Vi a un niño en video el día de hoy y sus ojos hicieron una cadena invisible con los míos. No pude apartar la mirada, y para decepción de los pedofílicos, no era una mirada de amor sucio. Le tuve amor sincero a ese niño durante unos instantes, sus ojos estaban melancólicos. Me dio tristeza y me dije a mi mismo, “¿Qué los niños no deben sonreír? ¿Qué sucedió ahí?”, al niño en el video se le pidió una sonrisa, pero la sonrisa no era la más sincera y sus ojos no engañaban ni al más idiota.

¿Por qué no sonreía ese niño? No dejé de pensar en eso todo el día, y sutilmente nos damos una excusa todos los días para dejar de pensar en aquellos serafines, diciéndonos que no es nuestra culpa y no es nuestro deber, ¿Acaso no es así? ¿No es el deber de los padres mantener una sonrisa firme y saludable en el rostro de sus hijos? ¿El deber de todos nosotros, adultos?

El niño había sido violado en alguna parte de su corazón. Aunque no seamos paidofílicos en cuerpo, lo somos en mente, envidiamos esa inocencia y la desgarramos, la pervertimos. Es nuestro deber como adultos, nuestro deseo, recuperar la inocencia robada. Nos vengamos de nosotros mismos, pintamos ojos caídos en rostros infantes como si fuéramos artistas de cincel y piedra.

El niño no sonreía y aunque él no derramó la lágrima, yo la derramé por él.

Y así… querido diario, me doy mi excusa.