Mi compulsión de vida me empuja a coger. Sí, claro, trato de controlarlo pero quiero coger y seguir cogiendo, incluso después de haber terminado siento una vehemente necesidad de seguir penetrando. Si antes necesitaba tocar un cuerpo, si antes necesitaba acariciarlo de modos controlados y perfectos, hoy necesito vaciarme, necesito dejar una huella en la carne del otro para saber que he vivido (la famosísima memoria de la piel). Qué ordinario, sí, pero también se me cae el hocico si no acepto que así lo necesito. He pensado que debería controlarlo, controlarme, quizás debería darme cuenta que este deseo animal sólo es una extensión del problema que tiempo atrás me está empujando a la carcajada fácil y los sentimientos viscerales pero hasta el momento no he despedazado a nadie con el deseo. Tal vez.
Antes de enfermar seriamente estaba meditando mi pansexualidad para llegar a un acuerdo cómodo con la misma. De algún modo había terminado una serie de búsquedas para comprender mis necesidades eróticas. La pansexualidad, en apariencia, es algo sencillo: no hay nada más mamón que llegar a una orgía, decir que te gusta todo y empezar a apretar genitales a diestra y siniestra. Pero ya, en serio, una cosa es saberlo y otra verbalizarlo. He tenido encuentros sexuales con hombres, mujeres y transexuales; encuentros donde me sentí cómodo y en pleno control de mis gustos y mis placeres (excepto aquella vez que me excedí con la mota, pero hey, tenía diecinueve años y sigo recordándolo como algo gracioso, una anécdota que sólo podemos compartir dos personas).
Soy un pansexual un tanto difícil porque también me gustan los encuentros memorables, no me gusta decir que inteligentes (aunque sí, por joder). Aunque la inteligencia, vaya, reconocer que el otro es más inteligente que yo, que sabe muchas cosas que yo desconozco, que puede contarme historias de lenguas misteriosas y ocultas, inevitablemente me pone. También busco que haya buen humor y enamoramientos verbales. Bromeo con que además soy sapiosexual, pero quizás lo soy (la broma, sin embargo, es más divertida). Un juego verbal para mí siempre es importante (y si le ponen una pizquita de sadomasoquismo, no me quejo, pero nos podemos ahorrar el cuero y las cadenas. Lo hablaremos en otra ocasión).
Este último párrafo quizás explica la tardanza en asumir mi posición. No cojo fácil y no cojo con cualquiera, aunque mucho tiempo, quizás, he dado la impresión de que sí.
No me involucro con el otro a no ser que la historia tenga un progreso interesante, que me interese al punto de enloquecer y dudar de mi mismo, o que sienta una persistente necesidad de seguirlo escuchando. Quizás no parezco ese tipo de obsesivo, pero lo soy, lo soy cuando pican algunos botones y habrá algunos que se arrepientan de conocerme así, pero habrá otros que se rían y me recuerden con cariño y, si tuvimos suerte, un poquito de melancolía. Claro, si tomamos en cuenta que en este momento de mi vida tengo la compulsión del sobreviviente, picar un sólo botón no es muy recomendable que digamos. Suelo controlar muy bien ciertos aspectos de mis necesidades afectivas. Pero hoy no.
Mi pansexualidad me ha permitido, en ciertas cuestiones de memoria, por respeto y juego, eliminar la tiranía del género cuando recuerdo a mis parejas. No creo que sea lo mejor, sé que es egoísta, pero siempre he soñado con un mundo de caricias más abiertas y son los mundos que he aprendido a buscar a través de la seducción y el consenso. Hay gente que lucha dolorosamente contra un sinnúmero de instituciones por asumir su homosexualidad, su bisexualidad o superar una desgracia que consideren propiamente biológica; yo no he luchado hasta el día de hoy porque, igual que el suicidio, hablar de mis preferencias sexuales era un tema prohibido en mis ensayos, artículos o ficciones. Prefería y probablemente seguiré prefiriendo que la gente piense lo que quiera sobre mí. Si creen que soy capaz de chingarme un pepino, está bien. Además tengo cara de ser un latino internacional medio bien; eso hace muy fácil suponer que soy algún tipo de macho o de aliado feminista. Eso también me parece muy bien. Si soy sapiosexual, obviamente me PONE la gente que me ahorra discusiones estériles.
Hoy levanté esa prohibición porque no tiene caso seguirse guardando cosas. Es noche de levantar prohibiciones.
A un lado de Sol he descubierto mi vida erótica de muchos modos así como ella ha descubierto la suya. Hemos aprendido, por ejemplo, que en nuestra relación ninguno se pertenece al otro pero cada quién es suyo. Me ha tomado tiempo entender esto pero ha sido vital para desarrollar un amor como el nuestro. Es fácil pensar con esta declaración toda clase de dislates eróticos, situaciones exageradas y libertinas donde toda la noche es barra libre, pero en realidad me estoy refiriendo a algo más básico como aceptar la existencia del otro y eso, ojalá me perdonen, es igual de contemplativo (por no decir aburrido) que cualquier otra rutina en la vida de una pareja casada. No, no nos verán en páginas de swingers o cuckolding. Somos otro cuadro; si miras con atención, verás que el otro se desarrolla, cambia y sigue creciendo muy a pesar tuyo. Ella habrá hecho sus propios descubrimientos, así como yo he descubierto los recovecos de mi propia sexualidad hasta llegar al punto de aceptarla y entender que si encuentro alguna situación interesante, muy posiblemente me veré atraído a ella hasta sus últimas consecuencias.
El amor no sólo se define con cuerpos y caricias, con rutinas y coreografías bien practicadas, pero en la contemplación y la distancia para que el otro desarrolle su persona. No hablo de ser-solo, aún en pareja, pero mirar al otro, no hacerse ciego ante el desarrollo y sus actos en ciertos eventos, no sólo los críticos pero también los rutinarios. No debe ser doloroso ver cuando el otro triunfa, cuando el otro ha descubierto caminos más hermosos que el tuyo en términos de aprenderse o descubrirse. No hablo de los aspectos eróticos, pero también aspectos en la vida intelectual y sentimental. No hay amor incondicional, eso no existe, cuando aceptas que los términos están constantemente mutando.
Entonces, ¿en un paraje aparentemente tan inestable, cómo sé que amo a Sol y ella cómo sabe que me ama a mí? Bueno, ella tendrá su respuesta. Cuando le di el anillo, le dije que no sabía si sería para toda la vida, que soy lo que soy, y que esto que era iba a estar a su lado el mayor tiempo posible. Una piltrafa pobre, ahogada en deudas ajenas, con una familia menos que terrible (y hermosa, a su modo, pero son terribles). En ese entonces también pensaba que el amor estaba condenado a fracasar, a terminarse, a convertirse en una bestia con otra cara (me burlo de eso a menudo cuando, sí, hablo del amor como la bestia de las múltiples caras. El amor es puto Satanás). Quién iba a decirlo, encontré la solución cuando nos descubrimos solos, impulsándonos el uno al otro para que fuéramos mejores, para que desarrolláramos versiones más completas de nosotros mismos a pesar del sacrificio que ello significa: hemos cambiado tanto, ella y yo, en estos últimos 11 años de matrimonio que ya somos otros, versiones mejores que pueden gozar otra vida, otros placeres, pero aquí seguimos.
Disfrutemos el tiempo que nos queda, ¿vale?