Utilizó sus artes de ninja para conseguir su nuevo vestuario. Un traje Armani, unos zapatos Gucci, un Rolex y cuanta joyería pesada se pudo conseguir. Se despidió de su espada con tristeza, pero al mirarse el espejo, comprendió que su nueva vida era la indicada. Lleno de collares, de amuletos, de pulseras y cadenitas de oro. Se puso unos anteojos oscuros, sacó un bastón de caoba y se miró al espejo: Era el Padrote, no cualquier padrote… no… SANTO PADROTE.

Inmediatamente se fue al dentista y pidió que le pusieran un diente de oro. Ahora si estaba completísimo, paseándose al ritmo de “Somewhere over the rainbow – What a wonderful world”, le sonrió a las nenas de Plaza Comercial Santa Fé y cómo no, todas se le acercaron como una jauría hambrienta. Practicó su discurso y las primeras tres veces fue errado, pero de tanto intentar encontró las palabras adecuadas y tenía a su disposición cien jovencitas —MAYORES DE EDAD, POR SUPUESTO—, conscientes del nuevo negocio, los beneficios y los riesgos.

Las empezó a vender entre familiares y amistades, sin ninguna consideración, puesto era el padrote más habilidoso del mundo. Hizo tratos con el dueño de una cadena de moteles y tuvo cinco taxistas a su disposición para traerlas de un lado a otro. Niñas ricas, eran las mejores, consideraban lo más pobre como lo exótico y así, fue armando su imperio de sexo y prostitución.

Después vinieron los videos, las fotografías. Con ello, extorsionaba a los hombres más ricos del mundo. Su imperio era tan famoso que todos los hombres querían a las niñas ricas y jovencitas que el padrote ofrecía. Ahh, pero al principio no extorsionaba, no… cuando se presentaba y sacaba su catálogo de cien mujeres, era el hombre más amable del mundo, le brillaba el diente de oro y tintineaban sus mil artilugios de joyería. A sus chicas las cuidaba y las mimaba, comprándoles vestidos y otorgándoles cualquier niñería que su Sindrome Pre-Menstrual exigiera. Claro, sin exagerar, cuando una le pedía las perlas de la virgen le regañaba como se le regaña a un niño chiquito y santo remedio.

Y el padrote se paseaba en las calles, blandiendo su bastón de un lado a otro, con lentes oscuros y amplia sonrisa. La gente le admiraba por empresario y conocedor, sus mujeres le querían por mimador y regañador, los hombres le hablaban bonito por sus favores y pro-te-ger-su-vi-da-es-con-di-da. ¡Salud por el padrote, en ninguna de sus vidas nunca le había ido mejor!

Pero la policía se inventó algo para encerrarlo en la cárcel, ¿ustedes qué creen? Específicamente un alto funcionario del gobierno que se había cansado de ser extorsionado y en esos momentos se divorciaba bien a gusto de su esposa. Estaba juntando sus bien ganados pichicateos a uno que otro AFORE y a uno que otro BANCO DE INVERSIÓN y un poquito a la TESORERÍA NACIONAL para irse a Dinamarca. Lo mínimo que podía hacer, era encerrar al cabrón que lo había exprimido. Jo, la excusa fue por evasión de impuestos. Así que mandó una flota de patrullas, quien el Padrote detectó desde kilómetros a la redonda y corriendo, y sonando como la campana de una iglesia, y el destello dorado de su diente como una estrella… se metió a uno de los hoteles, con veinticinco policías pisándole los talones.

Se metió a uno de los cuartos y luego a uno de los baños, jadeando y respirando. Estaba preocupado porque no tardarían en entrar, encontrarlo y al bote encerrarlo. Pero la preocupación se le fue, al encontrar el verdadero propósito de su existencia confusa.

Miró el baño, se desnudó y sonriendo se miró al espejo.

Esta vez sería una tina, y bien turca.

Además.