Seguimos fórmulas.
Para ir a comer, para salir con los amigos, para trabajar, para escribir.
En nuestros viernes, nuestros desayunos, nuestras caminatas, nuestros impulsos.
Todo conserva un patrón, una receta, una dósis de esto y aquello.
La cara que ponemos cuando nos enteramos que murió alguien, los gestos que realizamos cuando nos dicen te quiero, las carcajadas cuando nos burlamos de alguien.
En el comparar un libro con una película, al elegir a nuestros artistas preferidos, los diez minutos antes de dormir.
Para justificar los vicios, la rutina, la espontaneidad.
Para romper con los esquemas, también seguimos esquemas ocultos. Pensamos en las fórmulas que han funcionado a través de los tiempos de aquellos impulsores de tendencias y paso a paso, seguimos los suyos.
Para elegir a la persona que nos complementa, para seguir con ella, para romper con ella y regresar con ella al poco tiempo y decirnos: “Así está bien, la fórmula va”.
Distintas fórmulas, pero todas, bien o mal, van paso a paso. Para aquellos que dicen “No a la guerra”, para los que la apoyan. Que palabras decir, que palabras enfatizan, que experiencias vividas dan fundamento al discurso.
Fórmulas para conservar las amistades, iniciarlas y romperlas.
Fórmulas para el amor, porque así lo hemos convertido… y dicen que nos vuelve locos, y entonces, pretendemos por otra fórmula parecer originales y hacer algo fuera de lo común. La fórmula maestra, la que es pensada en menos de un segundo.
Debe haber algo más que eso. ¿Tienes tu lista de fórmulas para el día de hoy, para el de mañana y el de pasado mañana?
Y la fórmula dice, que algunos dirán, que tal vez no haya mañana y hay que vivir el día de hoy como si fuese el último.
Piensa bien, piensa cuántas fórmulas al día sigues… piensa cuántas fórmulas de emergencia tienes para decir al mundo que no tienes fórmulas y después, después … ¿después qué?