Hay un puñado de verdades incómodas sobre lo que nos provoca Greta Thunberg que, en realidad, según mis piensos, no tienen nada qué ver con ella o con su discurso. Es cierto que su carita es medio chueca como la de una muñeca, pero también es cierto que tiene un acento encantador e hipnótico al momento de expresar su ira. En México, el nivel de la discusión va desde que es una conspiración, señalada gracias a nuestra mesías Paty Navidad (pero no es cosa de ella nomás, un buen de personas piensan lo mismo y cómo no: el mexicano vive de las conspiraciones porque en 100 años de política nunca ha tenido el placer de un gobierno más o menos limpio) hasta aquel meme nefasto que usan para desacreditarla y la ponen cara contra cara junto con un chamaquito que trabaja en el campo. Algunas otras personas, por extrañas razones, en chinga sacan su acordeón de pantones —o de colores Comex— para ver cuan blanca puede ser la niña (unos dicen adolescente, pero no sean así, es una niña). Del otro lado, quienes la apoyan, también usan unos discursos más o menos simplones: “es que la morrita está poniendo el dedo sobre un tema del que nadie sabía nada, ¡pero nadita!” y luego viene una persona cansada, ojerosa y francamente harta a educarnos sobre cuántos activistas han asesinado este año, y el año pasado, hace dos años, y hace diez años, por defender sus territorios.

En fin, que razones sobran para hablar de ella y hay una libertad amplia para aplaudir o criticar su discurso, el cual no sólo compete a una realidad global, pero también afecta a una realidad localizada pero de otros modos. Ningún mexicano está sinceramente preocupado por el calentamiento global cuando, por salud y porque, supongo, disfruta lo que puede llamar vida, está agarrado con uñas y dientes a la existencia en su pedacito de tierra. Estamos muy lejos de ese nivel de discurso, incluso cuando nos creemos cercanos a él, o lo suficientemente doctos o informados. No creo que tú tengas la culpa, o que la tenga yo. Tampoco creo que sea sano pretender que Tláloc está perreando durísimo para arreglar la capa de ozono.

El punto es, que este malestar que siento, y creo que sienten muchos otros mexicanos que la ven y la escuchan: una mocosa de 16 años tiene un desarrollo tan confiable en su vida, que puede llegar hasta las estructuras más altas de la civilización europea (ay, jaja) para expresar, al menos expresar con una soltura teatral y apasionada, sus malestares que aparentemente son tan pesados como el mundo entero. Greta está encarando al poder en el mismo terreno del poder y eso es admirable. O al menos están representando un buen teatro (perdón, recibo mi award, y le digo a la audiencia: “es que soy mexicano”). Cuando uno aquí se queja, por ejemplo, de un ligero aumento en el recibo de la luz, puede que te caiga Fulanito Contreras con todo el manual del buen corrupto para que le pases una lana, rapidito y de buen modo, y si no te parece, a ver si no te echa a su primo, el Chucho Sicario, para que aprendas la ley del barrio a base de machetazos de ónice. Quizás puedas expresar tu malestar en Facebook, o puedas hacer un largo hilo de Twitter que será faveadísimo por algunos cabrones más jodidos en Uganda, pero la mayoría hará una cara de: “este enfadoso cabrón, ¿qué no entiende que todos sufrimos igual, como hermanos? Por qué se cree tan especial este men”. Supongo que a nivel nacional, a nivel nopal y águila, esto es lo que admiro de Greta y quizás es una aspiración válida, una aspiración que cualquiera de nosotros debería permitirse: el deseo de que cualquier chamaquito mexicano, o quizás hasta los viejos lesbianos de nuestros tíos, por qué no, pueda un día presentarse al Consejo de las Naciones Unidas, y exponer un caso sincero de por qué les molesta tanto el remake de Cuna de Lobos sin atravesar tantas estructuras siniestras, politizadas y corruptas, que sepa si llegue intacto, o vivo siquiera. Es decir, pues, que con tantos muertos en una fosa, eso del calentamiento global nos parecen cuentos chinos, y ya todos nos hubiéramos mudado a Canadá para salvar a los ositos coca cola, de no ser porque allá hace mucho frío y no crece fácil el tamarindo.

No me malinterpreten. Creo que está muy bien apoyar a la muchacha, y creo que está muy bien criticarla, pero no se olvide que cada uno vocifera al internet desde el pequeño cubículo que tiene para existir como se puede, con las pequeñas felicidades que pueda asir con sus manos y no va a querer abandonar uno así como así. En mi caso, por ejemplo, así como lo veo, yo a mis 16 años ya estaba predestinado a trabajar para seguir pagando mis deudas y verme atrapado en este horrible sistema capitalista (pero no el capitalista romántico, del gringo, no señor, pero el capitalismo de corrupción, nihilismo y chile de árbol que tanto nos gusta). Tampoco odio mi situación del todo, pues me ha proporcionado mis juguetes y mis libros. Y todavía me permite algo de libertad de expresión, pues aún puedo escupir sobre la cara de Javier Duarte mil veces, si así lo quiero, y sobre todos los políticos cínicos, corruptos y mentirosos, hasta el día que los illuminati decidan que ya me pasé de vergas y me lleven de la mano a mi fosa.

Sé que estiro la relación entre ambas cosas, pero creo que por ahí va aquello que nos impide hablar con Greta. Creo que antes de aspirar a solucionar el terrible tema del exceso de ganado en Tamaulipas, pues tendríamos que solucionar el exceso de sicarios. La violencia, el narco, los feminicidios, la corrupción y, a veces, el Tren Maya, como siempre, son esas pequeña chingaderitas que nos impiden disfrutar el sesudo tema que le compete a nuestra pelotota azul, esta donde vivimos. Ese es el mejor deseo que tengo, quizás la aspiración máxima, que podamos vivir en tanta paz que no sólo uno, o dos, o diez chingones puedan participar en estas discusiones, pero que todo mexicano tenga el potencial de llegar al podio para hablar de la época dorada de Thalía como las Marías, si así lo quiere y si no, pues que lo dejen rascarse la panza a gusto, solventado por un sistema tan chingón que ni los inútiles tendrán por qué sufrir. Después de todo, no todos tienen que “entrarle sabroso al debate, lic” cuando puede vivirse muy a gusto de recitar poemitas sobre Zacatlán y de paso mirar las nubes.