…porque duermo de vez en vez,
estaré pensando, como siempre.

Bue, es aburrido pensar. Pero es lo único que se me ocurre. Estaré pensando historias que nunca cuento, últimamente me ha asaltado la idea para guardárselas a mis nietos, o si nunca tengo nietos, a algún chamaco o chamaca que conozca y se compadezca del pobre anciano. Deberé practicar el arte del Cuenta-Cuentos, porque yo para la oratoria soy malo y peor, para la narración fantástica.

Les contaré de aquella vez en que era un gigante que aplastaba niños escuálidos para después mandarlos llorando a casa y les contaría como mis víctimas se vengaron, moliéndome a golpes por culpa de un calambre en el tobillo. También, puede que les cuente que solía ser un caballero con una rosa azul grabada en el peto y les diré: “No, no era marica, para nada. Antes, una rosa azul significaba muerte certera al enemigo y la sonrisa de las damas”. Simón, el que me escuche se reirá y me dirá: “¡Ay qué puto eras, abuelo!”.

¿Qué más pienso antes de dormir? Obvio, si esto era lo que yo quería. Si voy bien en la vida. Si el futuro será bueno. Si mi pasado significó algo. Esas nimiedades que piensan gentes como nosotros, gentes que rara vez se permiten vivir lo que sucede hoy, en este instante. Soy medio idiota o idiota y medio. Creo en una teoría conspiratoria, donde nos engaña la publicidad diciendo que debemos vivir el hoy, el ahora, la experiencia máxima ocurre en el segundo que estás consciente y gracias a ello, fumamos y bebemos y cogemos con condones troyanos y tragamos frituras y bebemos refresco y lloramos con el partido de fútbol y la telenovela es mi vieja enseñanza y fumamos otra vez.

Antes de dormir, sueño con echar raíces en algún lugar. Sueño con una casa. Sueño con no mudarme otra vez. Y sueño también, con abandonarlo todo… con ya no tener ninguna casa, nada que me ate y caminar por ahí. Ser un loquito que haga reír a los niños y espante a las señoras. Eso sería divertido.

Ayer, antes de dormir, tuve la imagen mental de mi abuela con un cigarrillo en los labios ¿Un recuerdo inventado?. Recordé entonces al abuelo y la pelota roja que me regaló. Ellos hablaban. No recuerdo qué, pero era esencial distraerme… y lo lograron, porque yo jugaba con la pelota aventándola en paredes grandes, gigantescas. Se me hacían paredes muy altas en un pasillo muy angosto. Era una luz amarilla y en una gran ventana, traspasaba el sol quien apenas daba vida a los presentes. El cuarto entero olía a tinta china, a hojas viejas, a periódicos y a libros. Narayanath, con su cabello largo y sus barbas, se reía como mi tío Rafael cuando la pelota le caía cerca y me la volvía a aventar. María, en cambio, estaba sentada con las manos entrecruzadas. Y sencillamente observaba a Narayanath y el nieto, que no debían estar ahí.

Daría todo por recordar ese preciso instante o bien, puedo esperar a envejecer.