Me meto al metro, me siento, recargo mi cabeza en mi brazo, cierro los ojos. Mi mano se mueve, sola se cierra y se abre… algo pasa. ¿Una mano sobre otra mano? Recuerdo de hace unos minutos

El sábado conocí a DuVeth. Los que me acompañaron el viernes en una sesión de MSN, sabrán que estuve editando desde las diez u once de la noche. Esa noche estábamos (como diría Cheques) toda la concurrencia: Josefa, Lina, Romina, Feyo, Juan Carlos, Cheques y yo. Pues estaban entre platicando y trabajando para conseguir más gente para el casting de Cerveza Estrella cuando recibí la llamada de DuVeth y quedamos para ir a desayunar la mañana siguiente. Le advertí que iría en vivo y en directo (porque como veía que estaban las cosas… sería una noche muy larga).

Abro los ojos, miro a la gente, cabeceo un poco. Mano fría, se cierra y se abre, extraña el calor de otra mano. Cierra y abre. Le miro y le digo se esté quieta, mano no hace caso y le dejo ser. Yo también extraño

¿Qué puedo decir de DuVeth que no sepan ya de sus tres demonios? Bueno, el sábado pues… me puse a editar. Terminé la mitad a eso de las cinco de la mañana y me desaparecí al colchón, dormí una hora o media. Ni siquiera me fijé. Me levanté y seguí editando, sólo alcancé a terminar otro bloque para medio verme en el espejo y descubrirme con los ojos rojos, el rostro pálido y apestando a cigarrillo. Mal, mal, mal.

Miro comerciales de Metro. Miro pendiente a la gente. Un drogo por ahí… no hay que prestarle mucho caso y estando solos, solos no hacen nada. Sin embargo me dieron miedo el par de hacía dos metros (cuando estaba ella)… estaban viendo a quien molestaban y luego con mi pinta de niño fresa tratando de cuidarla. Afortunadamente nos miraron un par de veces, y mejor se fueron a molestar a los extranjeros con esa agresividad silenciosa. Buena suerte para nosotros. Mala para los extranjeros. Mano sobre otra mano, mi mano sobre mi mano. No se compara, pero me ayudará a recordar.

Tomé un taxi de esos señores agradables que se levantan de buenas el domingo y empezó a hacer plática y bromas. Cuando le dije que al hotel, el señor me dijo: “Vamos joven, apenas me conoce y ya me quiere llevar al hotel”. Ja-Ja, risa, risa. No andaba de mucho humor, pero mi hipocresía le siguió la corriente lo más que pudo, y al final, llegué a tolerarlo y después se convirtió en algo normal. Tolerancia. De eso se trata el juego Agustín. El tiempo se hizo agua y media hora pasó rápidamente, miré el reloj, habíamos quedado que a las ocho y eran las ocho y tres… mal, mal, mal. Si salí con media hora de antelación para estar puntual.

Llegué, pagué, me bajé. Entré al hotel y la reconocí.

Dedos en los dedos, entrelazados los dedos como ramas pequeñas con ramas grandes en un mismo árbol. Dedos cálidos. De sol y luna. Girando uno en torno al otro, cumpliendo uno y mil círculos. Eterno retorno en las paredes digitales. Dedo contra dedo. Dedo girando en torno al otro dedo. Eclipse.

Desayunamos, pedimos un café. Platicamos. Claro, yo tuve que tener cuidado extra porque me conozco después de una desvelada… suelo decir pura estupidez entremezclada con estupidez y luego mi mente desvaría más de lo normal, y empiezo cambiando unas palabras por otras, para luego olvidar lo que decía y empujar la oración que iba a decir hacía veinte minutos. Creo que lo disimulo bastante bien.

Por cierto… DuVeth tiene unos ojos muy lindos. Son como café-miel. (Le estoy haciendo promoción, aje).

Mi mano sobre mi mano, faltan un par de estaciones para llegar… pero recordando se hacen como eternas. ¿Eternas? ¿Recuerdos eternos? Le enseñé el mimo que me hace reír hasta que me salen las lágrimas, desafortunadamente llegamos muy tarde, entonces no nos hizo reír tanto. Esperá… mi mano sobre mi mano. Recuerdo también un primer abrazo. Un olor que me inundó. Me han absorbido sus ojos. Me veo gris. Dedos en dedos. Ojos en ojos. Brazos en brazos.

Y bajaron sus guarras. Tuve que despedirme, porque tenía que regresar a la oficina a editar. Nos despedimos DuVeth y yo. Una mujer muy congruente con lo que nos escribe día a día. Me lamenté de que no pudiera quedarme más tiempo, pero por eso nos vimos al día siguiente y le acompañé a comprar libros y fuimos a Coyoacán (donde le compré un hot-cake, aje). En fin, nos rindió el día, hasta que le acompañé a la central para despedirle.

Faltó algo. ¿Labios en labios? Mi mano sobre mi mano. Ya llegué. Aquí me bajo. Gracias señor conductor.