Cuando la humanidad descubrió drogas para aumentar la expectativa de vida, tuvo que hacer pequeños reajustes en su ritmo. Entre más edades tiene la gente, también sobra el tiempo para inventarse burocracia y crearse cierta ilusión de civilidad. Quien espera está consciente de su condena, espera como puede junto con todos los demás; el tiempo se fuga mientras uno observa los detalles de una pared plana y gubernamental –inexorablemente verde manzana–, o la intensidad de los leds en una pantalla que despliega el turno, o la calva sin dignidad del señor de enfrente. No hay prisa, a buen tiempo, es muy poco probable que te mate la tosferina, el cólera, incluso el cáncer. No existe medicina para la incertidumbre pero los procesos para darle nombre a cualquier aflicción gozan de buena salud y mayormente sólo requieren la paciencia de uno.
Hace unos años quise escribir un cuento llamado Las esperas. Mal título, de menos facilón, y su premisa inicial, un hombre excesivamente paciente, cambió por un hombre que sale a comprar cigarrillos y se descubre protagonista de una búsqueda infinita (uno de los muchos divertimentos inocentes del diablo). Mucho de mi vida, igual que la de todos, se ha fugado en esperar: filas del súper, burocracia de luz y fuerza, filmaciones de comerciales. Por eso creí que sería fácil ponerlo en un cuento. Y no, es anodino y tedioso si uno carece de la carne para hacerlo. A pocos le importan qué he perdido 24 horas continuas en hacer un comercial (así mis días se fueron más de una vez). Son las horas que más lamento. El tiempo que nunca regresará. Sirva esto de moraleja igual de fácil que el cuento jamás me animé a escribir.
Mi nuevo doctor, oncólogo de especialidad, Menelao (no por rey, pero por la melena), miró la radiografía y sospechó timoma. No sólo por la mancha, pero también por los cambios de voz los cuales son muy característicos de ese tipo de cáncer. Encargó una tomografía y más estudios. En ese tiempo, venía semanas enteras al DF, solo y bien juansinmiedo, porque todavía tenía la esperanza de que fuera otra cosa. El tumor podía ser una bola de pelos, la broma de algún técnico incompetente, un bostezo de algún dios antiguo. Así aprendí que la esperanza no anula la incertidumbre, al contrario, la complementa. Huevos divorciados y café con leche. Aunque platicaba a menudo con mi amigo, Irwin, tenía tiempo para mirar el techo de la habitación donde dormía y pensar, pensar, pensar.
En la sala de mi primer hospital, afuera de la puerta de Oncología, me sentaba y miraba a la gente de otras aflicciones ir y venir. Poco a poco, a veces acompañado por Irwin, a veces por algún libro, aprendí a asimilar este nuevo aspecto de la espera: los hombres sin miembros, las mujeres llorosas, los bebés perdidos, los enfermeros dormidos y los rostros deformes. He visto a los hombres más tatuados y musculosos de mi generación doblegados por una bolita en el testículo. Lugares místicos donde la gente llora con facilidad, quizás en silencio, quizás escandalosamente, pero ahí están, sin bronca alguna, como si estas estructuras, estas sillas rotas y plásticas, estas luces patéticas y enfermizas, estuvieran diseñadas especialmente para ellos, para nosotros. Una arista cruel de los muchos rostros humanos, un escenario de guerras metafísicas y dudas rumiadas mientras se marinan los espíritus.
Una vez, una mujer hermosa cargaba un bebé en brazos. Los seis enfermeros de la sala se acercaron al niño, lo cercaron como si quisieran protegerlo de los tumores y los llantos silenciosos de los viejos, el silencio de los bienaventurados y optimistas es tan falso y doloroso como un cuchillo sin filo, y ellos un muro para detener las preguntas vitales y desesperadas, lo llenaron de mimos y de besos y recordé los cuentos infantiles que he traducido y todavía no termino, tan llenos de ogros y padres abandonadores y crueles. Me dio gracia la muralla blanca. ¿Cómo se llamará a un conjunto de alpacas? La madre estaba tan pasmada como todos nosotros. Pequeños milagros cotidianos. La arquitectura puede ser fea y podemos sentirnos estatuas de las ruinas, haz carita de muerto a ver si se te pasa, pero la vida nos delata.
Mientras esperaba mi primera tomografía, vi a una señora sola limpiarse las lágrimas. Poco orgulloso, me dije: sé lo que estás pensando: qué será de mí, qué será de mis hijos, qué será de mi familia y qué será de mi perro, y mi gato que nunca ha vivido afuera; he abandonado mi tiempo en todo esto que odiaba o peor aún, en todo esto que creía que amaba y definitivamente me ha traicionado. Y ahora aquí estamos, a la deriva, esperando la primera mención piadosa de nuestro nombre, limpiando nuestros mocos con las mangas de la camisa sin vergüenza, y ojalá que las miradas de un extraño no delaten verdades inalterables sino enigmas sencillos mientras esperamos nuestro turno en la máquina vieja y maravillosa que hará un velado mapa de nuestro cuerpo y nos dirá: aquí se encuentra usted, aquí se encuentra su muerte y aquí se encuentra su vida y este cúmulo de manchas, estos órganos con las siluetas de animales dormidos (el tlacuache se ha ido a robar el fuego para nuestros hermanos), estas son sus últimas oportunidades para pedir algo, ser algo y vivir algo. Usted sabrá. Menelao vio los resultados de la tomografía y me dijo: no es concluyente, sin embargo parece que se trata de un linfoma de Hodgkin.
Hay un chingo de linfomas. Igual que cada cáncer es distinto, cada linfoma tiene sus tratamientos y sus peculiaridades. Ni en eso podemos tener justicia.
Gracias, rey. Pero yo me encontraba en otro lado, haciendo cuentas, gugleando, mirando los porcentajes y leyendo los blogs de otros enfermos. ¿Saben? El linfoma de Hodgkin no es tan malo, es decir, no es terrible. En cuánto a cáncer maligno, es de lo mejorcito que te puede agarrar. En serio. Es un cáncer que está bien estudiado, bien medido, con un porcentaje bajo de sorpresas pero, vamos, sigue siendo cáncer. No hay nada escrito en piedra. Si la enfermedad es un cangrejo, es precisamente porque no camina derechito, pero de lado, como los alfiles del ajedrez. No te miran de frente, por qué, si puede apuñalarte por la espalda. Menelao me tocó los nódulos linfáticos, los apretó con ganas para que sintiera la urgencia porque yo no sabía decirle que necesitaba empezar a planear la huida. Entre más retardes tu decisión, dije Menelao, tus nódulos linfáticos van a interferir más en esta área, apretón, y tus cuerdas vocales quedarán definitivamente dañadas. Me hice consciente de las bolitas, empezaron a molestar cada mañana a partir de entonces y, cierta parte de mi coco, evaluaba la posibilidad de quedarme ronco porque… pos, qué tiene. Otro de mis doctores, el padre de mi amigo, me dijo: si lo dejas, lo único que va a pasar es que tu sangre empeorará y te sentirás más enfermo, como si no terminara tu gripa, y hasta que se vuelva insostenible; si tienes miedo y lo dejas, no pasa nada. Menelao me habló fuerte: dime qué quieres hacer. Qué sigue, voz cansada y rota, y risa de cerdo, de falta de aire, la cara áspera del fracaso. La biopsia para determinar la clase de linfoma y ver tu traslado. Hagámoslo.
Esa noche, después de llorar como un chamaquito, pero uno ronco que se excedió con el chilito miguelín, o un monaguillo abandonado por dios padre bueno de cielo, mandé un mensaje a mi esposa: te voy a necesitar, no puedo hacer esto solo. Ya mucho había hecho con subirme a las máquinas, y escuchar los probables diagnósticos, y ver a los monstruos en que nos convertimos cuando la biología enloquece.
Viajamos mi esposa y yo para hacerme la biopsia. En la sala qué antecede el cuarto de operación, acompañé a un señor y su hijo. La bata de hospital puesta y mi culo desnudo sobre una silla metálica. ¿No tiene frío?, me preguntó el hombre. Pues ya es lo de menos, le dije, si estamos aquí es porque estamos bien cogidos. Qué tiene algo de frío en las nalgas si ya vivimos con el culo al aire. Y el hombre empezó a reír, y reír, como se notaba que no lo había hecho en semanas. Y yo le sonreí. Su padre tenía cáncer de próstata. El esperamoma del macho. Sol me tomó un par de fotografías en mi atuendo preoperatorio. Quise recordar las esperas, el inicio de una caminata por este largo pasillo. Un enfermero muy amable me preguntaba de mi profesión, qué creían que tenía, me daba ánimos y pensé, este hombre es el indicado para estar en este lugar, en la antesala de esta incertidumbre, e hizo una pausa después para mostrarle a otra enfermera las fotos de su hija en su celular, y mientras más lo veía, su crucifijo de oro y su sonrisa impermeable a la sangre, me enamoré un poco de él como uno se enamora fácil de cualquier extraño que rompe la tristeza de una rutina, y me pareció gentil y nada miserable.
Cuento por lo menos tres eventos de esta chinga que hicieron el favor de moverme algo en el cerebro. El primero es la biopsia de los nódulos linfáticos. Es el menos doloroso, el más extraño y el más visible. Después de esto, me ha quedado una cicatriz en el cuello la cual suelo pensar cariñosamente como la puñalada de algún marinero en algún puerto del sur. La biopsia no fue dolorosa, pero desconcertante. El peor capítulo de “se-me-subió-el-muerto” de la historia. Plano en la mesa operatoria, sin poder moverme cada que sentía cómo abrían y empujaban la carne, cómo cauterizaban las heridas y arrancaban los pequeños tumores. Escuchaba a los doctores platicar, hablar de los tamaños de los nódulos y buscar cómo retirarlos, también los escuché hablar de cierta urgencia por cerrarme y sus intercambios cotidianos de gente acostumbrada a abrir gente. Aunque admito que me cuesta trabajo separar cuanto de lo que recuerdo fue verdadero y cuanto he solucionado con la imaginación, porque estaba cubierto, estaba inmóvil, sin poder dar rienda suelta a mis ganas de salir corriendo, actuar en consecuencia a los espasmos cada que sentía la intervención de alguno de los instrumentos. El culo al aire. Erick Cartman en la mesa de los alienígenas. No me sorprendería si mañana puedo sacar una antena por el culo.
Menelao confirmó a través de la biopsia que se trataba de linfoma de Hodgkin y dio la orden para mi traslado. Mi esposa apenas tuvo tiempo de escucharlo y cuando salimos de ahí, poco a poco, después de haber digerido las esperas y la información, de haber iniciado el largo proceso hacia la verdad, pude darle a Sol una versión condensada de mis pildoritas del saber, todo lo que recogí después de semanas de espera y vivir aletargado frente a los médicos, los técnicos y los blogs de cáncer. Cancer.org para el alma. Menelao me puso una mano en el hombro, la apretó con cariño. Te irá bien, me dijo. Pues, a saber, ¿no es cierto?, le respondí, la mitad es el carácter pero la otra mitad es el cuerpo y si el cuerpo da otra instrucción, qué se puede hacer. Menelao me sonrió. No le permití alguna babosada del échale-ganas, antes de que lo hiciera le di las gracias. Mi remedio de vida, por extraño que parezca, aun si quedo en el porcentaje malo por algún misterio biológico, es saber la verdad. La verdad siempre me ha gustado. Menelao, sin saberlo, me dio la mejor medicina: a partir de ese día, mi camino ha sido trazado gracias al nombre que tiene la enfermedad.