Se requiere una firma al momento de entregar el paquete: en una Ted Talk, vi que si uno deseaba presentarse como un gorila alfa ante el mundo, debía alzar los brazos, o básicamente buscar una postura que extendiera la presencia física a lo largo y ancho del infinito mundo (ya vi que alguien alzó la manita allá atrás, no me discuta la infinitud, el mundo, aún inerte o agotado, nos sobrevivirá a nosotros y para mí eso ya es una medida que sobrepasa mi imaginación, es un infinito poético, qué lastre explicar estas cosas pero hay que darse el tiempo porque luego los comentarios son mordaces, y duelen en un costado, y uno se pregunta si alcanzará el whiskey para una dura evaluación de vida y reconocer donde estuvieron los errores como, por ejemplo, decir que el infinito es poético en vez de una medida, un concepto fascinante pero con reglas, bien lo sabía Borges). Decía de los gorilas y de la gente. Si vas a una entrevista de trabajo, alza los brazos, espabílate, unos treinta o sesenta segundos y después, supuestamente, eso ajustará a tu cuerpo para dar impresiones de liderazgo y de fortaleza animal. Si no buscan a un papanatas, como suelen hacerlo, esa podría ser la ventaja que necesitabas para conseguir la gerencia, el puesto de top vendedor, el uber de 9.8, el escritor que gana premios alfaguaras y es verdaderamente inmortalizado en la página de los memes literatos.
Su paquete está en tránsito: los libros, desde el principio, son un acto de destrucción. Quizás algunos contengan el conocimiento, quizás otros consigan encerrar las aristas del sentimiento, el deseo o el porvenir humano; pero la mayoría de ellos es la transmutación de los árboles para complacer cientos de misterios de pertenencia: lo quiero porque es bonito, lo quiero porque me gusta la portada, lo quiero porque el libro contiene la única y primera verdad sobre mi existencia. Cada uno de nosotros, de acuerdo a sus propios criterios simbólicos y amorosos que tenga sobre el libro, sabrá si vale la pena el sacrificio de árboles que estamos haciendo por el consumo de alguna literatura, pero antes de criticar la maquinaria literaria porque, seamos sinceros, es un tanto ingenua e inocente a comparación de otras; la industria de los libros no es tan rapaz como una Coca-Cola.
Una empresa socialmente responsable: Coca-Cola pide ayuda para reciclar sus botellas en una de esas campañas masivas que aparece en redes sociales (ya nadie ve la televisión, espera, ¿nadie? ¿acabo de descubrir que soy su target?), además intentan transformarlo en algo divertido, lo jueguifican: “¡Ayúdanos a cumplir nuestra meta para el 2030!”. El cliente no sólo así es responsable de la destrucción masiva por la cantidad monstruosa de botellas de plástico y agua azucarada, pero también es un jugador del mundo post-apocalíptico que se avecina, un apostador por la salud del planeta. ¿Pero a qué nos enfrentamos? ¿Cómo podemos detener a los osos polares apócrifos y los santacloses demoniacos? Cuando se habla de Facebook, de Microsoft, de Apple, de Tesla o de Amazon, se tiene el nombre de una persona en la punta de la lengua para la queja, la culpa, el escupitajo. Pero el monstruo de Coca-Cola, ¿quién es? ¿Tiene nombre? ¿Es como Baal, el señor de los miembros y la putrefacción, un conjunto de cadáveres con una conciencia unificada y limitada? ¿Es un avatar del espíritu que aboga por el robo del agua, la destrucción de los bosques, el amparo de las teenagers casi sexualizadas de los comerciales en los últimos 25 años? ¿Acaso es la personificación del monstruo blanco y alto que está encerrado en la prisión de 2666? Bueno, la verdad es que todavía disfruto una que otra coquita con mi orden de tacos, pero la pido en botella de vidrio. Siempre.
Nuestro director soñaba con una librería infinita: Jeff Bezos está prisionero en la casa de Jeff Bezos gritando frenéticamente que el monstruo en las fotografías no es Jeff Bezos.
Mejor libro de no-ficción, Fahrenheit 451: un grupo de mujeres quemó un puñado de libros durante la FIL Guadalajara, libros aparentemente simbólicos. No he leído la nota, sólo he visto el título de refilón durante los minutos ociosos de Facebook, pero aún cuando soy un escritor eventual, no estoy en desacuerdo con arrojar a la hoguera unos kilitos de ficción, o de conocimiento. La mayoría de todo eso ya está digitalizado y, algunos podrían sentir tristeza, pero el futuro es digital, está lleno de todos estos espacios que no existen, el mundo de las ideas que crece más y más, y también hace raíces en el centro de nuestro planeta y como un dios tragón, desea quedarse con todo lo tangible. Pero decía: tragedia si se quemara Alejandría, otra vez. Creo que ni opinión merece el evento cuando, como todas las acciones que han ocurrido en los últimos veinte años, es obvio que están dando el grito para pedir ayuda: secuestran y matan a tantas mujeres en México, que no voy a impedir, y mucho menos con mis flamantes comentarios, que destruyan y rayen los monumentos y quemen cuantos libros quieran.