Capítulo I

El niño con una decisión importante

Iniciar el día para él era lo mismo de todos los días, sentir la luz del sol pegar en su rostro y retorcérselo hasta que abriera los ojos y decidiera moverse a una sombra cercana. Después se dedicaba a recordar cuando todo era más fácil, antes de la guerra, cerraba los ojos, recordaba a sus padres y se ponía a llorar.

Regresaba a dormir y dejaba que el tiempo pasara, hasta que abriera los ojos de nuevo y el día empezara cruelmente una vez más.

El niño pasó dos años en la misma situación hasta que cumplió los 9 años. Abría y cerraba los ojos, dormía y dormía, rogando al cielo que le dejara soñar con el pasado, lágrima tras lágrima, se las bebía y volvía a llorar. Se sentó en una gran lata, ya vieja y oxidada, se limpió el rostro con unas cuantas lágrimas, sonrió y decidió que era hora de dejar de llorar. Se puso de píe e inició su camino.

Sabía que debía de comer, pero hacía dos años que no comía nada, había cambiado mucho después de la guerra, todo era más extraño, recordaba que antes comía mucho, jamón, salchicha, carne, frutas como manzanas y plátano, vasos de leche en la noche con galletitas para dormir mejor, papas fritas y hamburguesas más un juguetito por la cajita alegre, ¿O era feliz?, ya nada era feliz en este tiempo, pero el niño se dedicaba a sonreír.

En la noche, a veces, cuándo esta era muy oscura, había luces que salían de la nada, explosiones de luz gigantescas que iluminaban todo alrededor, escuchaba gritos y lloriqueos que pronto se apagaban y se perdían, ya no volvía a escucharlos. Esto era cada vez que los destellos aparecían. No tenía ganas de llorar por las almas que se perdían, ya no, ahora sólo quería sonreír y estaba seguro que pronto encontraría un motivo que sólo le diera sonrisas.


–Hola –comentó el niño, una señora tirada volteó a mirarlo y le sonrió de vuelta.

–¡Qué tal!

–Usted… ¿Tiene hambre?

–Si, todos los días… las ratas son abundantes aquí, si quieres puedes quedarte conmigo, me ayudaría un poco de compañía –la señora sonrió de nuevo, el niño tuvo un pequeño escalofrío al ver la sonrisa y se le erizó el pelo de la nuca.

–Usted, ¿tuvo hijos?

–Si, murieron hace un poco menos de un año.

–¿Por qué?

–¿Qué se yo?, tifoidea, cáncer, gripa… ¿Qué se yo?

–No es cierto, usted los mató y los devoró, eran dos, un niño y una niña.

La señora dejó de sonreír y su rostro se congeló en una expresión asustada, miró a todas partes y una lágrima recorrió su mejilla.

–¿Cómo… cómo…?

–Lo se, nada más –el niño continuó caminando, disfrutó de la luz de sol y no le importó caminar entre los escombros, después de todo, sólo se vivía una vez. La señora sacó un cuchillo de carnicero escondido en su ropa, siguió al niño sigilosamente, tenía que saber.


Encontró una cueva después de caminar una semana entera, ¿O había sido un año?, muchas veces había escuchado el grito repentino de algún animal o de algún humano en su camino. Algún asesino estaba despierto y estaba siguiéndolo, eso no le importó, tenía que seguir caminando.

La cueva parecía habitada, se metió y llamó esperando encontrar a alguien. Por supuesto que lo iba a encontrar, el niño sabía.

–Buen día –llamó el Anciano, salió de una de las cámaras de la cueva, vestía bien, pantalón formal, camisa de cuello y un chaleco. Su ropa no era limpia pero estaba bien arreglada.

–Hola Abuelo –sonrió el niño.

–¿Ah?, lo siento niño, todos estamos muy dolidos y lo qué quieras por la guerra, francamente no estoy en condiciones de cuidar a un chamaco tan tierno y adorable como tú, arréglatelas como puedas, vete pronto, que va a anochecer y es cuando se pone fea la cosa.

–No, el camino me trajo aquí, ayúdame Abuelo a aprender, enséñame ¿Por qué ya no necesito comer?, ¿Por qué ya se las cosas de antemano?, siento una energía construyéndose en mi interior y no se que es, tengo la certeza de qué tu me puedes ayudar.

El Anciano hizo una mueca, miró al niño, recogió uno de sus cuchillos, metió la mano a un agujero, sacó una rata y la partió a la mitad.

–Tal vez tú ya no vuelvas a tener hambre, yo si me muero de esta, platiquemos, tú y yo.


–¿Sabes leer y escribir? –preguntó el Anciano de repente.

–Si.

–Bien, los necesitarás, es el poder de hoy en día o del futuro, no lo se, no he salido mucho y no necesito salir. En mis tiempos se devaluó el valor de un buen libro, todo cambió por la llamada cajita mágica, la televisión. Gran invento, si, para controlar a las masas, no tardará en regresar, tan pronto el humano quiera despertar de nuevo.

–Tal vez… tal vez, sepa cambiar.

–¿Eso te lo dice tú poder de saber las cosas?

El niño suspiró tristemente y bajó la cabeza.

–¿Acaso tienes todas las respuestas? –preguntó el niño, tratando de dar batalla, esperando lograr un poco de sabiduría y demostrar al Anciano que no era estúpido.

–Tal vez alguien más, Yo no, sólo tengo una buena idea de lo que es el mundo, mis años me ayudan y no quieras hacerte el listo jovencito, por qué solo la vas a cagar y quedarás como el estúpido que no quieres ser.

El niño se ruborizó y guardó silencio.

–He hecho un juego llamado ajedrez con pedazos de hueso de rata y una que otra piedra, ven. Te enseñaré a jugar, el ajedrez te da una gran perspectiva de las cosas, ¿sabes jugarlo?

El niño respondió que si, al menos pronto sabría jugarlo, estaba seguro de ello.


El niño alzó el libro y se dedicó a leer, pronto se cansó su vista y decepcionado dejó el libro a un lado, movió las piernas jugueteando y pronto volvió a dormir. El Abuelo miró sonriendo al niño y el sentimiento de amor que había muerto en su interior volvió a nacer. ¿Cómo era no posible amar a este niño tan espontáneo y a la vez tan común antes de la guerra?, ¿Cómo era no posible no sentirse su abuelo?


Un árbol fuera de la casa del anciano, casi muerto ya, con manchas groseras de verde y un hermoso tapizado café y tétrico. El niño se acercó, sintió un poco de energía provenir de él.

El árbol le decía cosas, le pedía que lo dejara morir, ya no soportaba vivir más en un mundo donde no hubiera semejantes a él a su alrededor, extrañamente, después de decirle al niño su deseo, se cumplió y por fin, el triste árbol murió en paz.


–Maté a un ser vivo el día de hoy –gruñó el niño.

–¿Qué sucedió? –preguntó el Anciano interesado, bebiéndose una taza de algo, acabó su Ruy López con el caballo, el niño miraba atentamente el tablero y sonrió.

–Hoy te voy a ganar otra vez, déjalo así.

El Anciano sonrió cálidamente, dio un sorbo más a su bebida, sabía que el niño ganaría, aprendió rápido y su habilidad de saber de antemano las cosas no ayudaba mucho en su cruzada por ganar.

–Cuéntame lo del árbol.

–Me llamó, me dijo que deseaba morir y cumplí su deseo.

–Si, es otro de tus dones, sirves como… no se como explicártelo, cumples el deseo, amplificas el deseo o el querer respecto algo.

–¿Cómo lo sabes, Abuelito?

–Por qué he deseado que seas mi nieto y me lo has estado cumpliendo poco a poco

–sonrió el Abuelo, el niño le abrazó y se quedó dormido en su regazo.


Al despertar, encontró la imagen borrosa de una niña pequeña, un fantasma. La miró atentamente y esta le miró de vuelta. La niña se llevó un dedo a la boca pidiendo silencio y urgió al niño para que le siguiera.

El niño se frotó los ojos y se levantó con cuidado de no despertar al Abuelo. Le acarició la mejilla, había un sentimiento en su interior de que algo estaba mal y al mismo de que todo estaba excelente, no sabía que era, ¿Tal vez… la niña?, la siguió.


Los espectros de los niños inocentes bailaban alrededor, miraban al cielo y continuaban su danza como un ritual. Un campo de juegos que nunca existió apareció de la nada y los niños reían y cantaban, se aventaban agua que no estaba ahí para disminuir el calor y hacían guerras de bolas de nieve.

El niño miraba asombrado al grupo de fantasmas, no sabía que decir o qué hacer. La niña fantasma que había ido por él en un principio se acercó a él y le habló sin palabras.

El niño sonrió y les otorgó a los fantasmas su deseo, era hora de jugar en el gran parque del paraíso si es que existía.

Los espectros desaparecieron poco a poco y el sentimiento de que algo estaba mal creció, al niño le molestaba no saber qué era, corrió hacia la cueva para preguntar a su Abuelo, el podría saber algo.


Un pequeño río de sangre corría a las afueras, el niño estático tenía miedo de entrar y encontrar en la cueva lo que ya sabía que había adentro. Una mano fantasmal se posó en su hombro, miró hacia atrás y la sonrisa conocida de su Abuelo iluminó su rostro.


Una señora limpió el cuchillo que acababa de utilizar con su lengua, mucha sangre, sangre deliciosa y que no debía ser desperdiciada. Dio un mordisco a un pedazo de carne cruda y siguió al niño.


–¿Abuelito?, ¿Qué debo de hacer ahora?

–Encontrar al espíritu de la tierra y cumplir su deseo, para eso vives, eres la esperanza de la humanidad o del mundo, y si tenemos suerte, de ambos. Es hora de que la tierra decida, ya sabíamos… ya sabíamos que un día echaríamos a perder todo –el Abuelo sonrió–. Fuiste un buen nieto, el que nunca tuve, es hora de irme.

El niño asintió y miró a su Abuelo desaparecer.


El niño caminó día y noche, buscando el espíritu de la tierra, pero nunca lo encontraba, sabía que estaba cerca, muy cerca y a la vez, muy lejos. Un paso adelante que el niño. La señora seguía fielmente a su objeto de estudio y pronto, a su presa.

Se recostó y tocó el suelo con sus manos, trató de llamar al espíritu de la tierra, éste no respondió. Se sentó y se puso a pensar. Era posible que no existiera tal espíritu, sintió una punzada fuerte en su corazón al pensar tal cosa. Sonrió y tuvo una idea, tocó la tierra y su corazón al mismo tiempo y encontró que él mismo era el espíritu de la tierra.


–Al fin nos volvemos a ver –mencionó la señora contenta, cuchillo en mano y su sonrisa en especial tranquila. Un destello de luz oportuno, la señora trató de cubrirse pero su piel se quemó sin piedad, aún así conservaba las fuerzas para no soltar el cuchillo.

Se acabó la luz de muerte y la señora con la piel quemada miró fijamente al niño.

–Déjalo ser, es mi trabajo ahora –comentó el niño, la señora le miró fijamente.

–No podría vivir si haces algo al respecto, ¿Sabes?, estoy muy feliz así como estoy, eres tú quien debería dejarlo ser, déjame ser feliz arrastrándome como gusano por el mundo y recogiendo de este lo que me sirve y me plazca. ¿Quieres conocer el destello de mi cuchillo?, ¿tan ansioso estás por morir de nuevo?

–Tú… ¿También mataste a mi Abuelito?

La señora sonrió tranquila, lamió el cuchillo levemente. Las lágrimas se acumularon en los ojos del niño, ¿Qué decisión debía tomar?, ¿Qué valía la pena en un mundo tan mierda dónde no puedes querer sin temer perder a quién quieres?, recordó la sonrisa de su Abuelo, lo deliciosa que solía ser la comida antes de la guerra, la mirada de la niña y los espectros jugando a que jugaban. Debía tomar una decisión.

La señora alzó el cuchillo e inició su carrera, mientras que el niño alzaba una mano al cielo y rogaba que su decisión fuera la indicada.


Capítulo II

Enseñando a Piedra

La señora no tuvo tiempo de clavar el cuchillo y el niño no tomó la decisión de la Tierra. El niño desmayó exhausto y temeroso de la situación que se tornó extraña cuando una gran sombra cubrió su vista por completo. La señora fue echa a un lado por un ser gigantesco que aullaba: “¡No más muertes! ¡No más muertes!”.

Un ser que antes de la guerra era un joven de 12 años tenía nombre, era apuesto, muy bueno en el básquetbol y tenía una audacia natural con las chicas de su edad y un poco mayores. Ahora sólo era un enorme monstruo, un humano que cada vez que la luz mortal tocaba su piel esta se endurecía y se agrietaba como si fuera roca. Razón de que se llamó así mismo: “Piedra”

Cuando miró al niño, este ser enorme lo abrazó y se puso a llorar. La señora gentil que acompañaba a Piedra acarició al mutante y se puso a llorar con él.


–¿Cuál es tú nombre? –preguntó ansiosa la voz ronca de Piedra, sonreía, sus dientes blancos contrastando ya con la piel oscura y quemada, cada vez más gruesa.

–No lo se, hace mucho que no lo se. Mi trabajo es muy importante, debo tomar una decisión que afectará a toda la humanidad. La señora estuvo a punto de matarme, mató a mi Abuelito un día que salí a cumplir el deseo de unas almas que no podían descansar en paz.

Piedra miró a la señora que le acompañaba, sostuvieron la mirada mucho tiempo y finalmente la bajaron.

–Mi nombre es Maestra, eso era lo que hacía antes en el mundo, enseñar, ya nada significa para mi el antiguo nombre que tenía.

–El mío es Piedra, la razón la puedes mirar por ti mismo.

El niño se atrevió a tocar la piel del gigante, encontró una enorme astilla que sobresalía de su codo. Miró a Piedra y este sonrío. El niño descubrió una sonrisa muy especial, una que le decía que todo estaría bien a pesar de todo.

–Es un palo de madera que se clavó ahí hace mucho tiempo, después mi piel se comenzó a endurecer por las luces de muerte… la astilla de madera se ha vuelto parte de mi. Aún duele, y duele mucho, me gustaría que se fuera.

El niño sonrío, acarició la astilla durante un tiempo, la soltó al notar el punto sensible de Piedra y mirar a este hacer una mueca de dolor.

–Lo siento, no te preocupes, la astilla ya no quiere estar en ti, la he convencido. Pronto se irá.

Piedra carcajeó.

–Esa es mucha seguridad para un niño que habla de decidir lo que la humanidad merece. Creo que esta ya la ha decidido por si misma, ¿No te has dado cuenta?

Maestra observaba con atención la interacción entre ambos niños.

–Eso mismo decía mi Abuelito, después aprendió a tener fe en el amor de nuevo, todos en nuestro interior queremos volver amar, pero no encontramos como. El lo encontró en un nieto, los fantasmas en un confesor y los árboles en un verdugo.

–Qué triste debe ser que unos encuentren la fe y el amor en la muerte, pero de todo se encuentra en estos días, creo que estás un poco chiflado amigo mío –contestó Piedra, hizo la misma sonrisa, el niño no podía enojarse con Piedra gracias a esa sonrisa. Miró a Maestra y esta le hizo un gesto de cariño.

–Lo se, yo tengo la misma sensación cuando me sonríe, debemos irnos, buscar un refugio con ratas para comer, pronto oscurecerá y es cuando más aparecen las luces y otros buitres.


Piedra comía la rata con hambre, mientras miraba al niño en la entrada de la puerta contemplar el cielo, parecía como si buscara algo y no lo encontrara.

–¿Por qué no comes? –preguntó Piedra, devoraba la cola de la rata y la tragaba finalmente–. Hay mucho por aquí, te llevamos con nosotros precisamente para compartir riquezas y miserias.

–Me encontró el alma de una familia y la hice descansar en paz, no tengo hambre, hace dos años que no como nada. También me he dado cuenta que no duermo, si no que finjo dormir, hay días que me siento muy cansado, pero al cerrar y abrir los ojos, vuelvo a estar como nuevo.

Piedra se encogió de hombros, masticó un rato su festín y se le ocurrió una idea para congeniar con el niño.

–Ven –sonrío Piedra–. Tengo algo que enseñarte.

El niño se acercó a Piedra.


Ambos observaban a Maestra desnuda, ella se encontraba dormida con los ojos abiertos, a veces abría la boca para decir unas palabras sin sentido y luego volvía a cerrarla, su respiración se hacía pesada y luego se calmaba de nuevo. Solía juntar las manos en su entrepierna y cerrar sus piernas fuertemente, volvía a relajar el cuerpo y el demonio de sus sueños se desvanecía.
El niño observaba con atención el cuerpo de la mujer desnuda, recorrió las curvas que para él eran desconocidas con atención, grabó cada instante en su memoria. Piedra posó una mano suavemente en el hombro del niño.

–Siempre tiene esos sueños, no le gusta platicar, solo me acompaña y me cuida. Es casi como… si ella no estuviera ahí y lo está todo el tiempo, ¿Me explico? –Piedra carcajeó inseguro–. Suelo protegerla de las luces, aunque antes de encontrarnos asumo que estás jamás le hicieron daño.

El niño acarició el rostro de Maestra, esta se relajó más y no hizo ningún movimiento más que una respiración tranquila y suave.

–Si puedes curarla, hazlo. Yo temo tocarla, mi piel raspa fácilmente al contacto, una vez la hice sangrar cuando le toqué el hombro y sólo fue por unos instantes. Tiene algo adentro con lo que no puede sobrevivir, lo sé –Piedra se tocó el rostro endurecido, todavía no podía creer los cambios en su cuerpo, cerró los ojos y se sentó en el suelo. Piedra empezó a gruñir.

El niño acarició con su mano gentil y suave el rostro de Maestra, la deslizó a su cuello y luego a su pecho desnudo, el niño respiraba fuerte, jamás había tocado el cuerpo desnudo de una mujer y a pesar de que su intención era descubrir que estaba mal con ella, también disfrutaba la piel suave y el roce gentil, experimentaba el calor interior de la mujer con agrado.

Cosas que le eran desconocidas, se puso a pensar, ¿Cómo debía tomar la decisión final si no conocía todo a su alrededor?, otra cosa que le molestaba es que no sabía que esto iba a venir, su don de saber las cosas estaba fallando y lograba sólo enterarse de pequeñeces o de detalles.

Piedra empezó a gritar y llorar, estaba sufriendo de dolor interno y externo, algo se movía en su interior y hacía crujir su cuerpo, se tomó el rostro con fuerza, se puso de píe y golpeaba a su alrededor para disminuir el maldito dolor. La astilla estaba punzando, ardía como el infierno para Piedra.

El niño guió su mano al centro del dolor, bajó del pecho al estómago y después al vientre. Sonrió nerviosamente, había encontrado la fuente del dolor. Maestra arqueo su espalda sin aviso, juntó las piernas fuertemente de nuevo. Gemía y jadeaba, movía su cuerpo violentamente dificultando al niño el control. Este separó la mano de su vientre y puso el oído en él, susurró unas palabras y Maestra se calmó. De nuevo su cuerpo se relajó, separó las piernas lentamente y gimió una última vez.

Piedra no soportaba el dolor que le acosaba, sintió el sudor frío recorrer toda su piel, gritó una y otra vez, sin control de su cuerpo la mano que estaba libre de la astilla la tomó y con toda la fuerza que poseía la jaló. El grito desgarrador resonó muchas kilómetros a la redonda asustando a ratas, humanos y otras cosas por igual.

El niño, más tranquilo y consciente de lo que debía hacer dejó a un lado su pudor. Se acercó al seno de maestra y con sus labios empezó a mamar. Sensaciones de recuerdos le arroparon al darse cuenta que recordaba a su madre. Miró hacia el vientre de Maestra, el pequeño fantasma de un bebe se abría paso, reía y reía mucho, contento, el niño río con él un momento, Maestra se les unió dormida. Cuando el fantasma se fue, Maestra tomó asiento sin despegar al niño que recordaba a su madre de su regazo, lo abrazó y lloró.


Maestra y Piedra dormían, el niño salió del lugar derruido al que habían llegado hace apenas unos instantes, aunque para él se le habían hecho una eternidad. Se preocupó por Piedra quien empezó a sangrar, pero su piel sin aviso se juntó y fue como si nada hubiera sucedido con la astilla.

El niño sabía que sucedería, sin embargo le intrigaba no saber que se encontraría con ellos o que la señora no enterraría el cuchillo para que este no pudiera tomar su decisión.

Miró al fantasma acercarse lentamente. El niño puso una mano en la tierra y la otra en su corazón, esperando que el saber que poseía el espíritu de la tierra le diera algún camino a seguir. El fantasma con el cuchillo etéreo siguió acercándose.

–Tú, de nuevo –susurró el fantasma.

–Mataste a mi Abuelito, si vienes a pedir que deje tu alma descansar en paz hazlo otro día, uno muy lejano, uno en que por fin te haya perdonado.

El fantasma rió, aventó el cuchillo a lo lejos, acercó su rostro al niño y la sonrisa que le daba a él escalofríos hizo su aparición.

–Después de todo lo logré, ¿No es así?, te detuve. Clavé el cuchillo de una manera muy distinta. Me alegro, me alegro que hayas decidido darnos una segunda oportunidad, me alegro que nos des a nosotros los gusanos manzanas podridas dónde regocijarnos.

–No les estoy dando la oportunidad a ustedes, si no a personas como ellos –el niño señaló la construcción donde Piedra y Maestra descansaban.

–No es cierto, tuve que detenerte para hacerte ver lo que estuviste a punto de cometer y eso es algo con lo que vivirás toda tu vida. Habré matado a tu Abuelo, pero si lo piensas, fue un sacrificio necesario para abrirte los ojos. Ibas a tomar tu decisión con rencor en tu corazón.

La señora sonrió de una manera distinta, una sonrisa triunfal. El fantasma se esfumó lentamente de la vista del niño.

–Aún no es tarde para tomar la decisión correcta –murmuró el niño, se sentía completamente frustrado, respiró rápido, estaba nervioso y no sabía que es lo que el futuro preparaba. Ahora lo entendía, en el momento de una decisión importante jamás vería el futuro por que este se separaba en dos o tres caminos distintos.

–Aún no es tarde, aún no es tarde… –la mano apretó su pecho, su corazón, la otra se enterró en la tierra, volteó la vista al horizonte y el fantasma de su Abuelo caminaba a lo lejos. Éste volteó la vista y le sonrió.

El niño no sonrió en cambio. No había quien impidiera su decisión.


Capítulo III

Los perros y los humanos que dibujan siluetas en la luna

–¿Cómo se llama tu perro hijo? –preguntó el señor de lentes, estaba furioso y le costaba un trabajo enorme controlar esa ira. Lo sabía, estaba a punto de darme un sermón, lo peor de todo es que tenía razón, no debí haber traído a Gruby para que arreglara sus necesidades en su jardín.

–Gruby, señor –respondí como niño regañado, sabía muy bien hacer la cara y el tono de voz correspondientes. Esperaba que eso me ayudara a que pronto terminara la cátedra de buenos vecinos que estaba por venir.

–Bien… tu perro Gruby, ha… obrado… impunemente… ¡Qué digo obrado! ¡Ha cagado en mi jardín! ¡Lo trajiste a mi jardín a cagar! ¿No habíamos a discutido eso con tus padres? ¿Qué prometías cuidar a tu pinche perro para que no volviera ha hacer sus suciedades en mi jardín? — el señor de lentes estaba completamente rojo de la cara.

¡Despierta!, ¡Tenemos que irnos!

–Lo siento, le aseguro que es la última vez –forcé mi tono, esperando que le diera lástima, no lo lograba, su rostro y sus ojos seguían igual de furiosos. Gruby hizo un tono lastimero apoyando mi acto, claro que sólo hizo que enrojeciera más ya que el perro era la fuente de su problema tan grandioso.

El señor de lentes abrió la boca para decir algo más, se rascó la cabeza y acabó conteniendo el comentario. Ya se estaba controlando.

¡Protégelo, yo ya no importo! ¡Debes protegerlo!
¡Diablos! ¡No! ¡Despierta, carajo, despierta!

–Mi jardín… va, que digo mi jardín… el mundo, no es un gran lugar para que los perros caguen, ni siquiera los humanos cagan en el mundo libremente, sino que tienen que usar un maravilloso sistema de drenaje para hacerlo, ¿Sabes por qué?

–¿Por qué? –pregunté conteniendo la risa.

–Porque si cagamos en el mundo lo vamos a llenar de mierda y no quiero nadar en la mierda, y menos en la mierda de tu perro o la tuya, ¿De acuerdo?

–Si señor –me fui con mi perro y me eché a reír.

Espero que valgas la pena.

Ya no recuerdo más.


Piedra salió del edificio en ruinas, escuchó un sonido a lo lejos que estaba haciéndose cada vez más fuerte. Miró hacia aquella dirección y finalmente comprendió. Los perros venían. Se dirigió hacia el niño quien se encontraba inclinado con una mano en el corazón y la otra enterrada en la tierra muerta.

Un ruido estruendoso, Piedra miró hacía ahí y encontró a uno de los perros, era grande, casi del tamaño de tres perros comunes antes de la guerra. Babeaba, sus colmillos enormes brillando con la luz del sol gris, el pelo enorme, grosero, grueso y sucio. Más perros de diferentes razas e igual de mortales se ubicaban detrás del líder.

–¡Despierta!, ¡tenemos que irnos! –exclamó Piedra y agarró el hombro del niño, esperando una reacción. Apartó la mano asustado, estaba completamente inmóvil y endurecido, no podía moverlo.

Uno de los perros brincó hacia Piedra, éste alcanzó a voltear para tomar al animal por el cuello, sentía la adrenalina correr rápidamente en su cuerpo, recordó que antes de la guerra le tenía miedo a esos animales y con el rencor del recuerdo, pudo estrellar con fuerza al monstruo contra el piso.

Los huesos crujieron, Maestra salió del edificio en ruinas en el que se encontraba durmiendo. Observó al perro recién herido con temor en los ojos, dos de los perros iniciaron una carrera, uno de ellos iba contra Maestra y el otro contra el niño.

Maestra se dio cuenta, miró a Piedra a los ojos.

–¡Protégelo, yo ya no importo! –el perro brincó, Piedra sabía que no alcanzaría a detenerlo, sus ojos se humedecieron y escuchó las últimas palabras de Maestra–. ¡Debes protegerlo!

El otro perro se lanzó en contra del niño inútilmente, Piedra alcanzó a golpearlo antes de tan siquiera darse cuenta que murió.

–¡Diablos! ¡No! ¡Despierta, carajo , despierta!

El líder de los perros gruño y todos se lanzaron sobre Piedra.

Piedra hizo una mueca de disgusto, sus ojos se encendieron.

–Espero que valgas la pena.


Los perros atacaron toda la noche, a la luz de la luna. La silueta de un hombre monstruoso protegiendo a un niño se dibujó mostrando mil cuadros similares. Ninguno de los dos pensaba descansar.

Los dientes se rompieron en la piel dura de Piedra, eso no importaba, como toda cosa, pronto vencerían la resistencia y además, tenían hambre. Un hombre tan grande era como un filete caído del cielo y no tenían en mente el retirarse y rechazar su regalo.
Piedra sin embargo no dejaba caer su espíritu, la muerte de Maestra y la sensación del niño que debía proteger realzaban sus ánimos cada vez que quería dejarse caer. Los perros habían logrado penetrar su dura piel en las rodillas y en el antebrazo, si no los mataba pronto, todo habría sido en vano.


El niño despertó y se puso de pie. Gotas de sangre decoraban su piel y su ropa, ya estaban secas por que hacía tiempo alguien había peleado con todo su corazón para protegerlo. Lo sabía, siempre sabía las cosas por una extraña razón.

A su alrededor los esqueletos de varios animales estaban apilados. Un hombre o tal vez, era un niño, lo sabía, un niño con el tamaño de un hombre gigantesco dormía apaciblemente, su piel maltratada, más de lo normal, heridas que se veían solemnes como medallas que dictaban el valor y el espíritu de él.

Recordó su nombre, era Piedra. Al mismo tiempo, observó el esqueleto de una enorme persona que estaba a su lado, tirada, extendida por completo, el niño sonrió y comprendió.

Dos largas semanas de recuerdos, de decisiones. Había tomado la decisión de la Tierra, ya no había nada más que hacer. Se acercó a Piedra, lo movió suavemente para despertarle.

–¿Hum? –gruño Piedra, abrió los ojos y miró fijamente al niño–. Por fin, ¿qué sucedió?, ¿qué decidiste niño importante?

El niño sonrió y se sentó a lado de Piedra. El sol salió, los huesos empezaron a desvanecerse sin razón. Piedra miró asombrado como los huesos se pudrían con asombrosa rapidez.

–El humano debe tener una segunda oportunidad, el Mundo así lo ha decidido, porque somos sus hijos. Un padre siempre perdonará a sus hijos a pesar del mal que estos hayan ocasionado.

El concreto de los edificios se empezaba a hacer polvo, Piedra se puso de pie, miró a su alrededor y vio nubes de fantasmas que se hacían cada vez más grandes, nubes que flotaban hacia el sol pacíficamente.

–¿Qué está sucediendo?

–El inicio de la vida.

Los árboles se arrancaban así mismos y se despedazaban para que nuevos árboles, más grandes y más fuertes tomaran su lugar. Aves que se creían extintas se dieron cuenta que sólo fue un mal sueño y volaban alrededor del lugar, lo mismo sucedió con ardillas, venados y otros animales.

–¿Los humanos qué seguían con vida? ¿Qué ha sucedido con ellos?

–Harán lo que se deba hacer, muchos de ellos están dispuesto a seguir caminando.

–¿Qué sucederá con nosotros?

–Tú, bueno, tú debes descansar en paz. Hiciste un gran trabajo protegiéndome.

Piedra hizo una mueca, se miró así mismo, estaba disolviéndose, ahora lo recordaba, había muerto protegiendo al niño. El espíritu de Maestra caminó hacia Piedra, le sonrió y se tomaron de la mano.

–Todo será mejor –le dijo el niño, estaba sonriendo, había cambiado, sus ojos eran distintos.

–¿Quién demonios eres? –preguntó Piedra y rió de alegría, estaba contento, muy contento, Maestra rió con él, se miraron a los ojos, Piedra olvidó su pregunta. Miraron al cielo y se unieron al Sol.

–Te prometo que valgo la pena –escuchó por última vez Piedra.

Fest. 24 de abril de 2000. 10 de mayo de 2000. 14 de mayo de 2000.