When I took the “Book of the Dead Children” and opened it, it was full of white pages, but I could read it clearly… as if it was speaking to me, instead of showing the sentences to be read. They were the voices of the killed children, laughing and telling jokes. I could almost see them with their dismembered jaws and broken eyes. And there, standing behind all of them, was him. A man all dressed in black with a crow standing in his shoulder. I wasn’t afraid, I swear… and I didn’t shiver when he spoke with dark voice the following words: T.F. Hadied, he said, no one else but you shall know the truth behind, will you listen without fearing what might?”.

“Aye.” said I.

“These white pages were meant for you and for your words only. You must not forget to write in them, or ten children will die by disease, hunger, laughter, darkness or sadness… whatever they could encounter with your forgetfulness”.

“Aye.” said I.

“However, for every written page of yours, a child will smile. A child might be born. A child might triumph in life. A child might scape from me, until they grow old and tell the tale of T.F. Hadied. Do you understand?”.

“Aye.” said I, and smiled.

I forget to write, every once in a while, and hear gladly the sweet voices of ten death children, in my dreams.

–T.F. Hadied, September 1909.


 

Cuando tomé el “Libro de los Niños Muertos” y lo abrí, estaba lleno de páginas blancas, pero pude leerlo claramente… como si me hablara, en vez de enseñarme las oraciones que debían ser leídas. Eran las voces de los niños asesinados, riendo y bromeando. Casi pude verlos con sus quijadas desmembradas y ojos rotos. Y ahí, de pie detrás de todos ellos, estaba él. Un hombre todo vestido de negro con un cuervo parado en su hombro. No tenía miedo, lo juro… y no tuve un escalofrío cuando me habló con voz oscura, diciendo las siguientes palabras–: T.F. Hadied –dijo–, nadie más que tú sabrá la verdad que hay detrás, ¿escucharás sin temer lo que ocurrirá?

–Ajá –dije.

–Estas páginas blancas esperaban por ti y por tus palabras solamente. No debes olvidar escribir en ellas, o diez niños habrán de morir por enfermedad, hambre, risa, oscuridad o tristeza… cualquier cosa que puedan encontrar si lo olvidas.

–Ajá –dije yo.

–Sin embargo, por cada página que escribas, un niño sonreirá. Un niño podría nacer. Un niño podría triunfar en la vida. Un niño podría escapar de mi, hasta que se haga viejo y cuente la historia de T.F. Hadied. ¿Entiendes?

–Ajá –dije yo, y sonreí.

Me olvido de escribir, de vez en vez, y escucho con agrado las voces dulces de diez niños muertos, en mis sueños.

T.F. Hadied, Septiembre de 1909.