Simón Dor no prestó atención al súcubo (de nombre Mama Esirasaft) que se había instalado en su barco, le dejó ser… le intrigaba más la isla tan pequeña donde solo cabía una palmera y una choza en ella. El modesto espacio que podía considerarse playa apenas alcanzaba para una silla mecedora donde una vieja gorda y morena, con los ojos cerrados, estaba sentada y meciéndose suavemente a pesar de los gritos de la mecedora, que pedían descanso.
Gritos acostumbrados, juzgó Simón. Gritos ya cansados de gritar.
Mojalnir se acercó muy despacio a la isla y Simón miró asombrado, como las nubes grises daban paso a la luz de luna iluminando tenuemente el rostro de piedra de aquella anciana de ojos cerrados. ¡Las nubes se abrían exclusivemente para ella! ¡La luna, incluso, mostraba un cuarto de su rostro para iluminarle!
—No puede ser… —susurró Simón—, es ella. Después de tanto tiempo. Es ella. Igual de cansada, con la piel hecha piedra como era en mi juventud. Con esa misma voz con la que me hablaba en sueños, cuando aquel entonces… en Jaramillo.
La vieja se mecía y Simón podía escuchar sus palabras que eran llevadas por el viento—: Todo tiene un inicio y un fin. Es un gran círculo, donde extremos se juntan y no importa que extremos sean, porque será el fin y el inicio hecho uno sólo y darán paso a otro inicio y otro fin. Como aquel niño que hizo un Newton-Rhapson a mano, en las hojas de su cuaderno, llevaba cien y después doscientas hojas, luego compró otro cuaderno donde se descubrió otro principio y otro finito… doscientas hojas no le bastaron y fue a comprar un cuaderno más. Llevaba tres cuadernos y debemos notar qué, cada cuaderno encerraba un principio y un fin, pero también es importante darse cuenta, que los tres cuadernos juntos formaban un principio y no le daban un final, debería comprarse cuadernos indefinidamente para descubrir el final del círculo y entre más historias escribía o más newton-rhapsons resolvía… el círculo se hacía más grande. Nunca un final, nunca un principio, porque estaba en todas partes.
El niño mago escuchó atento, boquiabierto y con los ojos vidriosos, casi derramando lágrimas. Simón le observó atento y casi fúrico, le urgía llegar con la vieja. Sentía que Mojalnir estaba atrasando la llegada a la isla deliberadamente.
—¡Vamos Mojalnir! ¡Más rápido!
La vieja se mecía y Simón podía escuchar sus palabras que eran llevadas por el viento—: Es cierto que así, existió después el árbol de los mil nombres. El niño para ser un joven nuevamente, tuvo que separar su idiotez y su sabiduría, su fealdad y su belleza, su maldad y su bondad. Porque cada Historia llevaba una dualidad y cada Newton-Rhapson las proporciones caóticas del ser humano. El Árbol de los mil nombres lleva en las grietas de su maltratada corteza, cada uno de los nombres que el niño ha inventado y siguen inventando. La búsqueda puede ser indefinida y eterna… porque el niño no ha escrito un principio y no ha escrito un final. El árbol ha de andar eternamente, juzgando y recogiendo los restos que han quedado… los decimales sobrantes para sumarlos y después dividirlos entre dos, con la esperanza de que así salga el entero. Su nombre.
Simón miró al árbol de los mil nombres y le vio más marchito y triste que de costumbre, sus ojos caídos y vencidos, su boca cerrada y temblando.
—Y ahí viene —dijo la Anciana ciega al fin— El hombre que los reúne a ambos y a la vez, los separa constantemente. Simón Dor, claro está. ¿Es esto un inicio o un final? No lo sabemos, probablemente se han reunido los extremos del círculo nuevamente, haciendo del principio y el finito un sólo momento ocurriendo simultáneamente. Los bienaventurados le llamarán Génesis, los malaventurados creerán que es el Apocalipsis.
El barco llegó a la playa y se quedó quieto.
—Yasmín.
—Simón… o ¿Matías? Hace años que no nos vemos.
Cuando el árbol de los mil nombres escuchó el nombre de Matías profirió un grito espantoso, se escuchó un CRAC en la corteza del árbol y las ramas secas —excepto una— cayeron. El niño mago se levantó espantado y lo observó ansioso, en la rama seca que restaba colgaba una manzana. Los cielos abrieron un pedazo encima del árbol y la luz del sol (con un cuarto de su rostro), iluminó esa manzana.
—No es mi verdadero nombre —dijo el Árbol— pero se acerca terriblemente… ¿te diste cuenta?
—Sí —respondió el niño mago. Ambos personajes voltearon a ver a la playa, donde Simón ya estaba bajando de las escaleras hechas de cuerda para saludar a la anciana más de cerca.
—El nombre de Matías lo abandoné hace eones.
—Has abandonado muchos nombres. Te recordaba como un joven loco… y es esa locura la que te ha traído hasta aquí.
—Tú me volviste loco.
—Esa es una de tus tantas excusas.
—Dejé Jaramillo hace tiempo.
—Jaramillo sólo es ficción, ¿no lo hizo así El Libro? No estamos aquí por Jaramillo, Simón. Haz la pregunta.
Sonó un relámpago en las nubes grises y llovieron cerezos negros que se disolvían apenas tocaban algo sólido.
—Lo has buscado desde que saliste de tu lugar —sonrió Yasmín— Sólo me tienes que hacer la pregunta.
Simón le miró, después, sacó un cigarrillo y sus cerillos. No fue hasta el séptimo intento que pudo prender uno.
—La inmortalidad —dijo Simón—. Así es, la inmortalidad.
Un relámpago cayó en la palmera de la isla y éste empezó a incendiarse.
—Pero también quieres morir. —dijo Yasmín y alzando los dedos, hizo que el cigarro de Simón flotara lejos de sus labios para robárselo, le dio una fumada y luego sonrió—. Quieres ambas cosas y ninguna… ¿Puedo acompañarte Simón? Prometo no molestarte en tu viaje… después de todo, soy una santa.
—Sírvete.
La vieja se paró y llevó la silla en sus manos, después se metió a su choza. Simón prendió otro cigarrillo y no esperó, se subió a su barco y éste echó a andar sólo. Los mares se abrieron para hundir a la isla, el delfín le sonrió a las burbujas que salieron cuando el pequeño pedazo de tierra se encontraba en el fondo del mar.
El viejo amargado observó fascinado la manzana de aquel árbol de los mil nombres y luego al niño. Se dedicaron una mirada durante unos segundos y después echó a andar a la popa… en ella ya se encontraba instalada la anciana ciega, con su silla mecedora mirando hacia el pasado. Se sonrió Simón, si Fest estuviera ahí, tal vez pudiera explicarle el símbolo de llevar al día y la noche en su barco, persiguiéndose eternamente.
—Como Lázaro y Selene, algunas historias se repiten —se dijo.
—Antes de decirte como puedes ser inmortal Simón… —dijo la Anciana—, debo hacer un recuento de todas las almas que me he robado.
—Tómate el tiempo que gustes. No puedo morir antes de saber como ser inmortal.
—Son tantas, en tantos universos paralelos, en tantas eternidades que he vivido, que podría no acabar nunca Simón y tampoco… empezar, porque mi historia es la viva representación del fin que nunca fue escrito y el principio que termina la historia.
Simón asintió y se fue a su cuarto, donde en su diario escribió un anexo:
“Faltan treintaitres días con sus treintaitres noches. El día de hoy, después de matar a los piratas: no sucedió nada”.