una obra artística interminable: porque las hay, al menos en la imaginación son posibles, renglones fractálicos de creación y júbilo: libros infinitos, colchas generacionales, la melodía del mundo recogida por músicos desde el inicio de los tiempos. Puedes imaginar a tu narrador y cómo escribes dos o tres capítulos diarios de aquella novela que siempre has querido publicar y ese placer discreto, que obliga una sonrisa animal, nadie puede quitártelo aún cuando te consumen las horas de la oficina, del auto, del tráfico, de las clases sin inspiración. Un escultor empieza con una piedra en el jardín comunitario y súbitamente el impulso de euforia lo invita a diseñar un cañón, después el mundo subterráneo, tallar discretamente todas las piedras de la Tierra hasta hacerla suya desde África hasta China. Siempre escucharás que la vida no alcanza, alguien traerá pilas de trabajo para dejarlas sobre tu escritorio o te darán el primer anuncio de una enfermedad mortal, y quizás pienses en todo ese tiempo inútil, desperdiciado, pero seguirás imaginando delirios infinitos para hacer soportables algunas tardes, algunos días.
un cálculo increíble: la insistencia de que seamos una simulación extremadamente compleja para sacar un resultado.
el testigo perpetuo: un alienígena cabezón nos mira desde la luna, atestigua el progreso de la humanidad y sus héroes. Está condenado: mire cuánto quiera pero no meta mano (o métase mano usted solito, pero será juzgado por, actívese la reverberación: LA HISTORIA). El propósito de algunas vidas es solamente observar y hacer una recolección de dolores o de placeres. Ahí después viene el juego de la intuición, adivinar el futuro, predicciones de súper computadora cuántica y todos los puntos metafísicos que pueden ganarse por tener la razón. Después de todo, bien sabemos, no existe paraíso o infierno; nadie hará que rindamos cuentas por este jueguito mamón de los karmapuntos.
los encuentros felices: algunos consideran que su familia y sus amistades son esa “obra artística interminable” que aspiran a construir. Los hijos son el mundo reconstruido, una segunda oportunidad para explorar lo que aún es desconocido (aún, y se dice con cierta arrogancia). Una sucesión de reuniones para hablar de nostalgia y redescubrir acuerdos, la planeación de las bebidas y los dulces engaños para atravesarse en el camino de vidas ajenas, plantarse en el origen de posibles enseñanzas. Recordarán nuestro rostro y nuestras palabras por alguna razón: el corolario, el chiste, el chascarrillo, la furia rutinaria y necesaria para no rendirse. Encuentros felices, quizás, de los maestros con sus alumnos porque desean revelar algunos pensamientos, algunos datos que podrían ser vitales para enderezar caminos y no ceder a las ruinas de la ignorancia. Encuentros nunca consumados cuando topamos a las personas que siempre vemos pero con las que nunca hablamos porque no pensamos sean parte de nuestra historia, de nuestro tiempo, pero ahí están también, preguntándose nuestro nombre, el destino, o cuánto nos duelen los zapatos.
el papirrey de la metaficción: ¿y si no solamente eres el narrador de tu propia vida, pero eres un personajazo de la misma? Uy, ya te viste, hablando en stream of consciousness cada capítulo, davidfosteriwalalalizándote el corte de uñas pensando en flujos cochinos y masturbaciones complejísimas. La felación perfecta de Murakami y la culminación de la misma, pa qué avisar, cuando ya está vibrante y encendida en llamas. Las copias de las pinturas de Rojo cuando narran una historia, como si fuesen una de mil noches para el deleite de los cansados. Ratner en Nueva York imaginándose matemáticamente capaz de construir una novela estridente, una enigma imposible, pero que será olvidada por generaciones de lectores incapaces. Desentrañar las voces para encontrar la opción correcta, la que justifica decisiones vitales; crear los cimientos de una vida a través de las ficciones que nos han acompañado desde niños, desde jóvenes, de aquí a la tumba para que los espíritus pronuncien nuestros epitafios.
las papitas y el refresco: en Glass, de Shyamalan, coquetean con la idea de un grupo humano que vigila a los seres humanos extraordinarios para detenerlos y entorpecer la evolución. Esta última es una obsesión de los últimos tres o cuatro animes que he visto: si el humano empieza a creerse capaz de cosas increíbles, cuidadito, puede destruir el cosmos. Los villanos se encargan de detener a los héroes, de frenar el desarrollo que los llevará a un siguiente paso (¿de consciencia? ¿de felicidad? ¿saber la verdad nos hará dignos de ser dioses?). Lo de Shyamalan es un guiño a Earth X, pero uno medio chafón y complaciente. Usted nomás imagínese millonario y empresario. Jim Krueger y Alex Ross concluyen que todo súper poder tiene la posibilidad de alterar la realidad, de convertir a su portador en un dios. Rei Anayami observa a sus seres queridos y los transforma en el jugo de naranja que puede persistir en la consciencia, cada uno con su propio cielo y paraíso del subconsciente. Somos dioses de nuestra propia realidad, pero, pero… como estamos atados al subconsciente, limitados por nuestras propias limitaciones (mentales, sobre todo), pues es imposible tener lo que queremos. Tóquese canción del Tri: no siempre se puede tener la razón. ¿Una papa?
la inexistencia como propósito: se vale estar y no hacer nada más.