La Torre de los Sueños está a las afueras de El Primer Bosque, al norte de Garalla, y vigila impertérrita los sueños y las pesadillas de todos en el mundo. En ella reside todo lo imaginado, así como los secretos para cumplir todos los deseos.

Un grupo de aventureros se reúne para descubrir sus secretos. Miriod (el mago oscuro), Domenich (la niña), Chocolate (el gigante) y los guerreros Wunden (los trillizos) entran a la Torre y tendrán que enfrentarse a sus pesadillas además de participar en una de las verdades fundamentales de su mundo.

La Torre de los Sueños es una novela breve escrita en el blog del Árbol de los Mil Nombres hace algunos años. Esta es una revisión corregida y aumentada de dicha novela.

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Eso decía un gran monolito en Garalla, el pueblo a un lado del bosque. Era un pueblo chico, donde vivían veinte familias y tres tiendas distribuidas en triángulo. Como se originó el pueblo es una historia sencilla y los libros de historia concuerdan con que la culpable fue la Torre de los Sueños. No hace mucho tiempo las primeras cinco familias, quienes escapaban de una guerra, habían encontrado en ese bosque un refugio donde instalarse. La vegetación era abundante, por ende podían comer fruta todos los días y había una cantidad excesiva de jugolares, así que carne no faltaba. También había conejos, ranachas y gunitivas, pero nada era tan delicioso como un jugolar asado y bien condimentado. Los huesos y los cuernos, los guardaban para tallarlos: fabricaban armaduras y tallaban espadas con formas intrigantes, llenas de runas en ambos lados. La difícil costumbre de olvidar el pasado.

Sin embargo, no sólo existen las ganas de estabilizarse… más fuerte era el deseo a la aventura. Las primeras cinco familias, compuestas de padres, hijos, abuelos y bisnietos no sólo se conformaban con la humedad del bosque, los deliciosos jugolares, el jugo de manzana o las nevadas sorpresivas de verano. No. A unos doscientos cincuenta metros, imponente se alzaba una torre de piedra y musgo. Era una torre oscura en el día, y luminosa de noche. Los viejos empezaron a fabricar en sus mentes, al mirar la altura, el mito de que la torre llegaba con su altura a una de las dos lunas (Dolmení y Finerá, las diosas lunares). Y de día no era bueno intentarlo, decían, ya que interrumpirían al sol bebiendo noche para dormir tranquilo.

Las cinco familias adoptaron a la Torre de los Sueños como parte de su paisaje y en muchos años, no se decidieron a interrumpir su descanso. Los primeros viejos, murieron enfermos de tiempo, exudando su alma en fantasías y sueños, quienes pasaron a los adultos como agua que se bebe un día templado. El mito se hizo historia y el pueblo prosperó, sin necesidad de averiguar que había en la Torre. Sencillamente soñaban con las posibilidades que les habían heredado los bisabuelos y abuelos, y ahora heredaban a sus nietos y bisnietos. En los años, las familias se mezclaron entre sí y también llegaron nuevas familias, las cuales fueron aceptadas sin ningún problema. El pueblo creció lentamente y la torre se alzaba, admirablemente, contemplando con curiosidad a sus nuevos vecinos.

Los Wunden fueron de los primeros extranjeros y los que decidirían la historia del pueblo. Tres hermanos, cuyas cicatrices en el rostro hablaban de viejas batallas, en las ropas cargaban el grito de enemigos vencidos y en la carne aún mostraban cuadros pintados en sangre seca. Eran trillizos, y no eran diferentes entre sí. Tan así, que los tres se llamaban igual, Vort Wunden. Ni siquiera se distinguían por números o un segundo nombre. Funcionaban como una sola persona. Aunque no deben mal-interpretarlo, solitarios eran igual de letales. Para comprobarlo existen los registros de guerra de cuando los separaron a tres regiones distintas del continente y sonará extraño, pero los tres tenían en su haber el mismo número tachado de cabezas.

Un Wunden fue a Fundan. Un Wunden fue a Gurter. Un Wunden fue a Treno. Un Wunden fue a…

Ahora estaban juntos y los tres, caminaban hombro con hombro hacia Garalla, el pueblo de la torre. Aunque el espíritu guerrero volaba encima de ellos, inolvidable y mortal, deseaban descansar. Estaban interesados por tener una casa, una familia, un lugar donde cada uno pudiese tener un nombre y tal vez… una moneda o dos.

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Fue Alissa Aren quien se casó con los Wunden. Alissa era una mujer de piel ocre y ojos verdes. La hija más pequeña de los Aren contaba con veintidós rotaciones lunares. Los Aren se hicieron famosos por el restaurante donde mejor se cocinaba el jugolar. Nadie tenía el corazón para decir que era el único y además, era una excusa para que los viejos se reunieran en un lugar a comer y platicaran las mismas historias, con pequeñas variaciones apenas perceptibles. La noche se componía de velas y risas para Alissa, quien desde que nació miraba la torre con sus ojos verdes y un rostro silencioso. ¿Qué buscaba en la torre? Nadie sabía a ciencia cierta, creían que la niña le daba demasiada importancia.

Cuando conoció a Vort Wunden, uno de ellos, venía caminando con un jugolar en sus hombros. Admiró la fuerza de ese hombre, quien lo cargaba sin ayuda de nadie más y sin siquiera sudarlo un poco. Fascinada, lo siguió y encontró en otra intersección al mismo hombre con el mismo jugolar… sin embargo, no sabía por qué se le hacía distinto. Suspiró y dio media vuelta, creyó volverse loca cuando encontró al mismo hombre que era diferente a los dos anteriores, cargando un jugolar en el hombro. Alissa, todavía una joven, quiso gritar ante tal desconcierto. Al último no lo perdió de vista y lo siguió hasta casa. Notó de inmediato que la casa era nueva, aunque tenía cuatro muros solo poseía una ventana y algo que pudiera llamarse puerta. No tenía techo.

Se asomó por la ventana que había y se talló los ojos, por una parte se sentía aliviada y por otra, el corazón le latió con fuerza. Descubrió que había tres de ellos, les miró con atención para descubrirles alguna diferencia y no encontró ninguna. Incluso las cicatrices en el rostro eran las mismas. Entonces esperó a que alguno dijera una palabra y se dio cuenta, que hablaban en silencio. Observó como cada uno dejó a su jugolar en un extremo del cuarto y en perfecta sincronía, se acercaron a la mesa y tomaron asiento. Se miraron unos a otros un momento. Uno asentía dudoso y los otros dos negaban. O dos asentían y el restante negaba con firmeza. Hacían gestos con las manos y el rostro, hasta que los tres sonreían y parecían estar de acuerdo.

Alissa nunca había visto nada similar… y estuvo tan encantada con el resultado, que se enamoró de Vort Wunden.

–El primer sueño es el más confuso de todos –se dijo y esa frase, sería grabada en un monólito de piedra cinco años después, antes de que tuviera su primer hijo.