Leer para ser mejor persona: no te hace mejor persona, no necesariamente, pero abre las posibilidades a mejorar tu persona y aspirar a ello, en un mundo injusto y cruel, no está nada mal; es decir, quizás la ficción te prepare para la tragedia que vivirás en el futuro o sabrá deshilachar los sentimientos tan confusos que tienes en esta etapa de tu vida. La lectura es, además del entretenimiento, la muerte lenta del ocio, el cúmulo de la memoria humana, exploración y búsqueda. Encontré mi verdadera sonrisa entre las líneas de un poema de William Carlos Williams (so sweet / and so cold). Confronté mi idea del suicidio cuando, en aquella novela, abrí una puerta de piel púrpura.
Pasas las páginas para olvidar: que estás enfermo, que no sólo te consume el tiempo pero la biología de una enfermedad innombrable y enarbolada, que eres una cabeza solitaria y colocada en la secuencia de otro millón de cabezas, que suenas como un imbécil mientras abres la boca y tratas de construir la arquitectura de una ciudad de ideas, que tu cerebro está cansado porque lo ha consumido la contaminación y los químicos y los remedios veganos, que completamente ignoras los caminos tecnocráticos y sinuosos que tu vástago caminará y tú no podrás comprender porque has atravesado el umbral de la compasión y la tolerancia, que no tienes poderes en este mundo abierto para explorar todos sus peligros, todas sus maravillas, todos los recovecos donde se esconden y hacen nido sus animales formidables y mitológicos. No, no olvidas. Recreas.
Rumores dicen que es la vida del autor: no crea nada. No lo crea ni tantito. La figura del autor lentamente está siendo reemplazada por el ejército de la gente que lo carga. Los consumidores no pueden cargarlo mucho tiempo, depositan a su ídolo en las playas de un país desconocido y buscan uno nuevo. Yo sería feliz y desdichado mientras miro a toda esa gente irse porque nunca he estado ahí pero suena agradable mojarse las piernas con el agua salada. Hacerse la figura del autor, construirse una personalidad lo suficientemente seductora para justificar la publicación de ciertos piensos y literaturas, ya es un proceso muy cansado y muy discutido. La gente tiene demasiado tiempo: no sólo busca la desconstrucción propia o la justificación de sus propios horrores, pero desmenuzar los mecanismos interiores del pelmazo al que le tiraron una moneda o seis meses de su vida. (Pista: pelmazo). Lectura intensa y sesuda de los tuits escritos por Nuestro Autor. El autor feliz, al principio, está en contra de Monsanto y cree que la bisexualidad es una opinión. Las mujeres son las mejores secretarias, dirá una autora neoyorquina lesbiana de una serie popular de libros y hágale como quiera para no escuchar una indignación extraña y confundida. Rompa a sus ídolos, son gente y al libro déjelo ser libro.
El perro negro de la lectura: leer no te hace mejor persona. Hay biblias negras disfrazadas de libros de autoayuda y caminos metafísicos e impuros disfrazados de novelas de literatura infantil y juvenil. Los lectores degenerados juegan constantemente con la fragilidad de esta realidad y de incontables otras. Mi vecino, el señor Calavera, ha perdido abundantes manadas de perros curiosos y hambrientos en los laberintos que descansan en su buró. ¿Oyes cómo ladran?
La lectura es tu deber cívico, tu deber moral: no iría tan lejos. Devenir payasito de rodeo. Hay gente que goza el proceso de la lectura en un TV Notas y por alguna extraña razón, en las revistas de Niurka y Galilea consumen historias que satisfacen y alimentan algún jardín interior. Digresión: un profesor de preparatoria nos llevó cajas y cajas de su libro y dejó de tarea comprarnos una copia, comentársela en un ensayo breve. Otros ciento veinte pesos que tuve que pedirle a mi madre porque me iba a arrepentir si no me llevaba aquella obra seminal de la literatura. Dice mi editorial, dijo el profesor, que es el mejor libro que han publicado a la fecha. El libro se llamaba “un jardín dentro de mí” o algo así. Trataba de un chamaquito que cultivaba su jardín interior a través de la amistad, la lectura, el conocimiento y otros payasos metaficcionales. Autoayuda descarada o infierno disfrazado. No sé cuántos abismos he cruzado después de haber leído la tinta de aquellos árboles muertos. Han pasado más de 15 años y todavía siento algo de pena ajena. Juzgar ya no me corresponde. Los jardines de otros, estoy casi seguro, deben ser los más hermosos.