19:12 PM. Atardece, la vida en rosa, la brisa agradable que anuncia que ha terminado la tortura de los rayos ultravioleta, los zanates empiezan a rondar los árboles (quizás para delimitar su territorio antes de dormir, siempre me he preguntado porque murmuran de ese modo). Me gusta pensar, aunque sé que me equivoco, que a las 19:12 no habrá un muerto o un desaparecido más. Ninguna muchacha será secuestrada para ser vendida, ningún muchacho será invitado a ser sicario para alimentar a su familia y ningún político estará aceptando el siguiente soborno para cogernos a todos. No es la hora dorada, pero quizás una hora optimista: evalúas si es prudente ir por un esquite, un pan de dulce, un chocolatito caliente, un pozole para cenar y sentir la bendición de la comida. Misteriosamente, en este preciso instante me gusta recordar cuando era joven, el momento ideal para improvisar la noche.

16:08 PM. Entre semana escuchas el ruido de la cocina. La madre alza los platos de la comida para lavarlos. Entra a la cocina, se entretiene con el radio. El perro te sigue a todas partes, preguntándose si es hora de un paseo piadoso y tú enciendes el televisor porque es casi hora de la caricatura preferida. Cómo han cambiado las redes nuestros rituales; me equivoco: no hay radio pero Spotify o YouTube, no hay perro pero un pokémon y la pantalla plana está conectada a Netflix: tu caricatura preferida a la mano, sin dilaciones y sin comerciales. 16:08 PM es la hora común. Todas las horas son la misma. La elección de nuestros rituales depende de nosotros o sólo servimos a un caos de entretenimiento.

5:06 AM. Todos los hombres que suben al autobús junto contigo son presa de la misma desgracia.

3:22 AM. Dos hermanos se abrazan de madrugada. Acaban de salir del mismo barrio y de tomar de la misma botella. Compartieron a la chica que se desnudó para ellos y callaron, se miraron cómplices, cuando los otros hombres gritaron como animales. Usualmente, cuando están sobrios, piensan que son rituales primitivos y sienten que están por encima de la humanidad salvaje. Caminan tomados de la mano, uno de ellos podría caerse. Pinches putos, les gritan unos chacales y ellos se voltean para mentarles la madre. Cuando llegan al punto de dividir sus caminos, se revisan las camisas, se limpian con servilletas húmedas y, supongo es culpa de los excesos o de una vida duplicada, se echan a llorar.

56:37 JM. Si uno despertara en este lugar, donde se mide el tiempo de maneras extrañas, miraría al cielo y pensaría que es el mismo de la tierra. Tiene nubes, es azul, hay pajarillos lejanos. Pero entonces, al levantarse, y mirar que la tierra es un ojo, preferiría seguir dormido. Esto pasa únicamente a las 56:37 JM que es, en términos humanos, aproximadamente las 5:06 AM. Sólo los desgraciados están despiertos a esa hora.

11:11 AM. Si escribes lo que más deseas en forma de un palíndromo, aumentas la probabilidad de cumplirlo en un 11%.

21:09 PM. Esta hora me recuerda la niñez. Empezaba la telenovela buena y no podía resistir a Thalía, o a Lucerito, o a Edith González. Retrasaba la hora de hacer las tareas. Poco después, no tardaba en descubrir el fracaso habitual: no haría las láminas de dibujo técnico, para qué, si bien podía invertir mi tiempo en el televisor y la computadora. Hora mágica porque la madrugada avanzaba misteriosamente rápido hasta que la ruina cotidiana era inevitable. 1:15 AM. Suertudo y huevón me decía: “Cada lámina me la aviento en 15 minutos, no hay bronca, sólo son 6”. Cálculos del irresponsable y del que no ha dormido bien, hora bendita para los procrastinadores.

2:43 PM. La hora en la que he terminado de escribir esto. Desde que me hice esclavo del tiempo, también es la única hora en que procuro terminar todo lo que escribo.

Publicado originalmente en LJA.