El silencio como tal, ya no existe.

Ya no es el mismo silencio, ahora es distinto… ahora son pequeños silencios, sin embargo, muy intensos. No apaciguados, como a los que estaba acostumbrado, ahora son … como luces que explotan durante breves minutos. ¡Debo fabricar una red para capturarlos entre mis ramas y dejar que humedezcan mis raíces! Silencios breves que tienen que ser aprovechados en su totalidad. Destellos de segundos, casi puedo verlos y alzar mis manos, para llevármelos a la boca y comérmelos, no hay tiempo de disfrutar el sabor, pero la digestión será tan placentera y lenta. Son míos, nada más míos estos breves espasmos.

Exigen agilidad, paciencia y amor. Y creo tenérselos… pero también, un odio intenso por la torpeza y el desespero que me provocan. Es sólo cuestión de acostumbrarlos al molde de mis manos y que mis manos se moldeen a sus espinas de luz, tan dolorosas.


 

Hace algunos años, un poco más de tres si no mal recuerdo, un hombre de cuarenta años el cual estaba un poco decaído y un servidor, el cual estaba un poco ocioso… chateaban. Chateaban hasta altas horas de la noche, en un canal de chat que prácticamente les pertenecía. Tenían el poder de correr a los indeseables, de bromear con las damas y los compas del lugar. Si, hace tres años, o un poco más, si no mal recuerdo… un hombre de cuarenta años y un servidor, un poco aburrido de su vida, se invitaron un café en un VIP’s.

Había hablado con él por teléfono para decirle que necesitaba trabajo, ya que me emborrachaba todas las tardes con mis compañeritos escolares y pues el trabajo se me hizo una manera saludable de evitar esa clase de vida que me estaba construyendo. Carrillo, el hombre maduro en cuestión, me advirtió que la paga sería poca y no sería más que un fabuloso encargado de abrir puertas y mirar la lista. Me sonreí y me encogí de hombros–: Okay, ¿y de qué más trata?

–Hacemos casting para comerciales de televisión. Trabajamos con modelos y actores.

Me encogí de hombros, ya me lo había dicho alguna vez, pero no se lo había creído y seguía sin creérselo. ¿Modelos? ¿De esas guapas que se visten en minifalda y traen playeritas pegaditas, con senos grandes y fabulosos? Nah… (un año después, Carrillo me diría: “Seguramente cuando te lo dije, ni te lo creíste”. Yo respondí: “Ajem… Wey, ¿por qué no te iba a creer?”). No le creí, pero tendría oportunidad de comprobarlo abriendo puertas y llevando control de una lista.

So, bebimos el café en el VIP’s, sus cigarros y los mío (–¿A chingá, tú fumas Tsef?) y me platicó a grandes rasgos lo que sería mi trabajo. Me llevó el storyboard de un comercial en el cual estaba trabajando en ese momento. Lo vi, medio desinteresado, medio mamón… aún no se lo creía. ¿Y a mi? ¿A mi qué me interesaba manejar listas y abrir puertas? Eso no sonaba como un trabajo en serio. Durante el transcurso del café, entonces, empecé a elugubrar la manera de trabajar poco y ganar mucho.

En menos de un mes, le vendí la idea a Carrillo de que podríamos editar todo por computadora y hacer nuestro trabajo más sencillo. Hablé un boceto de lo que podría ser Carrillo Casting y a qué dimensiones podría llegar si hacíamos tal y tal y tal. A Carrillo le vendí un sueño, él puso el dinero y por supuesto, con su experiencia y un buen equipo de trabajo logró una infraestructura brutal.

Desde entonces, no es el mismo señor cansado de cuarenta años que conocí en ese desayuno del VIP’s. Y eso me da gusto. En parte, se debió a que el trabajo nos empezó a aumentar de manera brutal y él se siente agusto siempre y cuando haya trabajo (work-a-holic). En parte, la adquisición de Samantha como una compañera de aventuras, alguien a quien cuidar sin tener que pedirle algo a cambio.

A veces me gusta pensar que todo fue gracias a mi, pero no… puedo ver el trabajo completo de Carrillo. Tal vez fui un detonante, pero él ha sabido de alguna manera separar los problemas y solucionarlos durante estos tres años. Sabe donde están sus fallas, conoce como disminuirlas y si es necesario, busca complementarse con otra persona para evitar los errores que podrían ser causados por su persona en el aspecto sensible del asunto.

Aún tengo mucho que aprender de él y no pienso irme, hasta haber solucionado ese rompecabezas.