Facebook: quién eres tú (sé quién eres pero has cambiado mucho en veinte años, nuevas canas, las arrugas, tienes unos chamaquillos, unos dos o tres, le das like a las selfies de tus primas). Sé a dónde vas, dónde comiste el día de hoy, cuántos kilómetros corres al día y qué series de televisión estás viendo. Todos lo sabemos, ¿entiendes? Todos. El mundo lo sabe, puede tomar los datos y sacar todo tipo de estadísticas entretenidas sobre tu vida. Por ejemplo, ¿te imaginas? Un día doctor Facebook te pregunta: “¿estás deprimido?” y te enlista sugerencias de hospitales psiquiátricos. Facebook sabe que no te has levantado de ahí, quiere decirte que hay vida allá afuera, quiere motivarte a recoger más datos y socialices para recoger los datos del otro. No todo es el metro, la dignidad del empleo, las horas perdidas en los camiones que te tratan como una res pero hay restaurantes, plazas, consumo. Sabe que te gusta adornar tus frases de ocasión, robadas del Reader’s Digest, con fondos punk porque te gusta polemizar. Dos nuevas notificaciones, diez nuevas notificaciones. Hablas de Obrador. Quince nuevas notificaciones. Quieres guardar el teléfono, pero necesitas otro like y ardes en deseos de ir por un champurrado latte pumpkin guanabana. Necesitas otro like.

Instagram: un comercial. abajo, abajo. un cielo hermoso (no todo es la trampa de la vida diaria, los muros que nos guardan a los locos, mírame: soy libre, el mundo me pertenece, las nubes de este día son mías. mírame). selfie. un comercial. instagram me escucha, sabe lo que quiero, incluso más que yo. #cyberpunk. selfie en blanco y negro. tap tap. corazón. ¿cómo se dice? abajo, abajo, arriba. suicide girl. cheeky exploits. las primas. las hijas de mi crush de la infancia. híjole, cómo crecen. abajo, abajo. comercial. viaja. esos cielos hermosos pueden ser tuyos. esta comida mexican fusion fue preparada especialmente para ti. estos tacos o esta torta de autor. perrito. gatito. ¿eres un hombre de perros o de gatos? toma una decisión, hombre, o tómate una selfie, pero tómala después de cagar.

Twitter: dicen que nadie regula a los monstruos de Twitter. Te involucras, te entregas al flujo y surfeas en la línea de tiempo. Odias a los millennials pero también eres millennial. Tienes ganas de hacer un meme. Te dan un fav, te dan diez retuits, estás en la pantalla de los tuits sugeridos de miles de desconocidos. Escupes en la cara de los políticos y de aquellos artistas que te decepcionan. Ellos lo leerán. Respiras profundo y educas a Chumel Torres. Alguien tiene que hacerlo. Twitter te sugiere seguir a más gente y le haces caso. Sigues a mil, dos mil, tres mil personas. La regaste. No quieres saber de estas cosas. Alguien calle a Callo de Hacha. No hay manera de que puedas absorber todo el pensamiento breve del mundo. Te arreglas, haces terapia de limpieza, el método Konmari de los espacios digitales. Te sientes aliviado, igual que tú, otra gente ama los poemojis. Das unfollows, los anuncias, nadie se da cuenta. Pronto te sientes en verdadera sincronía con el flujo verdadero de Twitter, el único, el tuyo, pero un día usas un hashtag, un día se te ocurre opinar y vales madre. Alguien con más seguidores se da cuenta y cuando menos te los esperas, eres un sacrificio para el dios de los 280 caracteres. Necesitas otro fav.

Twitch: estamos jugando tranquilos. Recuerdos de tu familia reunidos frente al televisor para encender el Atari y jugar Pong. Miras a los muchachos locos, presumiendo sus juegos y piensas, sin saber exactamente por qué, que ellos son las verdaderas celebridades.

YouTube: Google analiza las expresiones faciales de los YouTubers más populares para cruzar los datos con los biométricos de la audiencia. Generan un algoritmo y una inteligencia artificial que puede simular estas expresiones faciales en el modelo renderizado de una muchacha guapa. Pronto, no sólo son las muchachas reales y bien intencionadas, pero también los personajes de ficción te enseñan cómo vestirte y cómo maquillarte. Un chavo sad expresa largos discursos sobre la fe en los tiempos interconectados frente a su webcam, de fondo parece la habitación común y corriente de cualquier chavo sad pero hay un glitch en un poster. Lo miras, quieres creer, pero escuchas una advertencia en tu cerebro, estás cruzando el valle de lo imposible. El chavo sad no es real, lo presientes, pero es muy difícil descartarlo porque sus expresiones son muy humanas y el algoritmo que genera sus discursos es excelente (su rostro ensombrece igual que el de un muchachito gringo que tenía su video diario y un buen día se mató). Google sigue estudiando los biométricos de la audiencia. Cuántos comentarios puede recibir y cuántos comerciales puede vender antes de generar el malestar masivo de su audiencia capturada. No se preocupen. Nadie cree que esto pasará a mayores.

Publicado originalmente en LJA.