiota y después de todos estos años, desentrañando el secreto de las nubes, pienso que ser un idiota era mejor.

Sentado en esta colina mirando al sur, siempre al sur, sólo sé soñar. La vida onírica, una perpetuidad no sólo por entender el sinsentido, sino para creer que todo puede ser mejor.

He visto a la torre de los sueños caer, piedra por piedra, el musgo necio e inmortal, los antropogólems dándole de puñetazos para romper sus piedras sagradas y comérselas. Ninguna estructura es infinita, no, el tiempo se hace cargo para regresarla a su origen en la tierra, en el polvo, igual que el tiempo se hace cargo de los seres vivos. ¿Es el tiempo el dios más poderoso de todos?

Seis siglos ponen a cualquiera filosófico.

Los quetzalcoatlis que antes poblaban sus cielos la han abandonado. Desde entonces los cielos son grises, un poco tristes, quizás porque las diosas lunares murieron, al menos una de ellas, y los sueños han abandonado al mundo. Yo maté a la diosa de los sueños, si tan sólo pudiera recordar su nombre. El día de mi última aventura me la comí y lentamente la digerí en mi estómago. En estos parajes hay deshechos de diosa y eso, tal vez no debería, pero me da un poco de felicidad. Mi madre se reiría de mi chiste. Pero ya no puedo llamarme Chocolate, ya no tengo padres o gente que me ame. Lo único que poseo es la memoria y los vestigios de divinidad, me he convertido en otra cosa, mi piel de piedra es un monumento al pasado. Cómo extraño beber un tarro de chocolate caliente.

Estoy solo, miro al cielo y no pasa nada. ¿Por qué sigo aquí?

Debí haber muerto ese día.

El perro negro viene hacia mí.

No sólo los quetzalcoatlis abandonaron el desierto de Garalla pero también los jugolares. No he visto uno en mucho tiempo. Quizás fueron a buscarse un mundo mejor, uno donde todavía pudieran bailar a los ojos de nadie. Los sueños son una melodía persistente que subyace en el mundo y nos mueve, nos empuja y nos enseña los pasos de los bailes secretos: el amor, la amistad, el coraje. Sin los sueños, sólo tenemos un mundo estático y gris, un desierto sin animalillos y sin torres enigmáticas y ancestrales.

Hablo como si quisiera arreglar las cosas.

No, no quiero. Pero quizás el perro negro sí quiere cambiarlas. Se ve bonachón, un poco ingenuo. Pero puedo reconocer su ánima traidora, sí, puedo presentirla; las pulgas brincan de sus pelos sucios y negros a más pelos sucios y negros; está a unos pasos, sus ojos amarillos y terribles me parecen familiares. Mi madre solía decirme que no debía mirar a los perros a los ojos porque podían morderme. Bueno, pero eran perros gigantes como nosotros. Había razones para tenerles miedos. A este puedo aplastarlo con un pisotón.

Se sienta frente a mí, mueve la cola en un vaivén lento y feliz, muestra unos dientes filosos y podridos. El perro está sonriendo. Creo que esto es una invitación. Sí, así se siente una invitación a una aventura. ¿Recuerdas, Dom? Aquella vez me invitaste a una aventura y me rompiste para siempre. El mago no me traicionó tanto como tú que nunca regresaste por mí y me dejaste solo. Pero yo tengo la culpa… Yo te lo pedí así, ¿no es cierto? Déjame solo, eso fue lo que dije. Déjame solo.

Sueños de un dios muerto

No culpen al perro