La niña caminó en el pasto, inconsciente del futuro, sólo de su presente. Sus pies estaban ya duros, por caminar sin zapatos y su rostro como resignado, esbozaba una sonrisa extraña de felicidad.
Su cabello revoloteaba con el viento, a la par de que escuchaba los lamentos de un sauce llorón que lograba tapar el sol con sus ramas. Escuchó a las ranas croando y a las aves que hacían un escándalo, imposible yo de describirlo, porque nunca las he escuchado como ella, que tan sólo por el canto les podía dar un nombre.
La niña pensó en sus hermanas y en su padre, un señor que trataba de enseñar a los pueblerinos como tocar los instrumentos, su padre sabía tocar el violín y a ella le daba un placer extraño, la música para ella era un placer. Trato de imaginarme su rostro, pero me es imposible… sólo podía vislumbrar vestigios de ello cuando la niña se había convertido en una abuela y me platicaba estos sucesos.
La niña paseaba en el campo, buscando la comida para su familia, ¿se imaginan esas responsabilidades puestas en alguien tan joven, cuando nosotros casi-adultos podríamos orinarnos de miedo tan sólo de pensarlo? Y se pintaba una imagen tan sencilla, cuando perseguía los conejos y lograba alcanzarlos, para después tronarles el cráneo y llevarlo para la cena…
Esta niña llegaba entonces, casi en el atardecer. La electricidad era un lujo en ese pequeño pueblito y no había motivos para descansar. Al llegar preparaba la masa para los tortillas, ponía el agua para el café o conseguía la leche en el pueblo. Le llamaban Félix, porque su padre quería un niño primogénito en vez de una niña. Y Félix era la mujer de la casa.
Seguro ese día, cuando se mandó a dormir… fue cuando soñó a su madre moribunda, dándole el mensaje de que estaba ya en el principio del túnel… tantas historias, tantas historias.