Salvar dos vidas: el argumento de unos señores arrugados como pasita, cual si toda la vida estuvieran rompiendo bolsas de líquido amniótico. “Salvar dos vidas”, nótese el lenguaje hiperdramático para reclamar el cuerpo femenino como una propiedad merecedora de justicia. El manifiesto divino no sólo es una ficción peregrina, quizás es humana y como todo lo humano, propenso al error y la maldad. Contemplo y medito; estos señores, mientras jadean como perros y tapan la boca de su pareja no por la erótica de los gemidos interrumpidos, pero el placer de corromperse a través de la fuerza, continuamente desarrollan una ficción donde no sólo poseen, pero transforman al otro en una incubadora biológica para perpetuar la justicia de sus genes. Los hijos no pueden morir porque son nuestro conocimiento, la breve permanencia de una historia personalísima. Qué va a importar si el otro está de acuerdo, siempre y cuando sus entrañas sirvan a un propósito superior, el propósito de dioses ambiguos, viejos y rotos. Dioses aniquilados dominan los discursos del presente.
El viaje estelar de un feto ingeniero: abandonar los genes en el cuerpo de una mujer no convierte a ese cuerpo, mágicamente, en algo que sea nuestro en un 50%. La mujer es la mujer y sólo se pertenece a la mujer; el hombre, toda la vida, ha luchado por tenerse a sí mismo e inventarse frases mamalonas como que un sólo hombre es todos los hombres. Qué cabrón. Las luchas son desiguales (qué fácil es pensar cuando tienes espacio para hacerlo), pero el propósito es el mismo: mi vida es mi decisión. El feto ingeniero, el cual sueña los desarrollos civiles de puentes que unen países, continentes, universos, es una bestia mitológica. Los fieles depositan en esa maraña de células la proyección de una vida mejor cuando, en realidad, deberían dejar de tenerse miedo y hacerse cargo de la propia historia. Incluso, como gente, apenas somos células, naturaleza programada, tumores que deben aprender a cuidarse a sí mismos, a los otros y el mundo en el que fueron depositados.
Satanás, el caballero argento: niños pobres corren con los pies desnudos por los callejones de buenos aires. Piden para no ceder a la locura del hambre. Hombres trajeados, políticos y orgullosos, tiran un pan duro porque las monedas están reservadas para sus monaguillos preferidos. Puedes ver a los dulces señores en televisión, argumentando con toda seriedad que restos humanos son utilizados para darle color a la pepsi, y cómo la gente se atreve a comer gente, qué le pasa a la civilización, por qué diablos somos tan atroces de consumir un refresco endulzado con rumores. Mientras tanto los niños pobres, niños hambrientos, niños descompuestos de extremidades delgadísimas y voces quebradas, niños que cantan bajo la lluvia y muerden los restos de un choripán mohoso se reúnen alrededor de una fogata donde satanás les regala, por piedad, un poco de sol y de historias. No les da de comer, no, porque Satanás mismo reconoce los límites de su piedad: él también fue abandonado por su padre.
Tres semanas de gestación: Argentina no está tan lejos de México. Tenemos todas las oportunidades para perpetuar la barbaridad.
En mi opinión testicular: mi cuerpo es mi cuerpo y el tuyo es el tuyo. Claro, jugar a los perritos y las mascotas en un sentido meramente erótico, quizás furro, es solamente eso: un juego; después cada uno se va a su casa, solo con sus pensamientos, su biología, su maldita independencia. Uno diría que esto es obvio, pero ese chocante “yo soy yo y tú eres tú” es una frase que tiene sus complejidades gracias a las minucias del derecho, de la moral, de los otros. Antes de proceder, uno debe chutarse kilos de retórica, moralina y legajos para confirmar lo que sí se puede hacer con el propio saco de carne o si uno está incurriendo en crímenes o pecados. Si tu cuerpo está procesando algo que sobra, desperfectos o parásitos que no deseas, debería ser tuyo el derecho de extirparlo e iniciar un proceso de recuperación. También, claro, debería ser tuyo el derecho de transformar el parásito en un sueño de carne humana y después, quizás, imaginarás sus hermosas posibilidades en este mundo cada vez más carente, más plástico, más ardiente. Pero pasito a paso, tampoco nos adelantemos a tragedias tempranas. La pelea, como siempre, es eliminar a los viejos que se aferran con uñas y dientes a sus sillas altas, señores que no pueden comprender la historia de los cuerpos ajenos y se regodean en la pobreza de los otros, y una vez eliminados, extirpados del poder, con pincitas, del vientre de la madre patria, entonces sigue exigir a la nueva humanidad una libertad sencilla, al menos una muy básica: la libertad legal de hacer lo que necesites para reapropiarte de tu propio cuerpo.