Me puse neurótico, es usual en mí.
Le celebro a simultáneo su acertado análisis:
Neurosis.
Salí a caminar porque me desesperaba,
el trabajo no era tanto, casi nula su existencia, y no había nadie.
–En verdad, había alguien, pero era una sola persona–.
Me aburrí de verme a mi mismo,
en el reflejo del monitor
cuando oscurece.
So: “No disponible, nick: Gone walking, grinning dude”.
–Voy a salir, ya me harté. Para que sucede algo,
a que me roben, me asalten y me violen aunque sea.
Risas. Then, grinning.
Yeah, I’m the grinning dude.
Walking with my boots on.
Taking that face, once again…
Me harta extrañar. No soy paciente en ello.
Lo practico, todos los días.
y todos los días, tres veces,
–una de ellas, anoche cuando salí a caminar–,
mando dos mensajes a quien me escuche:
“Estoy harta de extrañarla tanto”.
“Me harta y me enferma. Se me hace asqueroso”.
Tres, y bien, también cuatro veces al día, pienso en ello.
Me las he contado.
So, cruzo los dedos y recurro a la filosofía oriental,
o al zen baby, al zen,
o a caminar de noche, rápido, rápido.
Muy rápido.
Cuando estoy harto, desesperado, camino rápido
y estoy tan ciego que no puedo observar.
Doy vueltas, en la misma colonia,
caminando lo más rápido que pueda.
Y pienso, pienso tantas cosas.
Sobre todo, pienso en una solución.
Pienso en una solución para satisfacerlo a largo plazo.
No me gusta extrañar, me enferma y me da asco.
Me da asco verme extrañando, me enferma verme así.
Anoche no hubo respuesta, so, seguí caminando.
Nadie que me dijera: “Serenidad y paciencia”.
Si a Dios le rezo, lo único que le pido es: “Prudencia y sabiduria”.
En eso pensaba anoche.
Después, vienen las quejas.
“¿Por qué siempre tiene qué ser así?”
“¿Por qué no puedes verlo de una manera sencilla?”
“¿Por qué sientes que está volando esa solución, más no la ves?”
“¿Por qué estoy rezando mal, Dios mío, qué ni siquiera paz interna tengo para…”, lagrimita incluida.
Solución.
“Olvídate. Baygón verde. Solución inmediata. Ya no extrañas y ya no te enfermas y ya no te das asco”.
Asiento confundido, esa es una solución inmediata.
Extrema, como me gustan. Y ciertamente, muy estúpida.
¿Y después? ¡ay después! ¡qué será de mi sin ella!
¿Pues no querías una solución?
Sahuevo, pero no tan mamona.
Y les dejo pelear, anden, peleen… en lo que yo camino,
camino rápido… que peleen adentro, en mi cabeza.
Peleen solos, sin referi.
No me gusta extrañar, pero prefiero no morirme.
Si, eso y después miro.
Miro un cartel que dice: “Vecino, por tu seguridad, cierra la puerta”.
Impreso con tinta pirata, de parte del administrador del edificio.
Volteo a mi derecha y en letras negras, pintadas en todo un muro:
“CUIDADO, PERROS DE GUARDIA Y PROTECCIÓN”.
Suspiro y me sonrío: “Ah, ¡pero a qué bonita calle vine a dar!”.
The grinning dude is walking!
Y en serio, la calle era bonita.
Muy solitaria.
Con unas cuantas luces.
Y rete harto bonita.
Por eso puse énfasis en los letreros.
–A huevo, ahorita se me cumple por hocicón.
Escucho ladrar a un perro, y las orejas se me alzan como uno.
Lo alcanzo a ver y me cambio de lado de la acera.
Le tengo mucho miedo a los perros, confesión personal número uno.
Y, le tengo miedo a las rejas de las casas donde se que el mejor amigo del hombre puede asomar su hocico para ladrarme, confesión personal número dos.
Además, bonita hora que elegí para pasear. A las 9-10 de la noche, cuando todos los cabrones que tienen perros los sacan a cagar en la calle.
Perros grandes, perros chicos, perros desiguales, perros puros, putos perros.
En algún momento, se detuvo un volkswagen blanco del otro lado de la acera,
unos cuantos metros atrás.
Bajó un perro blanco, grande, vulgar, con ojos rojos,
–ah, si, también bajaron sus dueños–,
y me miró como me alejaba rapidito, rapidito.
–Jo, pensé, ya no me alcanzaste para ladrarme.
La ciudad está llena de perros y parpadeo.
Inmediatamente me remito a Vargas Llosa.
Y luego a Coetzee.
Y siendo más pop, si, la mamada esa de Amores Perros.
Los perros son necesarios, puesto son la analogía del lado violento del hombre.
Sin perros, no existiría violencia, no existiría el hombre como animal dominante.
En ese momento, pasaba por una casa donde escuché la voz del dueño presumiéndole a un amigo: “La cadena es buenísima, no permite que se jale porque se ahoga”.
El perro nos permite ser crueles.
Nos permite ser cariñosos.
El perro da la excusa para ser humanos.
Y las caricias que le damos al perro,
al igual que ahogarlo,
y las patadas,
y la comida,
por supuesto, preferimos dársela a él…
que a otro ser humano.
Nos hacemos perros, con los perros.
Perro hombre, hombre perro.
El perro es la especie dominante en la ciudad de México.
Wof. Wof.
Ring. Ring.
–¿Bueno?
–Bueno, hablo para avisarte que piensan joderte.
Resumen de una llamada al celular, que no necesita nombres.
Joderme, bien. Wof, wof. Que bonito: hombre perro, perro hombre.
Seamos lindos, pienso, ¿por qué siempre hay qué joderse unos a otros?
¿Por qué tiene qué haber una lucha de poderes, o alguien que quiere dominar a la mala?
Aprendan a mi, que domino a la silenciosa.
Me quedo pensando: “Bien, en serio… si piensa joderme,
le joderé yo primero”.
Wof, wof.
Y lo está haciendo por la espalda, ni siquiera de frente.
La primera vez lo hizo de frente y le respondí de frente.
–Como se debe hacer, sin mamadas–.
Ahora lo hizo por la espalda, y se consiguió un amiguito.
Wof, wof.
Lo que más me dolió, fue que el amiguito apoyara la moción.
Es una lástima, yo tengo más amigos.
Poseo más información.
Y me esperaré hasta la tercera.
Porque la tercera, es la vencida.
Di la vuelta a una calle, noté a la novia de otro, cruzando las rodillas.
No estaba fea y me andaba mirando.
Le señalé a su novio, distraido el bruto, con un gesto más que evidente.
Pasé a una tienda,
me compré unos cigarros y una sangría.
El dueño le presumía el anís que había comprado,
a tres de los borrachos locales.
–Ese se prueba despacito –dijo–, no se bebe de un trago.
–Ya sé, ya sé, resbala lentito por la garganta.
–Ándele.
Brrrrrrr, salí de ahí lo más rápido que pude.
¿En serio dijo lentito?
Son borrachos, que se les puede pedir.
E hice anotación mental: “Puestito de gorditas y quesadillas, nocturno, en esta esquina”.
Y mis pies se resbalaron hasta la mitad de calle,
estaba tranquilo, no había coches, calle pequeña.
Es mejor así, porque si recuerdan, allá arriba dije:
“Tengo miedo de las casas con rejas”.
Y le tengo menos miedo a los Fitipaldi,
a los Senna y a los Schumauher
(o como se escriba).
Aunque les suene increíble,
los que más tranquilo iban eran los taxistas.
Hubieron tres chevys, dos tsurus y cuatro bochos
que impusieron el record mundial en esas calles.
Cuando los escucho, siempre me detengo para
mirar como pasan y no perderme ningún detalle.
Me sorprendí después, la caminata me había relajado.
El asco y la enfermedad, se apaciguaron.
Me había tranquilizado lo suficiente.
Zen baby, zen.
Decidí regresar a hogar dulce hogar,
solo unas cuantas casas más,
cuando un volkswagen blanco pasó.
Un perro blanco, grande, vulgar, con ojos rojos, se asomaba…
y me miró, directo a los ojos.
Se alejaba y me miraba, me miraba…