Arbol de los mil nombres: Tamal, taco, tortilla…
Niño mago: ¿Acaso tienes hambre?
Arbol de los mil nombres: ¿Se nota?
El niño rió.
Arbol de los mil nombres: Mira, allá… es otro barco.
Niño mago: Si, son más piratas.
Arbol de los mil nombres: ¿Crees qué debamos avisarle a Simón?
Niño mago: No lo sé.
Los he visto por la ventana, son piratas…
Disculpa la interrupción, Mindar no salió como de costumbre a defenderme y al niño y al árbol les importó un comino que los piratas crearan un caos en mi barco Mojalnir. Bien por ellos, no me sirven para nada… debería tirarlos por la borda. Pero no, eso sería hacerle una injusticia al delfín.
Le estaría contaminando su agua, de por sí, ya contaminada.
Estos piratas venían a vengar a sus hermanos que Mindar mató en los primeros días de mi viaje, eso me hace pensar porque el cobarde no salió y se la pasó chillando en el cuarto de trofeo, aunque no le culpo… éstos parecían más rudos y sanguinarios que de costumbre. Eran diecisiete piratas y cada uno de ellos poseía una parte metálica en su cuerpo, el menos creativo era el capitán que tenía un garfio en vez de una mano.
Los dieciséis restantes habían salidos de alguna mala película de ciencia ficción… algunos llevaban tentáculos metálicos en vez de piernas, otros más poseían armas enteras (exageraría en escribir de destrucción nuclear, aunque no estaría tan alejado de la realidad) en los brazos, y había uno enorme cuyo cuerpo estaba, casi en su totalidad, compuesto de circuitos y el detalle que le hacía verse como un pirata, era la pañoleta oscura cubriéndole el metálico cráneo. Lo único conservado de su humanidad eran sus grotescos genitales, que por elegancia me abstendré de describir con detalle.
La palabra grotesco es más que suficiente.
Arbol de los mil nombres: ¿Cuántos días faltan?
Niño mago: Treintaitrés días, con sus treintaitrés noches.
Arbol de los mil nombres: ¿Cuándo encontraré mi verdadero nombre?
Niño mago: No lo sé, esa una buena pregunta.
Arbol de los mil nombres: Si te lo sabes, dímelo.
Niño mago: Lo sabré cuando lo escuche.
Arbol de los mil nombres: Tummmm, Tleeeeemp, Tiaaayyyy
Niño mago: Estás afectado por los efectos de sonido de la pelea de Simón Dor contra los piratas.
No estaba de ánimos para pelear así que intenté lo que todo estúpido optimista haría en una situación así, –suponiendo que no se muriese de un infarto–. Traté de dialogar con ellos y ¿saben cómo respondieron? Se rieron en mi cara. Con justa razón, entre el enojo y el pesimismo que acostumbra a acompañarme, me sonreí y entrecerré mis ojos. Acomodé mis puños como sensei Gorostiza me había enseñado (¡Recuerda tu centro de gravedad!, ¡Recuérdalo!) y esperé al primero.
Los hombres pobres de mente no saben a lo que es capaz de hacer un ser humano que lo ha perdido todo, tampoco respetan la sabiduría de los ancianos. Sobre todo los ancianos amargados, que combina lo mejor de ambos mundos: experiencia y desesperanza.
Esos piratas tecnocráticos fueron afortunados por el hecho de que no uso bastón todavía… les hubiera podido empalar.
Arbol de los mil nombres: Truhán, Trompeta, Trabajo.
Niño mago: Esas son palabras de las más comunes… ¿dónde habrá aprendido a pelear?
Arbol de los mil nombres: No tengo la menor idea. No le hagamos enojar.
El niño y el árbol asintieron.
Pero claro está que yo soy un pobre viejo y cómo esta no es una realidad donde la cuchara se dobla con el dominio del código binario, con tres que se me aventaron encima pudieron someterme… gracias al azar, el de los genitales colgando se abstuvo de participar en la primera reyerta.
El capitán fue a explorar –Ende ahí, la ridícula exposición de marcar mi diario con sus orinadas palabras, como si fuese un perro– en lo que los otros me maniataban y me aventaban, jugando conmigo como si fuese una pelota.
Como me hicieron enojar.
Debieron atarme las piernas.
Centro de gravedad, arrugas de enojo, eso les espantó un poco como para expresar todos una risa nerviosa. Recordé la agilidad de mis viejos días y mis piernas se movieron tan rápido que parecían duplicadas, triplicadas, tetraplicadas en cuestión de segundos. Lo sé, no es una realidad donde se modifique el código binario, pero escuchen una cosa: Nada me detendrá en éste viaje.
El pirata de los ocho tentáculos en vez de piernas, trató de someterme, pero no contaba que yo fuera más rápido, destruyendo cada una de sus extensiones metálicas sin compasión. Lo tiré por la borda. Hubo disparos, si que los hubo… pero no cuentan con la fórmula básica: enojo + experiencia de la vejez + amargura = algo parecido a Satanás cuando le echan agua bendita.
El de los genitales fue el más sencillo, creo que sobra decir donde le di sesenta y tres patadas bien acertadas.
Al último, el capitán salió de mi cuarto y vio los restos metálicos de muchos de sus hombres con ojos muy abiertos. Le señalé el mar y me comprendió perfectamente, prefirió tirarse solito por la borda… le seguí con la mirada y sonreí como el delfín cuando lo miramos hundirse.
Después… espera diario un súcubo y una isla donde una vieja sentada en una silla de madera se mece suavemente escribiré más tarde.