Como actor principal de una película de madrazos nunca encontró la paz interior, así que se dedicó a la perfección de su espíritu y alzó sus manos candorosas para rogar por la estabilidad del alma. Llegar al estado de perfección, a la imagen y semejanza de Buda, el humano perfecto. Dispuso su cuerpo a una caminata larga, dónde llegaría de nuevo a México y conocería los contrastes de la vida. Repitió en voz baja, durante todo el viaje—: No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. Y así, la sabiduría envolvió su mente y sobrevivía con mucha agua (el fluido vital) y poca comida (tentación de la carne).
Es que era el asceta perfecto. Siempre quiso ser un monje budista, jamás un consumidor de entretenimiento o un ángel caído a las profundidades del averno. Su mente se abrió al conocimiento y encontró el balance perfecto. A él, vinieron los mantras y encontró en su río metafísico del pensamiento, los sutras que habrían de acompañarle. Durante el viaje a México, se sintió elevado y poco a poco, alcanzaba el estado de iluminación que siempre deseo—: exclamó al verse frente a las cuatro nobles Verdades; lloró cuando encontró los tres kayas y los cuerpos de Buda; entonó la canción de la Visión Profunda; Yidam y el Mangala Sutra, eran el pan de cada día.
Dormía y sabía que su espíritu volaría, vería a la humanidad en el mundo peleándose por tener las mejores cosas. ¿Pero es qué no sabían, que es más feliz el que menos necesita? ¿Era tan difícil que pudieran encontrar su paz interior? Fue así que decidió abrir un templo budista en Polanco, para enseñarle a sus hermanos judíos la tolerancia en este mundo. Adivinaron: el chiste podría cambiar en cualquier momento a “Mataron a un budista en Polanco”. Un modesto templo, que apenas estaba hecho de madera y unos cuantos clavos. Un pequeño cartel de cartón decía: “Templo budista de nuestro hermano”.
Pues algunos curiosos se acercaron y el monje les enseñó toda su sabiduría, y después pasó su botecito de limosnas, porque es que así el templo se mantenía en pie, ¿y qué tal si llovía? Pues adiós templo y eso desolaría a muchos. Pues la gente, asombrada por esta innovadora religión que más bien, era el “estado perfecto de la mente” (un poquito retorcido nada más), empezó a dar dinero e invitar a más amigos a conocer la “buena nueva”. Pronto la madera se convirtió en concreto y el concreto se convirtió en muros plagados de oro. Se abrieron otras sucursales, digo, templos alrededor de México, donde hasta los japoneses y los hindúes y los tibetanos, miraban asombrados su belleza y su justo derroche, ya que era la única manera de llamar a la gente a convertirse.
El monje se compró un Mercedes Benz, porque tenía que moverse rápido para enseñar a sus alumnos el modo correcto, nada tenía que ver con el materialismo… si era el más desapegado de todo eso, no me mal-interpreten. Y daba clases de Kama Sutra a Marianita, Georginita, Florecita y pues a Doña Lucha (¿a quién le dan pan qué llore, eh?), quien había decidido convertirse del cristianismo-catolicismo al budismo.
Controlaba la temperatura de su cuerpo, al calor intenso y a la meditación del viento.
El monje budista se repetía—: Es más feliz el que menos necesita. Y por supuesto estaba bien feliz, requetequetemoría de contento, porque tenía todo lo que necesitaba y en realidad, no necesitaba nada de esas cosas puesto… je, había vivido sin ellas, pero pues las tenía por mera casualidad del destino. ¿A poco no?
Levitaba de alegría y de contento. ¡Parecía que volaba! Yupiiiiiii
El Papa, había observado estos acontecimientos desde su IBM Papa-Vigilante 23X-33R(TM) y decidió mandar a sus vicarios, a cumplir la labor de investigar por qué había menos fieles en México. ¡Y pues qué raro que en México, si era donde más lo querían! A él y a la virgencita (madre, si me escuchas, bendice estos paréntesis con tu sana sabiduría y perdona las irreverencias escritas en cien vidas y esta). Pues los vicarios llegaron, con sus pistolas de agua bendita y sus cruces de plata y ajo, por si los vampiros… ¿me creerán que los Soldados de Nuestro Señor Jesucristo (amén) también acabaron convertidos?
Él y su tercer ojo, que todo lo miraban.
No fue hasta que el taoísmo se apoderó del cien vidas y dilucidó un poco mientras tenía un picnic con Jullie —una joven inglesa que deseaba despegarse de su fortuna material— y empezó a murmurar lo siguiente, emulando a la vieja filosofía china—: Es que el verdadero tao está en todas partes.
—El verdadero tao es el susurro de los árboles.
—El verdadero tao es la belleza de la noche y sus estrellas.
—El verdadero tao es el aleteo de las alas de una mariposa.
—El verdadero tao es el verdadero tao.
Se iluminó. De pronto, tuvo un enorme deseo de ser una mariposa y se le cumpliría sin querer, al siguiente día.