Ya nos regañó nuestro verdadero padre
Nuestro presidente de cabello blanco, dicharachero y orgulloso, rápidamente pasó de ser el padre que ha regresado de comprar cigarrillos —aquel hombre prototípico, uno arrepentido y preparado para solucionar décadas de abandono—, a convertirse en el abuelito que se le van las cabras y murmura locuras, pero locuras con un brillo de astucia en los ojos y por eso es difícil saber si lo suyo es locura con propósito, o nomás los impulsos caóticos de un necio. Gracias a la pandemia, se me ocurre que está transitando a un tercer papel: el del tío incómodo, ese que rodea con sus brazos las cinturas de sus sobrinas y adquiere cierta pose de cabaret. Pero, gracias a las estampitas de la virgen que han invocado a los ángeles y querubines, hemos invocado a la resurrección de algún dios mexicano en forma de subsecretario. López Gatell apareció súbitamente, como un ejemplo de fuerza verdadera para estos tiempos de crisis y angustia. Por aquí y por allá escucho los suspiros de las muchachas, de las señoras, de los jóvenes jariosos que amarían decirle daddy; acercamiento al dedo anular, no hay sortija de matrimonio, emoji de manita en la boca; se escriben artículos de “cómo un hombre sin masculinidades tóxicas está dirigiendo el rumbo médico de una nación en medio de una crisis de proporciones épicas”. En épocas de encierro voluntario, de cuarentena ascética, algunos hemos encontrado entretenimiento en tratar de entender el enigma del subsecretario de salud. Cuando ayer nos decía que la fuerza del presidente era una moral, hoy nos dice que esta es nuestra última oportunidad para quedarnos en casa; parece que lo han liberado de un embrujo, que ya no puede pretender porque la prioridad está en salvar vidas (o, bueno, el sistema). El viernes, por arte de magia, López Obrador dio un mensaje sensato, uno que finalmente contradijo todo lo que había dicho en semanas pasadas; por fin hizo su tarea, quizás, por fin leyó los documentos adecuados, por fin se lo dijeron en un idioma que pudo comprender. Cosas qué hacer en cuarentena: especular sobre cómo se mueven las piezas, qué se dicen detrás de los escenarios, inventar teorías de conspiración que nos mantengan distraídos en estos absurdos días de calor y de silencio; no resuelven nada pero son un consuelo.
Un rompecabezas de 5,000 piezas
Veo a mucha gente alterada, se entregan a los pasatiempos con resignación y neurosis, como si sus acciones no fuesen verdaderas o no correspondieran a sus personajes que con tanta diligencia o entusiasmo se han dedicado a construir, como si les doliera desperdiciar su vida mientras otros, los de su cabeza, allá afuera, todavía son productivos, son valiosos para el sistema. Probablemente piensan que al final de su vida, cuando crucen al otro lado, serán elegidos por el dios cucaracha para pasar al siguiente nivel de la simulación. Deja de pensar, permite que el calor te consuma el coco, deja que tu mente y cuerpo busquen actos automáticos. No tengas miedo, desempolva el rompecabezas de 5,000 piezas; no lo hagas bien, hazlo mal, rompe las piezas, recórtalas, pégalas con pegamento, revuélvelas con 5,000 piezas de otras cosas, hornéalas y hazlas pastel, maquíllalas para hacerlas un tutorial de YouTube, empieza un instagram live y pon a esas piezas a perrear o incomoda a los chavitos de Tik Tok con la historia del rompecabezas frankenstein, creepy pasta del 2020. Salinas Pliego dice que debes ser productivo o se caerá la economía, ¿pues sabes qué? Saca un crédito de Banco Azteca y nunca lo pagues. ¿Quieres escribir una novela? Cálmate, no tienes qué hacer tanto, también puedes cortar las páginas de los libros y revolverlas para construir uno propio, es tu decisión escoger cuánto sentido tiene tu obra falsa y prometéica. Haz lo que quieras, haz lo que puedas, pero deja de compartir información sin verificar en redes sociales, no asustes a los demás, la instrucción es simple: quédate en tu casa. Quédate en tu casa, cierra los ojos, cruza las piernas, haz un ejercicio de respiración. Inventa todos los mecanismos necesarios para construir el paraíso en tu prisión.
Los viejitos asustados
Vi a una corresponsal española en un video de Twitter, pidiendo a los reporteros que sean más cuidadosos con su sed de sangre por noticias tristes y desgraciadas. En España están viviendo el futuro de la pandemia, no se olvida, tienen dos o tres semanas de adelante. Allá leen notas como que se suicidaron unas enfermeras, los misioneros están muriéndose de a uno por día pero no pueden dejar de ayudar, la reina Isabel (¡dios bendito!) está contagiada. La corresponsal dijo que sus madres y abuelas, personas de 50-80 años, viven ya aterrorizados porque la televisión es la verdad, es la fuente primordial de noticias. Y la verdad, para muchos de nosotros, está representada en el flujo de las notas de nuestras redes sociales escogidas. Antes de llegar ahí, deténganse. Si quieren compartir, aprendan a contar historias alegres a sus viejos. Dedíquense, por ejemplo, a jugar un videojuego: hay muchos donde pueden vivirse vidas ajenas, o vidas alternas, como Animal Crossing, American Truck Simulator, Stardew Valley. Cuéntale a tus abuelos y tus padres cómo encontraste la espada de Zelda, cómo atravesaste los calabozos, cómo conduciste tu auto por las calles de un Neo Tokio simulado. ¿No te gustan los videojuegos? Entonces desempolva tus Mil y una noches, háblales por teléfono y haz el papel de Scheherezada. ¿No tienes voz para contarles una historia? Acércale el teléfono a tu hijo, grábalo para que cuente su caricatura preferida, dile que debe contársela completita al abuelo, que la abuela no sabe lo maravilloso que es el mito del tlacuache. ¿No sabes hacer nada de eso? Canta alguna canción. También los viejos necesitan cuentos para dormir.