Hay días en los que voy caminando y todo se transforma en un pasillo, la vida real se hace tinieblas y solo quedan sus muros paralelos, encerrándome estrechamente a seguir esa luz. Para contrarrestar el efecto, trato de manejar mi mente lo mejor posible para crear imágenes flotantes dentro del pasillo… imágenes flotantes de historias jamás contadas y que algún día puede que escriba u olvide para siempre.
Después de un rato… todo regresa a la normalidad, la gente me mira como un bicho raro porque seguramente dije o grité cosas mientras estuve en el pasillo… todo es culpa del niño que transformó su cuaderno en mariposas, él me ha dado el don de soñar y ahora ya no puedo controlarlo.
Una vez me desperté con el cuello de una niña entre mis manos… me fue difícil pedirle disculpas a su madre.
La luz del pasillo me gritaba: “¡Simón! ¡Simón! ¡No me olvides Simón!”. Las imágenes empezaron a hacerse difusas y sentía el sudor deslizarse, caliente en mi entrepierna. Miré hacia la luz y fue cuando recordé que nunca había intentado caminar hacia ella… se forjó una decisión: Orgía o Luz. Orgía o Luz.
Thanatos o Eros. Eros o Thanatos.
Las vírgenes abrieron sus piernas, se lamían entre ellas, agudizaban sus jadeos y se cabalgaban unas a otras en las imágenes de ese pasillo. La voz chilló nuevamente: “¡Simón! ¿Dónde estás, Simón?” Recuerdo que me quité el saco y aflojé el nudo de la corbata.
–Ahora no –respondí–, voy a estar ocupado.