Este domingo dejé a mi tri-endemoniada chiquita frapapú en el aeropuerto, nos sentamos en el piso y esperamos a que avisaran de su vuelo. Fue un fin de semana pesado, lleno de tiempos cortos, de correr de un lado para otro, de buscar libros… de sustos de muerte (casi me la atropellan un par de motociclistas cuando no se fijó al pasar la calle. Tuve que moverme rápido y jalarlas a ambas, a Sol que se quedó pasmada y a Luz “cuñada-corazón”, que le apresuraba a moverse).
Aunque ella conoce una de las verdades esenciales de mi persona, del mito que he creado en este espacio… sabe cuánto me asusté. Y sabía cuánto se había asustado ella. Si cualquiera de nosotros se hubiera apendejado un segundito más… no quiero ni pensarlo.
Una calle después me hizo otra vez la trastada de cruzar la calle sin fijarse y pasó otro motociclista un poco menos apresurado. Que midió a la señorita pasando la calle. El motociclista me miró a los ojos, con el ceño fruncido… eso me dio la extraña sensación de que había sido el mismo que casi la mataba, una calle atrás.
Estaba en que esperábamos en el aeropuerto, ya más tranquilos. Ella leía uno de los libros que había comprado, una compilación interesante de Cuentos de Amor que provenían de todo el mundo. Leímos uno europeo, uno africano, y tal vez otro más, en lo que esperábamos. En algún momento me dijo–: Ya vas a descansar de mi, ya me voy. Me quedé pensando que tanto de verdad había en esa frase y pensé: siii… voy a descansar MUCHO MUCHO… (no te creas, jajajajajajaja)
La verdad es que no quiero descansar de ti.
Cuando ella tuvo que irse, yo decidí caminar. Caminé por las afueras del aeropuerto y miré aviones, saludando y despidiéndose. Tan pronto llegaba uno, tan pronto se iba el siguiente. Y así, sucesivamente… he de haber caminado una media hora o más, alrededor del aeropuerto. Primero me encontré a alguien que seguramente no ha pisado casa en mucho tiempo, o ¿es qué la calle ya era su casa?. Y después, me encontré con un hombre de gorra ya enloquecido, que me gritaba a mis espaldas algo de aviones.
Supongo que los enloqueció la idea de volar. Los enloqueció el ruido ensordecedor, los químicos de los combustibles. Su sueño se ha tornado en su pesadilla verdadera, amén. A seguir caminando, mientras ustedes vuelan.
Llegué entonces a una parte donde habían coches estacionados a un lado de la acera. Había gente de todo tipo. Salían de sus coches y se pegaban a la reja, miraban hacia la pista. Nunca me imaginé, o había escuchado, que la llegada e ida de los aviones era un pasatiempo, o que fuera alguna especie de atracción o espectáculo. Ahí estaba la gente, señalando los aviones comerciales, los aviones de pasajeros, los aviones de carga… se los enseñaban a sus niños y a sus abuelos. Los niños decían hola y adiós con la mano, y los viejos observaban su pronta ascensión al cielo (o descenso a los infiernos, pero para ello… me imagino que tendrían que observar el Metro). Incluso había un vendedor de aviones en miniatura.
Los dejé atrás, me subí a un puente peatonal, adelante de mi había un viejo humilde con un sombrero. Estaba recargado y miraba hacia arriba, alcé mi vista mientras caminaba y vi de cerca a un avión que aterrizaba. Miré de reojo como alzó la mano y se despidió de él, como si fuesen amigos o como si él fuese un niño callado, que se sentaba en el parque y contaba aviones en el cielo, como si fuese su única escapatoria, como si no encontrara como soñar que volaba.
Me sonreí y apresuré el paso, tenía que llegar a casa. Cuando pasó otro avión, como aquel anciano, alcé mi mano y le grité–: Hola.