Josefa: compendio humano de frases y de chascarrillos, bromeaba a costa de los defectos de los otros. Solía decirme: “Hoy vienes muy gallito, ¿eh? Así que hoy le tiran los patos a las escopetas”. Se lo robé y hoy en día, a la menor oportunidad, permito que su espíritu me posea para decir este encantamiento o algún otro en su nombre. Tenía frases peores pero, hogaño, nos guarde dios corrector de expresarlas. Cómo jodía a los débiles y los heridos. El mundo ya no es apto para ella, si esto es bueno o malo, nadie podrá decirlo con certeza pero me gusta imaginar que, sin importar el mundo, los tiempos, nos hubiéramos reunido. Yo para aprender de ella y ella para tener con quien hablar. Josefa, después de dos o tres cubitas, contaba las historias de sus fiestas en Acapulco, de los millonarios que rechazó porque invariablemente se sentían atraídos a su formidable estatura y su voz grave, y serena. Era una persona difícil, algunos días doy gracias a que separamos los caminos, pero otros días la extraño como un crío porque no hay nadie como ella.
Killer: ¿pueden los perritos tener un alma o hice la pregunta para abrir la puerta al calabozo de los inquisidores? ¿Y si Satanás, o Buda, Amaterasu o algún otro dios misterioso, para desafiar al dios cristiano decidió insertar un alma a los perros? Perrito blanco e inquieto, todavía puedo escuchar el eco de sus patitas que suben, bajan, recorren las escaleras y las habitaciones. Su fantasma, cuando se distrae y regresa a su morada terrenal, se oculta en los pequeños lugares: un huacal en el piso, debajo de una mesita de café o sobre una almohada cualquiera. Cuando me siento perdido o cansado, tan sólo necesito tomar una siesta, y algunas veces abandonará su estado metafísico para poner su lomo contra mi espalda; entonces dormimos acompañados, como si pudiésemos restaurar la jauría y desafiar el terreno de lo vivo y de lo muerto. Recuerdo de un navegante onírico, vigila desde la sombras a los desvelados y los exfumadores, estos últimos que siempre piensan demasiado.
Manuel: cada día que pasa, me pregunto menos por qué te asesinaron. Ojalá tu espíritu sea tan liviano y sosegado como imaginaba tu vida.
Hixam: el muchacho cuelga de las vigas de su casa. Péndulo joven y trágico, atormentado. Imagino que se colgó usando la corbata de su padre. Nunca pudimos ser amigos, nunca me animé a saber más de él. Santo patrono de los arcos, también me recuerda al cadáver sin nombre que vi una madrugada, suspendido, saliendo de la mano con mi abuela de aquella unidad habitacional. “No lo veas”, me dijo, “está dormido. Ya descansa, ya no tiene frío”. Obsesivamente regreso al momento donde compartimos un cigarrillo y cada quien vio su destino, lo inexorable.
Chino: el viejito cabrón se reía de mi barba. No decía nada, solamente la señalaba y se reía. Luego se palpaba una barba imaginaria y continuaba riendo, como algún pirata de las películas. Eventualmente se la dejó crecer. Acariciaba su barba y me señalaba la mía, y reía distinto, casi cómplice. Quizás después me confesó que era buena para el frío poblano. Nos dábamos la mano como si nos tuviéramos cariño. Supongo que en su paraíso personal, está nadando en Acapulco, flaco y semidesnudo, con una sonrisa tan larga como su cuerpo y cuando se aburre de ser feliz, cuando lo fastidia el mar y el calor de no hacer nada, abre su sombrerería en el mundo espiritual. Trabaja y trabaja, siempre trabaja, trabaja ciclos de eternidad. Sigue vendiendo sombreros, los arregla para sus clientes viejos, suspendidos en cierta época, mientras espera a su esposa, mientras espera a sus hijos.
María: cuando te extraño, imagino un puente de flores. Estamos en ambos extremos, pronto cruzaremos caminos. No siempre son flores amarillas, como las de nuestros días tradicionales y muerteros, pero también son rojas y violetas. Cuando nos topamos, entonces caminamos juntos como solíamos hacerlo, nos tomamos de la mano y caminamos en silencio, como solíamos hacer cuando yo era inocente y tú me protegías. Perdóname, he tenido amplias oportunidades para alcanzarte y revivir nuestra comedia de pares, pero aún no tengo ganas de subir. Perdóname, he hecho todo lo posible para sobrevivir. Quizás, si somos afortunados, en el otro lado no tendremos por qué encontrarnos pero seremos un anhelo pasajero, una feliz coincidencia. Tú me entiendes.