Confieso que el género de supervivencia y asesinato es uno de mis preferidos: matanza hasta que sólo quede un hombre (o una mujer). Claro, no siempre se trata de que se maten entre sí, a veces el juego tiene un trasfondo político o reglas crueles. Este tipo de historia la he disfrutado en libros (The Long Walk, The Running Man, Lord of the Flies), mangas (Battle Royale, The Drifting Classroom) y películas (Battle Royale, y hasta cierto punto, las novelas de YA: Maze Runner y The Hunger Games, aunque les falta un elemento esencial: gore, mucho gore).

PUBG y Fortnite son los dos juegos que han materializado, de algún modo, el lado visceral de mis fantasías de supervivencia adolescente y desde que ambos videojuegos salieron al aire, soy un ávido mirón de Twitch para apostar con regularidad quienes mueren. Pero el único que he jugado es Fortnite… y eso porque es gratis.

En cuanto a Fortnite, la premisa es muy sencilla: 100 jugadores en una isla deben buscar armas y objetos que los ayuden a sobrevivir. Gana el último en pie. Durante cada cierto tiempo, se cerrará un círculo alrededor de la isla para reducir el espacio de exploración y matanza. Las armas son lo que uno esperaría de esta clase de juegos: rifles, escopetas, pistolas y ballestas. Hay vendas para curarse y jugos luminosos para aumentar la defensa (digamos que es una barra de salud adicional). El diseño es caricaturizado, lo cual permite añadir elementos absurdos y ridículos con facilidad, como la vestimenta de los jugadores o ciertas áreas del mapa que asemejan más a la leyenda urbana contada por un niño que un pueblo abandonado sin chiste o gris e hiperrealista.

La diferencia de Fortnite a su rival más fuerte (PUBG) es el componente Minecraft y es donde lo saboreo más como espectador, no como jugador porque cuando intento imitar a los chidos, me falta destreza y ganas de romper el teclado (me falta más bax). Los jugadores pueden juntar recursos en el mapa para construir fortalezas que los resguardarán para llegar al final de los encuentros. Son vitales. Durante mis casi treinta horas de juego he descubierto que gana quien construya el fuerte más feo y más alto. Mirar a los jugadores con experiencia construir sus estructuras para ganar posiciones estratégicas puede ser tan hipnotizante como ver a un profesional matar él solo a un equipo de cuatro.

Puedes jugarlo gratis y ganar las recompensas de pobres (bonitas, pero pocas) o puedes gastar unos diez dolaritos por un pase de batalla y ganar las recompensas de los opulentos (un chingo). Ojo: el botín que ganas a través del pase de batalla no te da una ventaja injusta sobre otros jugadores (mejores armas, por ejemplo), solo enriquece el aspecto y el desarrollo individual del mismo: vestimenta, pala, bailes y expresiones. Otra ventaja del pase de batalla y que expandió mi experiencia de juego: las misiones semanales, las cuáles son suficientemente variadas en su propuesta que te permiten explorar distintas expresiones de Fortnite.

Fortnite definitivamente es un juego competitivo y de matanza, pero tiene un curioso componente de exploración y mundo abierto. La isla es limitada y eventualmente aprendes sus posiciones y sus secretos, pero explorarla y vivirla de noche a día brinda cierto placer estético. El truco, según lo he aprendido en las misiones semanales, es escoger lugares aislados y lejanos para aterrizar y darse el tiempo de buscar objetos, recursos, armas y acercarse lentamente al círculo del conflicto. Claro, esta misma estrategia no es muy funcional porque si eres principiante, entre más sobrevives más te arriesgas a llegar hasta el final con los jugadores más agresivos y competitivos, pero también te da la oportunidad de ganar más experiencia y disfrutar del escenario, la ambientación y ponerle tu propia historia al encuentro que juegas en el momento. Esta propuesta narrativa me pareció inesperada, pero eficaz; la conclusión: un jugador de Fortnite quiere sobrevivir a como dé lugar en este mundo hostil y luminoso, un mundo gracioso y chusco que aparentemente esconde una historia cruel y de desencanto.

Al momento que escribo esta reseña, si entras a Fortnite y miras al cielo, verás un meteorito que está a punto de caer y de romper la isla. Imagina todos los fuertes que caerán bajo el impacto y todos los héroes que morirán sin haber cumplido su misión de salvar un mundo arruinado por la lluvia tóxica. Nadie sabe aún los planes de Epic con su epopeya multijugadora. Si paseas por las Torres, tu control vibrará para darte un mensaje en clave morse. S.O.S, ubicación: las Torres. Fortnite esconde sus misterios y propone juegos que van más allá de la matanza y la superviviencia, expande y complace al jugador curioso. Lo recomiendo y aunque es gratis, recomiendo la experiencia expandida de las misiones semanales, la cuál sale al costo de un juego indie multipremiado.