Lozoya

El 2020 destapó una cloaca que ya veníamos oliendo unos años atrás. Dice el chismesote que dos de los candidatos presidenciales del 2018 recibieron sobornos varios, también dicen que el expresidente y su cuate, el que se iba a poner a aprender de relaciones exteriores ya en el cargo, también estaba muy bien enterado a dónde se iba a mover la lana. Unos para pagar campañas, otros para mover los mecanismos e impulsar una apresuradísima reforma energética. Pero esto todavía es un chisme de viejitas porque lo dice un cabrón tan sucio que posiblemente nomás está embarrando a todos los demás por gusto, diversión y conveniencia. Porque justo lo que necesita nuestro país son villanos y héroes, una narrativa convencional que lo mantenga ocupado, señalando con el dedote quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Es difícil descartar las acusaciones, pues supongo todavía no hay pruebas fehacientes, ya que, para el gusto de algunos paranoicos de la política nacional, era algo que se veía venir. La única y mejor verdad que tendremos son los tuits de los excandidatos y las mañaneras de nuestro viejo, que, en múltiples ocasiones, se regodea de su lento y pausado discurso para arrullar enojos. Otros dirán: ya nos sabíamos la historia, era una novela que ya nos conocíamos. Lo peor de todo esto es que la situación seguirá desarrollándose y como en muchas otras ocasiones, pasados similares en sexenios que se repiten, nadie nos dirá la verdad, pero quedará enterrada en documentos desaparecidos, periodistas asesinados, distorsionada en series de Amazon Prime, discursos políticos que pretenden redimir la calidad humana de las ratas que adoran sus garnachas, y sus restaurantes caros, y desaparecer muchachas. Ni modo, nuestras quesadillas no solo llevan huitlacoche (aunque no siempre llevan queso), pero una buena dosis de escepticismo y paranoia.

Altozano

Creo que ya acepté a YouTube como un reemplazo de la televisión de los domingos, la televisión del que ya no quiere saber más del día. Recuerdo, por ejemplo, aquellos fines de semana larguísimos donde toda la familia veíamos la caja: siempre en domingo, caricaturas de Disney, misterios sin resolver. No había por qué levantarse, lo mejor era seguir tragando y sacarse la pelusa del ombligo. Nos quejábamos juntos y nos regodeábamos del tiempo perdido. Mis adultos pensaban en sus responsabilidades, yo en que mañana tendría que ir a la escuela. Eso ya no pasa, ahora solo somos dos adultos (bien entrelazados, pero también cada uno con su vida interior e íntima) y un perro que duerme como los justos. Extraño, a veces, no siempre, el escándalo y la familia. Cuando veo YouTube y trato de educarlo para que me presente “lo que quiero ver”, no dudo, sin embargo, que probablemente estoy buscando ese sentimiento estridente: la infancia, el tiempo que se estira y se desperdicia acompañado de muchas voces, muchas lentitudes. El otro día vi un video de Jaime Altozano que te explica cómo ver YouTube. Habla de su inteligencia artificial (EL ALGORITMO) como una planta a la que hay que cuidar y regar, o como una mascota a la que debe entrenarse. Después da tips de cómo ver los videos en doble velocidad y subtítulos para absorber lo más posible, en el menor tiempo. No sé si quiero eso, quizás ya estoy poniendo un pie en el umbral de los viejitos quejosos. O quizás estoy descubriendo la verdad fundamental de un nuevo mundo, otra teoría de la conspiración: YouTube se está alimentando de nuestros impulsos melancólicos, es la energía que lo impulsa y que da vida a su inteligencia artificial; es el inicio de la mátrix.

Strogoi

Pero una mañana de sábado recorrí la lista de los videos recomendados, según el algoritmo de YouTube, y todo me pareció aburrido y básico. La mayoría de los videos siguen las mismas pautas en los títulos: 100 tips para hacerse rico, las 10 mejores teorías de la conspiración según los illuminati exiliados, el sitio más peligroso del internet que jamás querrás ver, dieciséis pokemones que fueron eliminados de la franquicia porque su ternura era demasiado aguda y a todos los hacía llorar. Vi tres videos, tratando de superar los títulos facilones, y casi todos eran muy aburridos, empezaban lento, o respondía preguntas básicas para tratar de educarte, o tenían patrocinadores adicionales a los patreons que mantienen su canal y había que saltarse uno o dos minutos de publicidad. Quizás ahora entiendo por qué Altozano los ve al doble de velocidad y con subtítulos; él en realidad lo que quiere es leer un libro. ¿Por qué me fastidiaron tanto? ¿Necesito una pauta experimental? ¿O todavía no educo al animalito que vive adentro de la televisión inteligente lo suficiente para que aviente mejores cosas? Por otra parte, nomás de ocioso, puse algún video de una conspiración sobre un sitio web: Lozoya y sus marcianitos mantienen una página web donde se han robado el cerebro de la mayoría de los políticos mexicanos a través de la promesa de riquezas, lujuria y, por supuesto, el premio más alto: la verdad última. También habla de los jaraneros que pueden controlarte mentalmente con las coplas correctas y cómo puedes deambular por las calles de Guanajuato sin enfermarte de Covid con solo mantener el aura naranja activa. Me reí durante todo el video, pero a veces dudé, a veces dudé porque una de mis drogas, es que me gustaría creer que dentro de todas esas cochinadas que hacen Google y los políticos, hay una verdad superior. A la mañana siguiente, mi lista de recomendados se pobló de más teorías: la tierra plana, los hombres de tinta, los fantasmas del cenote, las nubes de cartón que esconden a los ovnis. Creo que no me bajaré de este tren en un rato, se vive tan bien aquí.

Publicado originalmente en LJA.