So, hoy empezó el desmadrito. Hoy regresé a la Universidad Nacional Autónoma de México. No quise llevar cámara. Armé mi mochila con mi antología Oxford (volumen II) y la edición del Quijote que me regaló mi novia. Tomé un cuaderno nuevo de los que tengo ya guardados, sin reparar en el color o en la forma (son varios de tamaño profesional, unos cuantos de francesa y uno que otro minimadrecita en mi pequeña “bodeguita” escolar). No revisé si llevaba plumas, o lápices, o gomas (porque me gusta rayar cuadernos con uno que otro dibujo); esos tienen su lugar en el bolsillo frontal de la “mocla”.

Cuando bajé, dije a todo mundo–: Ya me voy, hoy empiezan mis clases. Esta vez no armé un alboroto, preparando un horario para que lo tuvieran, no fue necesario. Después de todo, pensé que se irían acostumbrando a él por mis llegadas y mis salidas. (Además que el horario aún no está completo. Cuestiones administrativas). So, tan sólo revisé mail, me desconecté y salí. Caminé al metro para ir a la universidad. En el camino, pensaba en lo que me esperaba: Empezar otra vez, adaptarme a los chamacos de los primeros semestres, conocer gente nueva que me intimidara con su inteligencia, con su nivel de lecturas, con su astucia y su pericia, repetir algunas clases que perdí por huevón y al mismo tiempo, conocer nuevos profesores de los que sólo había escuchado.

En eso se me fue el camino. Me metí a la Facultad de Filosofía y Letras, miré a la gente y buscaba reconocer a alguien, uno o dos, al tipo del mohawk verde al menos, o tal vez a la chavita a la que nunca le invité el café. O Ariadna. Then I heard the Doors, if you know what I mean: “People are strange, when you’re stranger. Faces look ugly, when you’re alone”. Revisé mi hojita, me tocaba en el salón 116. Me sentí como un analfabeta escolar. Ya no sabía donde quedaban los salones. Después de un recorrido completo y una vuelta en círculos (esos círculos que hacen los perdidos)… agarré la onda de que el salón 116 se encontraba en el primer piso, no en el segundo donde estaba vagando.

–Pendejo, pendejo, pendejo…

Sip, sos un sorete. Supongo que me estaba re-”familiarizando” con el entorno. Ja-Ja. Bien, llegué al salón de clases con diez minutos de retraso. La profesora aún no había llegado. Mi hojita decía–: Historia de la cultura norteamericana. Afuera, me encontré con dos rostros familiares: Ariadna y su novio, Emiliano. No tan familiares, ya que dudé que fueran ellos, que me sonrieran y me saludaran. Me sorprendió no ser “el apestado” que dejó la escuela un semestre. Para mi eso es un pecado, para otros, da igual. Los saludé y como soy en esos casos, de que trato de explicar algo que es duro o que me es complicado, me excusé haciendo cómica la situación. Después de un par de carcajadas, les aseguré que era el mismo y yo, me reafirmé (supongo).

Tonight it’s what it means to be young.

La profesora llegó en algún momento, Emiliano se despidió de rapidito y entramos a la clase.

–¿Ya listo para la escuela, Señor Fest? –Ariadna.

–…

–Señor Fest.


 

Las primeras clases tratan de que los profesores te conozcan, de que te platiquen el curso y de que, someramente, te hagan un cuento de sus fracasos y sus triunfos con el sistema educacional. Somos conejillos de indias. Esta no fue la excepción. Lucotti empezó diciéndonos lo dificil que era su clase, porque como el nombre, era demasiado extensa y siempre faltaba tiempo para todo. Escuché el programa y me anoté mentalmente todo lo que había visto el semestre pasado. Esta era una materia para repasar lo que ya había leído y para completar los otros aspectos, no literarios, del semestre que abandoné.

En ese momento, la única que conocía era a Ariadna. Poco a poco me di cuenta como no conocía a nadie. Estaba entre puros niños. Algunos, tal vez, más arriba. Me sentí, ya no sólo como analfabeta, también como un inválido escolar. No tendría en quien apoyarme por si algo me llegara a faltar o si quisiera platicar con alguien, no habría nadie más que Ariadna. Me dieron ganas de jalarle el suéter y decirle–: No me dejes solo, no me dejes solo. Poner cara de perro patético. Hacer gracias. Wof. Wof.

Después, terminó la clase… y todo mejoró. Al salir y caminar en los pasillos… me encontré a los cuates de siempre. Israel, Francisco, Argel, Ximena. Incluso, Claudia y Mariana se aparecieron, me preguntaron que había sido de mi. Ufff. Dejé de ser un fantasma para convertirme en el aparecido. Se hicieron preguntas en todas partes, pláticas de materias, me tuvieron al corriente de lo que he perdido, me preguntaron por mi novia “La Tabajqueña” y ellos me contaron de lo que ha faltado y de lo que ha sobrado. Como si nada hubiese cambiado. Mi humor mejoró poco a poco y de nuevo, se despertó el sentido creativo que había desarrollado en la escuela. ¿Será la energía, “la vibra”, de la UNAM? ¿O será que dejé de pensar en pendejadas?

Aún estoy pensando en ello.

Regresé y hasta el momento, estoy contento. Será agregar un piquito de stress… pero es stress que mantiene el pensamiento vivo, constantemente trabajando a revoluciones por segundo.

La sed de conocimiento. El nunca habrás leído lo suficiente. La promesa de aprender más, el día de mañana. Sentirte estúpido, por no saber la respuesta. Darte tus puntos, por abrir el hocico para decir algo coherente (Swift & Blake). Disfrutar. Sentir. Amar… amar todo lo que puedes aprender, asimilarlo sin dudas… y no hacerlo, no hacerlo sería el error más grande que pudieras cometer en tu vida.