Mis papis me trajeron al circo y me llevaron a ver un payaso que hacía perritos con globos. Se me hizo bonito en un principio, pero no me causó ninguna gracia… muy sencillo. Nada más es hacer el globo grande grande y darle una vuelta así y después un giro así y luego metes la colita por acá y lo aprietas poquito, para no tronar el globo.
Cuando el payaso miró que no hacía caras de idiota como los demás niños, le echó más ganas con sus otros trucos y empezó a mojarme con su florecita de trampa, el muy bobo creyó que me reiría, pero yo me ví más listo y firme, no me reí ni una sola vez. ¿Quién se ríe cuando lo mojan con agua? sólo los otros veinte niños que estaban alrededor y sus papis… como idiotas, he dicho.
Después entonces el payasito se fue por un graaaaan elefante. Lo traía como si fuera su mascotita personal e hizo muchos trucos muy sorprendentes para tratar de sacarme un jajajaja bien fuerte, pero vamos, hasta mis papás tenían cara de idiotas. Pero no lo hice, ni una sonrisa chiquita.
Entonces usó trucos más difíciles, hizo que lloviera con una danza, con las manos dirigió los planetas y los hizo bailar, hizo que la noche fuera día y día fuera noche. El viento se hizo agua y nos encontrábamos todos nadando y luego sacó un banquete de deliciosos pasteles… todos los niños corrieron por su pedazo y también mis papás. Pero yo no sonreí ni hice cara de tontito, ni una sóla vez.
Por si fuera poco, trajo a Dios e hicieron un acto juntos, una comedia muy chistosa y muy chiquita, todos se estaban anonagadados de las personas que conocía el payasito. Luego se puso a cantar con él y uno que se llama Dadah o Budada, y otro que se llama Mefistofefeleses hicieron un concierto juntos de canciones para niños como yo. No me puse a bailar como me dijeron, ni hice aplausos y no les grité y no les chiflé. Muy serio, si señor.
Creí que sería el final, pero después levantó la tierra con manos de magia y nos dio un paseo en una luna hecha de queso, vi que había puros ratones y un señor que convivía con ellos. Parece que no podían vernos, porque los tocábamos y no pasaba nada, les hablábamos y no respondían. Todos creyeron que fue maravilloso, a mi me aburrió mucho.
Entonces el payasito les ofreció a todos que comieran de un banquete que había en la parte de atrás y cuando todos se distrajeron con la comida, se acercó el payasito a mí, y me miró con ojos muy serios:
-Mi nombre es Rafael niño, Rafael me llaman algunos. Arlequín otros. ¿Qué te sucede que no ríes? ¿Por qué sonreír no has podido? Tus ojos están muy tristes, ¿qué te han hecho niño?
Y me reí mucho, hasta agarrarme la panza y llorar al cielo.