Los arbustos musicales de Coedwig Ddu: en algún bosque de Irlanda, después de atravesar en auto sus extensos valles para llegar a los bosques de Glengarriff, es poco probable, pero podrías encontrarte con un claro donde crece un pequeño bosque de arbustos negros. No hay hadas o unicornios, o algunas otras criaturas que viejas bien intencionadas han pervertido con el ocio, pero sólo el silencio amable y repentino que introduce el rumor de los riachuelos y el parloteo de los pájaros. No parece excepcional, tampoco parece un laberinto, ya que puedes resolverlo fácil si mides más de 1.58 metros (recuérdese que en Irlanda es obligatorio el uso del sistema métrico). Si el tiempo te considera digno, y si alguna diosa céltica está de tu lado, notarás la secuencia de los sonidos. Los sonidos están programados. Silencio, riachuelo, pájaros, viento, silencio, pájaros, riachuelo, pájaros, etcétera. Su secuencia son instrucciones para recorrer el laberinto de arbustos, el cual se adapta dependiendo del oyente y el ritmo con el que desee recorrerlo. Dicen, por ejemplo, que los pájaros te dirigen al famoso arcoíris donde al final se encuentra la olla de oro. Dicen, del silencio, que uno puede encontrarse con la muerte más tranquila y bella del mundo. Parece que no, pero muchos ingenuos persiguen los arbustos negros porque buscan esto último.

El espejo en el espejo: durante años he buscado una explicación satisfactoria al laberinto de Ende. No la he encontrado, quizás la satisfacción está en la búsqueda. En lo más sencillo, el espejo es una descripción de las pinturas de su padre y no son cuentos, pero imágenes líricas de hombres que se admiran más allá de la sangre. Sí, el espejo frente al espejo crea el infinito y si te ves en él, tus personas se multiplican. Todas hacen lo mismo, levantan una mano, arquean una ceja y se sacan la lengua, pero ¿qué te garantiza que por dentro todos son iguales? Las aspiraciones de mi reflejo bien podrían exceder las mías. Ende y Ende, el hijo escribe de él porque lo admira y él pinta porque se ve en su hijo. Su relación, no sólo como familia, pero como artistas queda inexorablemente marcada. En alguna ocasión, Ende también se refiere al caballero ciego de plata, el arquitecto que levantó laberintos expertos. Los muros, los pasillos, las búsquedas, las bibliotecas y las torres. El cuento, quizás, es el laberinto perfecto por la constante de la búsqueda en un mundo de giros imprevistos.

El hospital de Ratfare: la última rata de 72 generaciones, llamada sujeto Be, tiene en su memoria genética el plano de 8274 laberintos. Los científicos, esperando meter en problemas a sujeto Be, echan a la rata a una construcción nueva y caótica, trabajada incansablemente por uno de sus mejores arquitectos, y la miran, sin ningún incentivo positivo o negativo, resolverlo en un tiempo récord de 2 horas y 32 minutos. Pronosticaban 26 horas. El arquitecto pronosticaba un triunfo eterno pero ningún laberinto puede ser irresoluto: su inicio también es la creación de sus salidas, los escapes para incentivar a los aventureros. Sujeto Be contrapone en su cabeza el total de los laberintos que ha recorrido y puede, a manera de cálculo, pronosticar formidablemente los pasillos, los arcos y las salidas. Pero sujeto Be no es tonto, reconoce lo pequeño de sus espacios, intuye que podría escaparse a un laberinto más grande. También siente una misión vital: necesita escapar para transmitir sus genes y otorgar a sus hijos, no, a toda su especie, la capacidad de contraponer 8274, ahora 8275 y 8276, estructuras que según él definen la totalidad de la inventiva humana. Los científicos anotan la edad de la rata en su carpeta: 102 años. Es hora de dejarla ir.

40 ojos de vidrio: todos los laberintos tienen varias escapatorias: la muerte por fatiga, sed o hambre; esperar a que los arruine el tiempo; seguir al minotauro que vive adentro de ellos; tener hijos o nietos para contarles historias y que ellos lo resuelvan; recitar las palabras mágicas para abrir los pasillos secretos; darle una explicación de las confesiones de San Agustín; si no son suficientemente altos, trepar los muros e irse por arriba de ellos; engañar al Rey Goblin para que cante una canción; dinamitarlos o usar un lanza cohetes para abrirse paso; pedirle paro a Hulk; hacer un mapa con lápiz y papel mientras lo recorres; meditar de manera sobrenatural para engañar al laberinto con que no deseas recorrerlo o bien, atraparlo a él dentro de tu propio laberinto de profundidad interior; recitarle poemojis para que se canse y se vaya y te deje en campo abierto, en el culo del mundo, mirando a un cielo de juguetonas nubes y te olvides de todo, incluso que alguna vez estuviste perdido.

Publicado originalmente en LJA.